No es fácil ser erudito y a la vez humilde; contundente y a la vez decente; profundo y a la vez simple. Ricardo Silva Romero lo logra sin ser contradictorio. Este columnista, escritor y guionista lanzará una edición limitada de los libros que publicó durante un poco más de una década, de 1999 al 2011. Este sábado estará junto a Juan Gabriel Vásquez firmando libros en la Librería Nacional del Centro Andino desde las 4 de la tarde. Semana.com habló con él de varios temas. Semana.com: ¿Cómo nace este proyecto? Ricardo Silva: Nació hace casi cinco años, luego de que volví de Seix Barral a Alfaguara. La idea era reeditar y recopilar el trabajo, que está compuesto por siete novelas y dos libros de cuentos, como haciendo un recorrido por un mundo que queda en el mundo. Dos editoras, Carolina López, que hoy es mi esposa, y Natalia García se encargaron de revisar las ediciones sin maquillarlas, limpiándolas como grabaciones viejas, pero dejando intacta la esencia. Gracias a ellas dos tuve la sensatez de no meter demasiado las manos. La idea fue, como se ve en la caja de la colección, ver el edificio completo: hacer evidentes las conexiones entre los relatos, completar el rompecabezas. Había que preservar la esencia. Por ejemplo, la primera novela que publiqué con Alfaguara, Relato de Navidad en La Gran Vía, que escribí a los 22 y publiqué a los 25. Esa fue una novela rabiosa, de esas en las que el protagonista se queja de todo. La escribí cuando iba a salir de la universidad y venía con toda esa rabia acumulada, que es muy sana y útil para los libros, pero, claro, el próximo año voy a cumplir 40 años y no podría volver a escribir algo así. Semana.com: ¿Hay algún común denominador en este grupo de libros? Yo creo que estos nueve libros comparten una serie de personajes que se están enfrentando al mundo como a un enemigo, y hay algo adolescente en todos porque han descubierto que el mundo les hace trampa, que hay una especie de conspiración, y se niegan a rendirse. Son personajes que bordean la paranoia, aunque son muy distintos. Semana.com: ¿Cree que el pesimismo es algo inherente a la juventud? R. S.: Cuando uno es joven su enemigo es el futuro. Se tiene una rabia inmensa porque no sabe quién se va a ser y se está muy amargado porque lo están obligando a uno a ‘ser alguien’, a dar la cara, a mostrar resultados, y uno ve demasiado lejos la posibilidad de definirse y de tener que dedicarse a algo. Es el momento ideal, por ejemplo, para ser poeta o roquero, y sacar toda esa desazón, toda esa extrañeza. Semana.com: Usted es un escritor cada vez más elogiado y es uno de los columnistas más leídos del país, ¿cómo se cuida de la vanidad y los egos? R. S.: Creo sinceramente que escribir ficciones es un trabajo común y corriente. Me siento como los señores que venden carteras en la feria de Usaquén, yo no veo que les dé vergüenza mostrar lo que hacen, ni que miren a nadie por encima del hombro. Lo veo como un oficio artesanal, que en el mejor de los casos afecta a las personas que lo reciben. Soy también muy inconsciente de mí mismo. Me sorprende y me alegra que la gente sea generosa y recibo los agradecimientos, pero eludo, creo que cada vez mejor, la mala leche. Tengo claro que este es un trabajo y no me gusta mucho la parte en la que uno podría recoger su prestigio, como en los festivales. Yo asisto y sé poner buena cara, como una persona adulta, pero ese no es mi interés particular: lo mío es trabajar. Semana.com: En el lanzamiento de El libro de la envidia se habló justamente de la envidia en el mundo de los escritores. ¿Podría profundizar en eso? R. S.: En el mundo cultural, como en el académico, hay un clima muy apto para la envidia porque hay poco qué repartirse. Puede ser porque los escritores se están disputando a los mismos lectores, y entonces, cuando a alguno le va bien, es fácil que el otro piense que le están robando algo. En todos los gremios hay competencia malsana, pero en el mundo cultural está el agravante de que no hay mucha plata. Toda la esperanza está puesta en un supuesto prestigio y en una importancia anhelada, pues allí el dinero no es consuelo ni alivio y poco se ve, y muchas veces sólo queda la fantasía de ser relevante o reconocido. Semana.com: ¿Se ha preguntado si la fama lo podría abrumar? R. S.: Yo genuinamente creo que la fama de un escritor es muy pequeña. Como la de un profesor de universidad, que unos dirán que es muy bueno, otros que no lo conocen y los demás que es un cabrón que raja a todo el mundo y no sabe de su materia. Si usted pone a un escritor en Carulla, como mandando al profesor a la universidad de al lado, seguramente no van a llegar tres quinceañeras enloquecidas a pedirle que le firmen un libro. La fama real la tienen Shakira y James. Uno puede enloquecerse por la frustración de no tenerla, porque se es humano y punto, pero, de nuevo, yo veo ser escritor como ser un artesano, o como ser un zapatero. Estoy contento si veo a alguien con mis zapatos puestos. Semana.com: Con un ambiente político tan desprestigiado y deshonesto, ¿cómo logra escribir columnas contra alguien sin que se le salga la ‘mala leche’? R. S.: Para eso agradezco haber estudiado literatura, y agradezco leerla y escribirla, porque todo el tiempo pienso en personajes. Me acerco a las personas de la política, por ejemplo, como a mis personajes: trato de entenderlos y de ponerme en su lugar. Suelen caernos bien los villanos de las ficciones, y a veces, como pasa cuando se está viendo Los Soprano, se está del lado del mafioso. Se puede leer la política nacional, en fin, con cierta compasión. Si bien resulta imposible ponerse del lado de los peores políticos, no es descabellado tratar de entenderlos. Y darse cuenta de que esa gente, más que malvada y villana, es mediocre. Le falta talento, ese es el problema de fondo. Entonces uno puede tener compasión incluso con, por ejemplo, Roy Barreras o ‘Uribito’. Semana.com: ¿Siente que se la ha ido la mano? R. S.: No, al contrario, me he contenido. Uno podría dejar escapar mucha rabia porque todo es una farsa. Colombia ha sido una farsa desde hace mucho tiempo, una simulación y una guerra. Todos juegan un papel y la mayoría de las declaraciones no son sinceras. Hay pocos políticos cándidos y muchos con mentalidad mafiosa, pero sobre todo muchos sin talento, que no se les ocurren las soluciones. Semana.com: ¿Qué le produce odio? R. S.: Odio las cosas más idiotas, no las importantes. He ido a psiquiatras a preguntar –porque no crea que no me angustio– por qué no reacciono ante los daños que me hacen o me quieren hacer. Luego me he dado cuenta de que saco todo el rencor, todo el dolor escribiendo ficción. Es una necesidad para mí escribir para no acabar de enloquecerme, para no terminar poniendo bombas. El arte –todo el mundo lo ha repetido mil veces– es una terapia. Si uno va a un manicomio, es probable ver a locos pintando. En fin: el caso más grave al que he llegado fue un día que se me estalló el calentador eléctrico y, como no llegaron a la hora que me dijeron, no los dejé entrar y me quedé con agua fría. Soy casi como un defensor del consumidor. Ese es mi talón de Aquiles: ser un 'Tal Cual', pero con una voz normal. Semana.com: ¿Cómo fue lo del psiquiatra? R. S.: Yo fui a una psiquiatra muy buena en un momento importante de mi vida. Porque cuando tenía un revés en mi vida no reaccionaba con rabia, a veces ni siquiera con tristeza, sino comprensivamente. Ella me repitió que necesitaba escribir como terapia, que esa era la conclusión, y prácticamente me expidió un certificado de sanidad. Semana.com: ¿Cómo hace para introducir el humor en sus columnas y libros con este panorama tan adverso? R. S.: Yo creo que el humor es una forma de ser, y que se tiene humor en los textos por lo mismo por lo que uno tiene humor en la vida diaria. Yo tiendo a usar el humor porque es mejor reírse de uno antes de que se rían de uno, como un mecanismo de defensa. Porque a veces –si no siempre– las situaciones son absurdas y es la mejor forma de expresarlas. Siento que el humor es un talento semejante al de la música, un asunto de oído, de lo que los actores llaman el timing para decir las exactas palabras en los momentos precisos. Uno puede arruinar un chiste diciendo una palabra de más. Semana.com: ¿Qué diferencia ve entre escribir ficción y escribir sobre la realidad? R. S.: Tiene que ver con esa frase de que uno se pierde en lo urgente por no fijarse en lo importante. Las columnas responden a lo urgente y la literatura a lo importante. La ficción llega a unos lugares a los que no puede llegar el periodismo, porque toca limitarse y ser justo con lo que pasa. El periodismo es tan noble, que le crea a la ficción una biblioteca para que luego pueda consultarla y hacer lo que quiera con ella, completarla y corregirla. Semana.com: ¿Prefiere uno alguno sobre otro? R. S.: Disfruto mucho la ficción por tener el control de la situación, supongo, pues en el periodismo sólo tengo una de las dos riendas, puedo tratar de que esté lo mejor dicho posible, pero no puedo falsear lo que pasa.En cuanto a la dificultad, es el mismo trabajo, uno necesita que el que lea vaya del principio al final, si no, da igual. Todo debe estar bien escrito y conducir al lector hasta la última frase. El oficio es siempre el de tener el suficiente pulso para que cada frase anime a leer la siguiente, y un párrafo al otro. Semana.com: Su opinión mueve a mucha gente, ¿cómo ve las elecciones para la Alcaldía? R. S.: La situación es dificilísima. Yo querría un acalde mucho más técnico, y aquí veo sólo políticos. Se perdió ese estilo ‘ciudadano’ que se había alcanzado. Mockus y Peñalosa representaban a los ciudadanos, era difícil encontrarles una ideología, los de izquierda los veían de derecha, y viceversa. Ellos habían logrado despojar la alcaldía de los términos políticos anacrónicos. Eso se perdió y ahora lo que viene puede ser triste porque es una campaña setentera, entre la derecha y la izquierda, en el siglo XXI. La elección a la Alcaldía debería ser casi como la del administrador de un edificio. Lo de izquierda o derecha es secundario, deben beneficiar a todos. Lo importante es tapar huecos, tener calles seguras, poder movilizarse, tener una ciudad viable. Semana.com: ¿Ya tiene candidato? R. S.: Pardo me parece un tipo serio y responsable, pero siempre, por político, parece estar en el lugar equivocado. Clara López también es una líder muy valiosa. Pero no sabría si le conviene a la ciudad luego de tantos años de ser gobernados (no administrados) por los mismos. Semana.com: ¿Cómo definiría a Petro? ¡Brillante y nefasto! En cantidades iguales. Dice lo que hay que decir, pero nunca donde debe y cuando debe. Este escenario, Bogotá, no es el lugar para estar gritando, sino para ser prudente, ágil, efectivo y práctico, y él está es en una discusión, en una campaña hacia su futuro. Él no es el administrador del edificio sino un propietario insoportable. El que no deja avanzar la junta, porque no se calla, lleva la contraria hasta a los hechos y no permite ejecutar. Semana.com: ¿Pero se lo imaginó así o le tenía fe? R. S.: Yo pensé que iba a ser flojo, no tan malo, porque no sabía de Bogotá ni le interesaba. Él no había querido ser alcalde de Bogotá nunca, sino que le fue bien en la campaña presidencial y resolvió capitalizar sus votos ahí. Él quería, y quiere, ser presidente. Y todo el mundo quiere ser presidente de Colombia, por supuesto, pregúntele a Danilo Santos, y lo verá. Pero Mockus y Peñalosa encontraron un lugar en el que se sentían a gusto. Luego vino un quiebre muy grande, de pronto, porque se volvió una ciudad muy grande y le estaba yendo bien, y daba una visibilidad que es la gran tentación de los políticos. Semana.com: ¿Qué es lo que más le molesta de Bogotá? R. S.: Yo le tengo mucho cariño porque es mi ciudad, pero en esta época la respuesta es inevitable: mire las calles, es insoportable moverse. Da igual caminar que andar en carro, pero uno siempre que sale tiene la fantasía de que esta vez no va a ser así. Ese problema es muy diciente. Eso, sumado a la violencia de los transportadores, y todo lo que los rodea, me recuerda al viejo oeste. Semana.com: ¿Qué político le parece admirable? R. S.: Mockus es un tipo cándido. Le pregunté hace un tiempo cómo había hecho para votar por Santos luego de que el presidente fue tan mezquino con él. Y me dijo que aunque Santos tenía todos los vicios de la política colombiana, tenía al menos la capacidad de “robarse” las agendas ajenas con lo que le parecía. Pero admirables hay. Admirables me parecen Antonio Navarro, Claudia López, Angela María Robledo, Gina Parody, y si me da más tiempo, seguramente aparecen varios más.