En épocas de streaming, de canciones individuales y de juicios inmediatos, vale insistir en que este disco se beneficia de sonar de manera fluida, como el cauce de un río que se navega repetidas veces para descubrir sus matices. Lo amerita, pues funciona como una banda sonora de este tiempo en el que levantarse y volver a creer son necesarios; pero no desde una mirada ciega ante el entorno, más bien, desde conectarse más con él.
Es Bomba Estéreo, la banda colombiana que ya pertenece al mundo, pero que hizo un esfuerzo consciente de atarse a su tierra y a sus aguas en este quinto trabajo discográfico. Deja ralentiza un poco el ritmo en su música (un poco, no mucho, se baila igual) para expresar temas personales, introspectivos, espirituales, así como tocar sentimientos, relaciones y expectativas. Y también deja aire para temas globales y urgentes. Lo mejor: triunfa en el intento, no aburre, no regaña, ni tampoco aliviana a un nivel insoportable; inspira, en últimas, a dejarse llevar.
El concepto sigue a los elementos, al agua, a la tierra. Y los matices de la voz de Li Saumet vuelan reafirmados en el viento y en el fuego. La samaria parece cada vez más cómoda en su rango particular, que fluctúa entre el canto y el rapeo; y el trabajo que realizó con la cantante Lido Pimienta se refleja maravillosamente en el disco. Por su lado, no menos importante, el beatmaster y otra mitad del sol, Simón Mejía, sigue demostrándose un generador de experiencias. Es la base musical desde la cual Saumet se proyecta y sigue siendo excepcional. Sería más fácil en este punto sonar repetitivo, pero Mejía no decepciona al mantener fresco su sonido, conjugando el atrás y el adelante en sus exploraciones junto con el guitarrista José Castillo y el percusionista folclórico Efraín ‘Pacho’ Cuadrado.
Y si el trabajo cierra con las palabras del mamo Manuel Nieves, de la Sierra Nevada de Santa Marta, no es casualidad. Aquí hay un mensaje ambiental hecho música, uno que en buena hora les abre la palabra a voces ancestrales que son más importantes que nunca (y cada vez más difíciles de ignorar).Llena de vibra y de vida, la producción (que corrió por cuenta de la banda con el apoyo de Damian Taylor, conocido por su trabajo con Björk y Arcade Fire) provoca un movimiento marcado por su latido firme. Abre con Agua, una pista que descubre el tono del trabajo y sus capas. En su desarrollo suma grandes canciones, como Deja, la poderosa Tamborero y Se acabó, que, en cierta medida, es la más reminiscente de la famosa ‘Somos dos’, de Amanecer (2015). Amor amor también salta y seguro animará unas cuantas noches, mientras Profundo ofrece mera catarsis.
La banda suma un par de colaboraciones. La nigeriana Yemi Alade agrega vocales en inglés en la canción Conexión total y en Como lo pedí, en la que canta el mexicano Leonel García; una pifia verbal presidencial parece revivir cuando suma en un verso “Como lo quería”. Más allá de ese detalle menor, ambas voces suman, si bien no se les puede catalogar de himnos memorables. Lo bueno: la banda no vive en Saturno. La conexión con los elementos es valiosa y hermosa, pero también muestra una contracara en la canción Tierra, por ejemplo, con un piso de marimbas que desata un suave desgarro y luego una esperanza y un reto de cambio frente a temas difíciles como la explotación en Colombia y en “el pulmón del mundo”. “Están pasando algunas cosas densas en el mundo y tenemos que compartirlas,” dice la cantante. “Hicimos este álbum para que lo puedas bailar en una discoteca, pero, a la vez, tiene un significado más profundo”. Y se le nota.
Considerando lo bien que suena el disco y lo fácil que fluye, queda la gran expectativa de lo que será ver este trabajo interpretado en vivo, cuando se dé la oportunidad, cuando se pueda hacer honor al “perreo con conciencia” que pregona con contundencia sonora.