Basta con enumerar solo algunos de sus trabajos para dimensionar el peso gigante de Germán Samper en la arquitectura colombiana. Escogió casi por descarte su disciplina, guiado por la influencia de un tío arquitecto que tocaba música y cantaba. Y robusteció su vocación con una estadía en el taller de Le Corbusier en París. El bogotano, que falleció esta semana a sus 95 años de edad, diseñó y construyó edificios, paisajes y maneras de vivir.
En Bogotá deja postales vivas como el Edificio Avianca (arriba), el Museo del Oro y la Biblioteca Luis Ángel Arango. También proyectos de vivienda como La Fragua y la Ciudadela Colsubsidio, que concibió con base en la conciencia social que compartió siempre con su mujer. Lo hizo con el respeto por el espacio y el impulso investigativo que nunca abandonó.
En Medellín creó un símbolo de la identidad de esa ciudad con el Edificio Coltejer (arriba), y en Cartagena dejó el Centro de Convenciones de Cartagena de Índias, en Getsemaní (abajo), un escenario que trasciende las fronteras de la Heroica y pertenece a Colombia, al mundo.
Sus edificios y espacios aún son materia de estudio y análisis, y han sumado al camino de una generación de arquitectos que también viene transformando entornos desde sus diseños y edificios. Uno de ellos, Daniel Bermúdez, habló con SEMANA de lo que Samper, su tío, representó para él, para el ejercicio de la arquitectura en Colombia y para la sociedad. “Germán, como otros arquitectos, de cierta manera introdujo en Colombia la arquitectura moderna, que aún se llama así, y sigue pareciendo moderna”, le dijo a SEMANA. Para Bermúdez, Samper formó parte de una generación junto a Guillermo Bermúdez, Fernando Martínez Sanabria, posteriormente Rogelio Salmona y otros como Gabriel Serrano, que desde 1955 empezaron a hacer proyectos que genuinamente seguían los preceptos de la arquitectura moderna como la entendían en el mundo. “Germán, como otros arquitectos, de cierta manera introdujo en Colombia la arquitectura moderna, que aún se llama así, y sigue pareciendo moderna”, Daniel Bermúdez Le puede interesar: Diez años después de la muerte de Salmona qué pasa con la arquitectura colombiana De las obras que lo marcaron, Bermúdez menciona el Museo del Oro “original”, del que destaca “su relación con la plaza, con el Parque Santander, su austera volumetría y una serie de principios racionales elegantes”, así como la famosa sala de música de la biblioteca Luis Ángel Arango. Hizo ambos trabajos (y muchos otros edificios importantes en Bogotá), con sus socios de la firma Esguerra Sáenz y Samper. Aplicó un enfoque racional en el cual la arquitectura no tenía más de lo que estrictamente necesitaba, línea que Bermúdez, su sobrino y pupilo, ha seguido en sus trabajos.
Museo del Oro. Le puede interesar: Museo Nacional de Catar La flor del desierto Samper dedicó parte esencial de su carrera a su interés por temas de vivienda, que Bermúdez destaca desde su intención no mercantilista: “Germán lo asumió desde la óptica no especulativa, desde la óptica real, social, del usuario y de sociedad”. Empezó con el proyecto de autoconstrucción de La Fragua e integró toda su visión al respecto en los trabajos arquitectónicos y urbanísticos que hizo para Colsubsidio en el occidente de Bogotá. En estos trabajos apuntó al retorno a ciertos orígenes de la ciudad y también a renegar de principios que habían aprendido en sus estudios y en su experiencia en el taller de Le Corbusier.
Ciudadela Colsubsidio Vivienda Multifamiliar. Para Bermúdez, estas propuestas significaron aceptar, de cierta forma, “que las cosas pudieron haber sido mejores y proponer”. Y aprovecha para llamarles la atención a muchos arquitectos y constructores de vivienda popular que desde hace años han optado por abandonar esa línea, pensando más en el lucro y entregando obras de 18 y 20 pisos, sin espacios o rutas de acceso. “Germán seguramente alcanzó a ver algunas de estas obras y a preocuparse muchísimo”. Por último, destaca a Samper como alguien disciplinado, dedicado, con una carrera larga y constante. Y también recuerda con cariño una anécdota que refleja su afición por dibujar. Cuenta que cuando el arquitecto fue a la inauguración del auditorio que hizo para la Universidad Jorge Tadeo Lozano, “en la invitación dibujó lo que estaba viendo y en una nota me explicó por qué le gustaba el auditorio. Sabía mucho de música y de arquitectura para la representación musical, arquitectura para los espectadores, y además cantaba boleros”. Nunca abandonó su pasión por la música y cambió el panorama de Colombia desde su arquitectura.
Sala de conciertos, Biblioteca Luis Ángel Arango