Andrea Camilleri Tirar del hilo Salamandra, 2020 Libro Virtual Andrea Camilleri murió en 2019, pero su personaje, el comisario Salvo Montalbano, sigue apareciendo en las novedades de libros. Salamandra, su editorial en español, acaba de publicar Tirar del hilo, la obra número 29 de su saga policíaca. Esta novela es de 2016 y solo ahora lo traducen. Faltan todavía tres más; la última, Riccardino, que narra la muerte del comisario, salió a la venta en Italia el 17 de julio de 2020, al cumplirse el primer aniversario de la muerte de Camilleri. Todo estaba fríamente calculado por él: en 2005, previendo su muerte, escribió el final de Montalbano para que se publicara póstumamente. Y para que no le ocurriera lo mismo que a sus colegas, Manuel Vásquez Montalbán y Jean-Claude Izzo, con quienes había hablado de ese asunto –dar policiaca sepultura a sus investigadores–, y no lo consiguieron: murieron antes que ellos. En fin, a menos que lean italiano, los admiradores del comisario deberán tener paciencia. “Todo nos llega tarde”, dijo el poeta. Podemos esperar: no hay afán por conocer los detalles de su muerte.
Leer a Montalbano es como encontrarse con un viejo amigo. Y atención, esto vale para quien lo lee por primera vez. Porque es un personaje de historia policíaca clásica y estos suelen tener rituales, manías, fobias, amores, odios, convicciones, es decir, una personalidad visible. Crean rápida y fácilmente una intimidad con el/la lector/a. A Montalbano le encanta comer. A las dos de la tarde ya está anhelando ir a la trattoria de Enzo, para probar sus delicias acompañadas de un infaltable vino. Y después, para hacer la digestión –a veces hay un bocado o una copa de más–, ir al café Castiglione –siempre quiere café– y caminar un rato por el puerto, respirar el olor del mar y airear un poco los pulmones de tanto tabaco. Y en las noches, ya cansado del trabajo, llegar a su casa de Marinella, abrir la nevera y descubrir la grata sorpresa que Adelina, su empleada doméstica, le ha dejado para calentar. Y no hay que olvidar a sus colaboradores, son parte del ritual: Mimì Augello, su segundo, para discutir; Fazio, el inspector, para los datos, y el imprescindible agente Catarella, que habla dialecto siciliano y no puede con el italiano. Montalbano vive solo y disfruta su soledad. No es casto, como los detectives ingleses; tampoco es un “desbraguetado”, como los detectives americanos. Tiene una novia, Livia, que vive en Boccadase, Génova. Él vive en Vigàta, Sicilia (Vigàta es un trasunto de la natal Porto Empedocle, de Camilleri, un pequeño puerto universal en el que caben todos los dramas humanos). La distancia le conviene a la pareja; pelean poco. Montalbano, con 60 años –lo conocimos a los 40–, se siente cómodo así. Livia, un poco menos. Por cierto, al comienzo de la novela, Livia se encuentra de visita y ha luchado por convencerlo de asistir al casamiento de una pareja amiga, con hijos, ¡que llevan 25 años de casados! No fue fácil, como tampoco lo fue que aceptara mandar a hacer un vestido para la ocasión –nunca en su vida lo había hecho–, no con un sastre, sino con una modista de Vigàta, Elena. “¡Machista!”, le tuvo que gritar Livia.
En los últimos meses, la unidad de Montalbano ha tenido un trabajo extra: ayudar a la policía portuaria en el desembarco de refugiados. Cada noche, arriban barcazas con 100, 200 y hasta 400 refugiados, tratando de llegar a Europa. Fueron abandonados por los pateros, los coyotes del Mediterráneo. Contrario a lo que dice el Gobierno italiano, es gente buena. Esa injusticia indigna a Montalbano. Así como ama la comida, detesta la injusticia: “Pero ahora se nos ha olvidado, y por eso recurrimos a esa excusa estupenda de los migrantes para levantar nuevas y viejas fronteras con alambre de espino. Dicen que entre ellos se esconden los terroristas, en vez de decir que esta pobre gente huye de los terroristas”. Sin embargo, este es apenas el introito. Un pretexto para ponernos en contexto –nunca secundario– y para que el comisario insinúe su pericia con el incidente de una niña árabe violada en las barcazas. Porque el tema que nos convoca es, desde luego, un crimen: la bella Elena es brutalmente asesinada y Montalbano debe resolver ese difícil caso. Lo hará muy bien, él es impecable.