Andrés Oppenheimer es un agudo observador de la realidad en América Latina. Durante años, este periodista argentino de CNN y columnista de The Miami Herald se ha dedicado a analizar la región desde lo político y económico, y también desde sus inmensas oportunidades de desarrollo e innovación.
Su más reciente libro, Cómo salir del pozo, vuelve a visitar estos temas, pero desde una mirada diferente: cómo la insatisfacción de millones se ha traducido en estallidos sociales e infelicidad, incluso en países con buenos índices de crecimiento económico.
Colombia no escapa a ese análisis. Según Oppenheimer, no somos el país más feliz del mundo, como nos han hecho creer, y fenómenos populistas, como el que “representa el presidente Gustavo Petro”, solo han exacerbado esa sensación de insatisfacción y desesperanza en la población. SEMANA conversó con este escritor.
SEMANA: Normalmente, a usted lo leemos sobre temas de política, educación, tecnología, innovación. ¿Qué hace Andrés Oppenheimer escribiendo sobre la felicidad?
Andrés Oppenheimer (A.O.): No es que me haya convertido en un gurú ni que me vayan a ver con una bata blanca predicando. Lo que ocurre es que hay una ola de desesperanza y de descontento en América Latina y el mundo. Y me llamó la atención, tras décadas de escribir sobre economía y política, el modelo chileno y la necesidad del crecimiento económico, lo que veía en varios países. En Chile, en 2019, después de 30 años de crecimiento económico y superación de la pobreza, la gente salió a protestar. Lo mismo pasó en Perú y en Colombia. Eso me hizo preguntarme qué está pasando, que incluso los países que más crecen y reducen la pobreza están teniendo cada vez más gente infeliz.
SEMANA: Y eso lo respaldan las cifras…
(A.O.): Entrevisté al presidente de Gallup, Jon Clifton, y me dio unas estadísticas. Ellos hacen una encuesta anual en 127 países donde preguntan cuán felices somos, en una escala de uno a diez. Y descubrí que, en los últimos 20 años, la gente es cada vez más infeliz, incluso en los países que tuvieron crecimiento económico. Eso se refleja en todas partes: en Estados Unidos con Trump; en gran Bretaña, con el Brexit, y ni hablar de Latinoamérica. Eso me llevó a escribir un libro que ahondara en qué podemos hacer para combatir el atraso económico, el populismo y aumentar la felicidad.
SEMANA: ¿Por qué nos cuesta ser felices? ¿Será que es un concepto que hemos idealizado?
(A.O.): Hay muchos estudios, como los del premio nobel de economía Daniel Kahneman, que muestran que el dinero es necesario para la felicidad, pero hasta cierto punto. Muchos creen que el dinero es proporcional a la felicidad y no es verdad. Yo mismo he entrevistado a billonarios, y ellos no son precisamente los más felices. En los países más felices, como los escandinavos, Dinamarca, Finlandia, la gente tiene un colchón económico que le permiten vivir bien. No tienen grandes millonarios, pero tienen otras cosas: una vida comunitaria intensa, sentido del propósito mayor, políticas públicas para aumentar la felicidad. Entonces, el crecimiento económico es indispensable para ser felices, disminuir la pobreza y aumentar la felicidad, pero no es suficiente.
SEMANA: Llama la atención en su libro casos como el de India, donde usted encontró que la felicidad es casi un asunto de Estado…
(A.O.): Cuando fui a las Escuelas de la Felicidad, en Nueva Delhi, lo hice con escepticismo. Cuando me hablaron de que a los niños les dan clase de felicidad, me pareció un tanto esotérico. Pero cuando me senté en las aulas y vi lo que hacen con los niños, quedé maravillado. Más de un millón en las escuelas públicas tienen una hora de clases de felicidad. Todas las clases empiezan con cinco minutos de meditación, que los pone en una mejor posición para las clases de matemáticas que vienen después, para estar más concentrados. Les enseñan la tolerancia con el fracaso también; ojalá a mí de chico me hubieran enseñado que no hay éxito que no sea el corolario de una cadena de fracasos. Los libros de texto que hay para cada grado cuentan historias de famosos que fracasaron; en una clase, por ejemplo, les hablan de Messi, que llegó al Mundial de 2022, luego de no haber perdido ninguno de los más de 30 partidos previos. Pero, estando allá, pierden con Arabia Saudita, que es cualquier cosa, menos un país futbolero. Y Messi salió a decir: ‘todo el mundo fracasa, esto no nos va a detener’. Y bueno, ya sabemos el final: fueron campeones del mundo. La maestra les cuenta a los niños esta historia y les deja de tarea escribir sobre algún caso de fracaso que han tenido en sus vidas. Los familiarizan con la idea del fracaso desde niños.
SEMANA: ¿La felicidad es entonces también aprender a trabajar las emociones?
(A.O.): Una de las cosas que entendí es que la felicidad se puede aprender. Es un músculo que se puede ejercitar. Está más que demostrado que la gente optimista es más feliz que la pesimista. Hay un estudio de la Academia de Ciencias de Estados Unidos que evaluó más de 70 mil personas en un periodo largo y evidenció que los optimistas viven hasta 6 años más. En Nigeria, les enseñan a los niños sobre cómo luchar contra la corrupción. Y lo hacen con historias ejemplares. Desde niños les cambian el chip. A Martin Seligman, el padre de la psicología positiva, le escuché hablar de esta contradicción: los padres quieren para sus hijos que tengan muchos amigos, que sean felices, que tengan buena salud, pero la escuela les enseña matemáticas e historia. No hay una relación entre lo que quieren los padres y lo que enseñan en las escuelas. Claro, es importante que las escuelas enseñen más y mejor matemáticas, pero eso debería ir acompañado de clases de habilidades socioemocionales para que los niños sean felices en la vida. Un niño feliz será más exitoso como adulto.
SEMANA: Volvamos a lo que detonó este libro. ¿Cómo entender que un país como Chile, que venía creciendo en su economía, de repente se ponga en jaque porque la gente estuvo en desacuerdo con el aumento en el pasaje del bus?
(A.O.): Hay una ola de desesperanza que recorre el mundo. En muchos países, hemos perdido un sentido de lo comunitario. Cosas que son esenciales para la felicidad. Para hacer este libro viajé a los países más felices del mundo. Empecé en los escandinavos, que son aburridos. Pero resulta que ellos tienen una vida comunitaria más intensa que la nuestra. Para ir a Dinamarca, por ejemplo, fue difícil conseguir una cita con alguien después de las cuatro de la tarde, porque todos van a su clase de danza, karate o coleccionismo de filatelia. Todos tienen alguna actividad comunitaria o con alguna ONG con la que colaboran. En Dinamarca, por ejemplo, hay 97 clubes asociaciones de coleccionistas de estampillas. Eso es asombroso. Y en parte ellos son felices por ese tipo de actividades.
SEMANA: Hoy en día existe incluso una ciencia de la felicidad…
(A.O.): Sí, y cada vez más economistas están entrando a esa ciencia. Descubrieron que el crecimiento económico es indispensable, pero no suficiente para lograr bienestar. En Reino Unido, por ejemplo, se hacen encuestas sobre la felicidad y, en las zonas en las que advierten que hay crecimiento de infelicidad, investigan las causas y buscan soluciones, según los intereses de la gente. Son intervenciones focalizadas. Un 20 % de la gente que va al hospital no necesita una receta médica, sino una receta social. Y en Reino Unido, en lugar de darle un antidepresivo, le buscan una actividad para que se sienta más feliz.
SEMANA: En el caso de Colombia, ¿qué logró evidenciar?
(A.O.): Lo que pasó en Colombia es parte del fenómeno mundial de la desesperanza y el descontento. Colombia, aunque en los rankings de alegría sale muy bien parada, es una verdad a medias. Hay rankings en los que te preguntan cuántas veces sonreíste en las últimas 24 horas y otros indagan en la satisfacción de las personas, que es algo más duradero. Y pasa que en los países de Latinoamérica, donde se expresan grandes niveles de alegría, hay también mucho descontento y enojo porque la gente no tiene sus necesidades básicas satisfechas. Colombia, en rankings de felicidad serios, aparece en el puesto 72 de 177 países. Los colombianos son rumberos, divertidos y amigueros, sí, pero cuando les preguntas por su satisfacción de vida, si tienen una vivienda digna o dinero para mandar a los hijos a una buena escuela, están por debajo de Honduras. Colombia tiene como asignatura pendiente crecer económicamente.
SEMANA: Ahora usted hablaba de populismos. En Colombia, ahora mismo, vivimos un gobierno de izquierda alrededor de cual se fundaron muchas expectativas que muchos no han visto materializadas. ¿Esto aumenta la frustración de la población?
(A.O.): Claro que sí. Los salvadores de la patria como Petro o Maduro, tarde que temprano, terminan decepcionando, y más si son impuntuales y faltan a sus citas. Lamentablemente, muchos de ellos ganan elecciones porque se presentan como lo nuevo. Pero la historia nos demuestra que no hay tal cosa como los salvadores de la patria. Colombia se está quedando dormida, pese a que Petro no ha hecho un desastre económico, aunque la economía va a crecer poquísimo este año, un 1 por ciento, según el FMI.
SEMANA: ¿En qué sentido dormida?
(A.O.): Colombia se está quedando dormida, por no decir petrificada, al no aprovechar el fenómeno de tantas multinacionales que se están queriendo ir de China para estar más cerca del mercado de Estados Unidos, por temor a un aumento de las tensiones entre esos dos países o una posible invasión de China a Taiwán. Pero Petro, en lugar de atraer a esas multinacionales a Colombia, que podría ser el segundo país más beneficiado con esta tendencia, después de México. En la cumbre de Davos, a comienzo de año, era una oportunidad única para enviar el mensaje como ‘señores empresarios, vénganse a Colombia, inviertan en el país. Estamos en la misma zona horaria de Estados Unidos’. En lugar de eso, comenzó a despotricar del capitalismo. Petro está desaprovechando esa oportunidad del siglo para Colombia.
SEMANA: Usted ha sido muy crítico además con el manejo que le dio Petro al conflicto entre Israel y Palestina...
(A.O.): Lo dije en una de mis columnas. El presidente Petro tiene una obsesión con Israel y sus habitantes. Se la pasa en su cuenta de X más arremetiendo contra Israel que tuiteando sobre su propio país. Es difícil saber si Petro es un racista o un ignorante, o ambas cosas. Pero sus continuos comentarios en los que compara a Israel con los nazis son obscenos. Trivializa el holocausto nazi y ofende a millones de judíos descendientes de sus víctimas. Y se abstuvo de condenar inequívocamente a Hamás como lo que es: un grupo terrorista. En una entrevista con el portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores israelí, Lior Haiat, le pregunté por qué cree que Petro está tan obsesionado con Israel, y me respondió que, después de los ataques de Hamás del pasado 7 de octubre, el que no condene a ese grupo no tiene corazón.