Nacido en 1950, en Medellín, Sergio Cabrera suma en sus casi siete décadas y media de vida varias existencias y muchísimas facetas.

En lo humano, un pasado intrépido y lleno de ideología lo llevó a los montes de este país y también a China a joven edad. En el cine, con la Estrategia del Caracol (película e hito que cumplió 30 años el año pasado), Cabrera puso a la gente a ir a cine y verse reflejada como pocas veces antes. Con Escalona, en la televisión, cautivó impulsando un tono en el que, hasta ese punto, nadie se había atrevido a narrar en la televisión nacional (por el cual luchó con el famoso libretista Bernardo Romero Pereiro, según reveló en entrevista a El Heraldo)... y así, desde entonces, impactó a su manera con muchas de sus producciones, en las que suele romper con parámetros establecidos. Para la muestra, en 2022, tras años de espera, se la jugó por adaptar la ópera Elíxir de amor y dirigirla.

En medio de su ajetreada agenda actual como embajador en China, Cabrera vino a Cartagena en marzo, donde en el marco del FICCI 63 recibió un homenaje a su trayectoria y aportes a la cultura cinematográfica del país. Allá hablamos con él sobre el momento del séptimo arte y la industria audiovisual. Esto nos dijo.

SEMANA: ¿Le queda tiempo para ver cine en medio de todos estos homenajes?

SERGIO CABRERA: No.

SEMANA: En tiempos recientes, ¿algún director o directora le ha llamado poderosamente la atención?

S.C.: Desafortunadamente, cuando uno pasa la vida rodando no tiene mucho tiempo de ir a cine. Pero, además, estos últimos años he estado en España y últimamente en China. Sí veo películas, lo que puedo, pero no como para recomendar cineastas específicos.

Sergio Cabrera, homenajeado en FICCI 63 | Foto: Janna López / FICCI

SEMANA: En Argentina se desmontan los apoyos a la industria cinematográfica, ¿por qué es importante contar un país desde el cine, y para muchos, por qué es importante que no se cuente con el cine?

S.C.: Lo que está pasando en Argentina ya había pasado en América Latina. En los años ochenta se desmontaron todos los mecanismos de hacer cine en la región, y el cine latinoamericano estuvo agonizando. Recuerdo un momento en el que en Brasil, que hacía 500 películas al año, hacía tres y México hacía dos; y Argentina, dos: y Colombia, una o ninguna, y así... Fue una época muy fuerte del neoliberalismo, y logramos volver a salir adelante. Y sí, lo que está sucediendo en Argentina es un gran retroceso. Ahora, discutir si es importante tener cine o no es una gran obviedad. Podemos vivir sin cine y sin literatura, sin pintura, podemos volver a ser primates...

Sergio Cabrera, homenajeado en FICCI 63 | Foto: CORTESÍA FICCI 63

El efecto que tiene la cultura en el desarrollo de la sociedad es importantísimo. Los científicos y los intelectuales siempre han sido la vanguardia de la política, no al contrario. Eso es algo que digo en un corto que hice en 1978 sobre Alejandro de Humboldt, y eso es lo que planteo, hablando del caso de Humboldt,: que los científicos y los intelectuales son la vanguardia, y después vienen los políticos a aprovecharse de los descubrimientos, reflexiones y/o investigaciones.

Si no se promueve la existencia de la gente que es capaz de crear lo que no existe, el mundo va a cambiar de manera muy negativa.

Entonces, acabar con los intelectuales es muy práctico, pero muy peligroso. Alain Badiou, filósofo francés, tiene una definición bellísima de la función del intelectual, que es darle forma a lo que aún no tiene forma. Podemos no tener un Guernica, pero si no hay un Picasso, no hay un Guernica... y no pasa nada si no hay Guernica, o Mona Lisa, o si no hay películas, no pasa nada…. Pero si no se promueve la existencia de la gente que es capaz de crear lo que no existe, el mundo va a cambiar de manera muy negativa.

SEMANA: ¿Qué dice esa resiliencia el cine ante tantas amenazas?, porque se habló del streaming como el final también...

S.C.: Es muy difícil. Lo que sucede, y está sucediendo, es que ahora las plataformas van a salir a reemplazar al Estado. Yo prefiero el mundo de antes donde yo, como artista, me la jugaba. Yo hago una película con mi dinero, el de mis amigos, la pongo en los cines y la gente decide si le gusta o no le gusta. Eso se acabó. Ahora le tiene que gusta a un señor que viene de ser gerente de Carrefour, y es el que decide qué es lo que le gusta al público. Y él no lo sabe, porque él puede saber qué le gustó a la gente, pero no lo qué le va a gustar al público. Eso lo puedo saber yo, no él. Y estamos en manos de eso. Estamos en El Vaticano: hay que pintar vírgenes, hay que pintar milagros...

SEMANA: ¿Cómo se revierte esta situación?

S.C.: A mi edad yo ya no pienso romper con eso.. y yo trabajo también con plataformas... ahora que estoy de diplomático no, pero lo he hecho. Pero no veo cómo revertirlo. Ese es un trabajo que tienen que hacer los Estados, los políticos. Es un mundo un poco absurdo este, en cómo hemos ido perdiendo libertad. La gente cree erróneamente que ha ganado, pero la gente ahora es más libre de hacer lo que otros quieren, lo que ellos quieren.

Nuestro trabajo como intelectuales no es arreglar las cosas, es poner el dedo, señalarlas para llamar la atención...

SEMANA: ¿Hay temas urgentes en el cine?

S.C.: Yo estudié Filosofía, así que cito mucho a los filósofos. Foucault decía que los intelectuales no estamos para arreglar nada, para modificar nada. Los intelectuales son los cartógrafos de la sociedad, los encargados de trazar el mapa de la sociedad y de señalar los accidentes, los huecos... no lo dice así, pero así lo recuerdo. Y ese es nuestro trabajo. No es arreglar las cosas, es poner el dedo, señalarlas para llamar la atención. Y no hay que perder de vista que el cine tiene que llegarle a la gente. No creo en un cine que pueda dedicarse solo a señalar.