Sergei Shchukin (1854-1936) se convirtió en un coleccionista de proporciones míticas siguiendo su instinto y yendo contra la corriente. Guiado en un comienzo por sus hermanos, especialmente por el menor, Iván, que conocía bien la bohemia vida parisina, Sergei fue puliendo su instinto. Se inclinó por obras que le movían algo, incluso un rechazo momentáneo, como sucedió con la archifamosa La danza, de Henri Matisse, que él comisionó. Genuino, generoso y justo en sus tratos, a Shchukin le iba tan bien en los negocios que lo llamaban “ministro de Comercio”. Por eso, poco le importaba que gran parte de la alta sociedad de Moscú hablara con desdén de su faceta coleccionista. El tiempo lo probó un visionario pero, en su momento, más allá de una fama que creció a comienzos del siglo XX, pasaba todo lo contrario. Sus días de coleccionista terminaron en 1917, pero mientras duraron, en esos primeros años del siglo XX, antes de la Primera Guerra Mundial y la revolución bolchevique, Shchukin abría las puertas de su palacio cada domingo. Así, le permitía a propios y extraños ver su colección, nutrida por decenas de cuadros de Picasso, Cézanne, Gauguin, Matisse, Monet, Renoir, Degas y otros impresionistas y posimpresionistas. Shchukin comenzó a alimentar su pasión tarde en su vida, en 1898, cuando a estos grandes pintores aún se les tildaba de locos sin futuro. En varios reportes de prensa de la época, se le acusaba de corromper a la juventud rusa por mostrar los trabajos que compraba. Aún así, su colección creció, y en las paredes de su palacio se apilaban unos encima de otros decenas de Picasso, de Matisse y más, casi sofocándose.
‘La danza’ (1910), Henri Matisse. La pintura es la estrella de la muestra. Shchukin la comisionó y, al comienzo, le generó más dudas que alegrías. El gozo y las acusaciones terminaron con la revolución rusa de 1917. En su cruzada por disolver la propiedad privada, Lenin expropió las propiedades y las obras del magnate. Con algo de sensatez, el líder bolchevique hizo del palacio un museo de arte occidental. En Francia, donde vivió desde el estallido de la guerra y donde murió, Shchukin jamás volvió a coleccionar. Simbólicamente, las cosas empeoraron con el cambio de mando soviético. En 1948, Stalin anexó el palacio al ministerio de defensa, clausuró la muestra pues la consideraba inmoral, y dividió sus obras entre museos de Moscú y San Petersburgo. Ahora, más de setenta años después, la muestra Sergei Shchukin: Biografía de una colección, en el Museo Pushkin de Moscú, compila casi toda su increíble colección avaluada en 10.000 millones de dólares. Esta se toma la mayoría del museo moscovita, y se distingue de dos intentos anteriores pues incluye más obras que nunca y también integra piezas adquiridas por sus hermanos. La muestra se extenderá hasta mediados de septiembre y, en total, presenta más de 450 objetos entre los cuales se destacan 13 cuadros de Monet, 7 de Cézanne, 13 de Gauguin, 24 de Matisse y 24 de Picasso, así como algunos trabajos de André Derain y de Henri Rousseau, los últimos pintores que lo cautivaron. El tercero de cuatro hijos, nadie esperaba que fuera capaz de liderar el negocio familiar, pero eso hizo. Shchukin se distinguió en los negocios y en la pasión familiar: coleccionar. Sergei empezó tarde, pero todos coleccionaban desde sus gustos particulares. Su hermano mayor Pyotr era fanático de la joyería, de la porcelana y de las antigüedades, y eso coleccionaba. Su hermano Dmitri admiraba la pintura flamenca de los maestros del siglo XVII, y el menor, Iván, que tenía un olfato especial, pero que por deudas que adquiría se vio en necesidad de vender la mayoría de su arte.
‘Retrato del doctor Félix Rey’ (1889), Vincent van Gogh. La tragedia familiar hizo parte de la vida de Shchukin, y solo coleccionar palió su dolor. Entre 1905 y 1911 perdió a su hijo menor, quien murió ahogado, y a su primera esposa, Lydia, que falleció repentinamente; en tanto que su hermano Iván y su otro hijo, Grigori, se quitaron la vida. De pequeño, Shchukin era enfermizo, débil, y tartamudeaba. Pero se enderezó a su manera. Se sometió a jornadas de ejercicio, se volvió vegetariano y adoptó duras rutinas, como dormir con la ventana abierta en los inviernos moscovitas. Resistió a las dificultades, a duras pérdidas familiares y, gracias a esta fastuosa exposición, su legado también se prueba resistente al tiempo. Le puede interesar: El Museo Nacional del Prado 200 años de emoción
‘Puente Japonés’ (1899), Claude Monet. El pintor que lanzó a Shchukin a una cruzada impresionista. La directora del Museo Pushkin, Marina Loshak, destacó en declaraciones a AP que “Shchukin estaba dispuesto a aceptar la falta de comprensión de la sociedad. No solo de su propio ambiente laboral, sino de la comunidad artística, de críticos y de excelentes artistas rusos que no aceptaban a Matisse o al cubista Picasso. Hizo todo esto a consciencia, esperaba esa reacción, estaba encantado con ella”. Curiosamente, sus biógrafos, su nieto André Delocque, a quien Vladimir Putin otorgó la nacionalidad rusa para coincidir con la muestra, y la experta Natalya Semenova, sirven de curadores asociados.
‘Ahaoe feii?’, (1892) de Paul Gauguin. Shchukin, fascinado, adquirió las obras que el francés pintó en la isla. La muestra se extenderá hasta mediados de septiembre y, en total, presenta más de 450 objetos entre los cuales se destacan 13 cuadros de Monet, 7 de Cézanne, 13 de Gauguin, 24 de Matisse y 24 de Picasso, así como algunos trabajos de André Derain y de Henri Rousseau, los últimos pintores que lo cautivaron. Sin Shchukin, un artista como Matisse hubiera podido correr una suerte distinta. Empezó comprándole asiduamente y pronto se convirtió en mecenas del pintor, rescatándolo en momentos duros. Esa relación dejó, entre muchos, un episodio curioso: cuando Shchukin fue a París a recoger las obras que había comisionado, La danza (pieza principal de la muestra en Moscú) y Música, dudó del resultado. Pero en el tren de regreso expresó “pintar estos páneles exigió valentía, y comprárlos exigió mucho coraje”. Pero su cruzada coleccionista empezó antes de Matisse, en 1898, cuando adquirió un Monet y se lanzó a adquirir más de 50 obras impresionistas de Renoir, Degas y Monet. Luego, el trabajo de Cézanne lo impactó, no se quedó con las ganas, y compró sus pinturas sobre la vida en Tahití. Posteriormente, la obra de Matisse, líder del movimiento fauvista y rostro del movimiento de arte radical, llamó su atención y entablaron su peculiar y estrecha relación. Shchukin era de los pocos que apreciaban a Picasso en Rusia, y con él tuvo una relación de amor y odio. Tanto que se rumora que Picasso pintó un cerdo en su honor. Shchukin, sin lío, apreció y adquirió obras de sus periodos rosa y azul, los que llamaban su atención. Le puede interesar: Museo Nacional de Catar La flor del desierto
‘Tres mujeres’ (1908), Pablo Picasso. Con el español, Shchukin tuvo una relación espinosa, pero ningún coleccionista privado tuvo tantas de sus obras. Y atención llama esta monumental muestra sobre Shchukin, que deja en evidencia cómo, a veces, la leyenda se queda corta frente a un legado asombroso.