El portal Kiosko Teatral ha tenido a bien compilar un listado de los trabajos escénicos del presente año para sus premios Esto-Vi 2022. Son 333 montajes presentados hasta el 21 de octubre donde se puede tener una mirada panorámica de lo que ha sucedido en las tablas y en otros espacios de representación de la capital colombiana. El listado, por fortuna, no problematiza qué se considera teatro, ópera, danza, performance y demás derivados de las artes vivas. Allí puede sentirse la vibración de una ciudad con montajes de todo tipo: desde la programación de los espacios convencionales, pasando por las salas de grupos establecidos, los resultados de los premios a convocatorias, los reestrenos (muchos) o los trabajos de estudiantes (muchísimos).
Un caleidoscopio de experiencias que ayuda a tomar una medida de cómo evaluar lo que sucede en un año de renacimiento total de los escenarios y que invita a una reflexión hacia las tendencias que se experimentan en los conjuntos locales o que han pasado por nuestros espacios, sea por festivales, sea por invitaciones privadas. En resumen, es preciso aclarar que aquel que se sumerge en estos ejercicios toma como decisión distintas categorías para realizar balances. En mi caso, no establezco distinciones entre los montajes profesionales y los abiertamente experimentales o incluso académicos. A veces hay sorpresas estimulantes entre jóvenes creadores que apenas empiezan y, al mismo tiempo, decepciones desconcertantes en grupos consolidados. Así que lo mejor, a mi modo de ver, es dejarse llevar por los entusiasmos caprichosos y permitir que la experiencia y el instinto nos guíen para realizar síntesis convincentes. Por supuesto, omito mis propios trabajos escénicos.
Quizás lo más destacable, en términos generales, gira en torno al desconcierto, por decir lo menos, del remedo de Festival Iberoamericano que se vivió en el 2022. Todo parece indicar que el evento ha desaparecido y tan solo queda la franquicia y la nostalgia de tiempos felices. Se anunció un evento en dos etapas que se adelantó a regañadientes, con incumplimiento en la programación y ningún criterio artístico convincente. Por el contrario, el Festa (Festival de Teatro Alternativo) continuó con su destino de presentar grupos de pequeño formato, haciendo énfasis en trabajos locales, sin pretender crear falsas expectativas ni ostentaciones imposibles.
De todas formas, es preciso subrayar que, en el 2022, el público se volcó a las salas. Al contrario de lo que ha sucedido con el mundo audiovisual, las artes vivas han tenido un renacimiento estimulante después de la pandemia. Todos, grandes locaciones, teatros de cámara o espacios no convencionales, han permanecido hasta el tope, destacándose montajes que han sido auténticos taquillazos, como la franquicia denominada Perfectos desconocidos que, en su versión colombiana, se acerca a las doscientas representaciones con el Teatro Nacional La Castellana a reventar. En la otra orilla, el monólogo Orestíada con corazón de mujer (Homenaje a Pier Paolo Pasolini) se lleva, de lejos, todos los aplausos. Tanto su actriz, Valentina Blando, como su director, el invitado Gianluca Barbadori. Y con ellos, El plan según Andrés Caballero.
Por su originalidad y aventura de alto riesgo, destacaría la experiencia titulada Espectros: una cartografía de la peste, del Teatro de la Memoria, bajo la dirección de Sofía Monsalve. Una itinerancia por el centro de Bogotá donde todos, actuantes y testigos, somos víctimas y espectadores. En ese orden de ideas, se sigue consolidando la eficacia de Johan Velandia con El niño y la tormenta, experiencia interdisciplinar de su grupo, La Congregación, con sus primos creativos, el grupo de danza Cortocinesis. Gran espectáculo sin objeciones.
En la misma línea anotaría Hermanos, de la Compañía Nacional de las Artes y Katalina Moskowitcz, que, aunque se trata de una reposición, engalana el teatro La Quinta Porra con su desgarramiento. Con ellos, el grupo La Maldita Vanidad que, bajo la dirección de Jorge Hugo Marín, consigue una nueva cima con Esta cabeza mía que no se puede callar. A su lado, notable el camino que sigue recorriendo Umbral Teatro con su pequeña gran sala, las aventuras individuales de Sebastián Illera (con una versión de la argentina La omisión de la familia Coleman), la persistencia de la nueva generación del Teatro Libre y los monólogos de los siempre eternos miembros del Teatro La Candelaria. No podría olvidarme de la persistencia de Alejandra Borrero y Una noche para siempre, con dramaturgia de Martha Márquez.
Habría que anotar, para finalizar este listado arbitrario, la consolidación del teatro al servicio de grandes causas (Develaciones, de la Comisión de la Verdad), divertimentos femeninos (El burgués gentilhombre, del Teatro Colón y Mario Escobar), así como ambiciosas experiencias operáticas tipo Las bodas de Fígaro, de Pedro Salazar, o Elíxir de amor, de Sergio Cabrera. Y si me piden una emoción sin objeciones, no dudo en aplaudir la exposición de los 40 años de Mapa Teatro en el Banco de la República: maestros totales.
*Escritor, director de teatro, periodista cultural. Profesor de planta del Programa de Artes Escénicas de la Facultad de Artes-ASAB.