Se le puede llamar una cinta sobre un elefante blanco, y lo es, pero Suspensión se revela mucho más al verla.
Es una radiografía poéticamente oscura de una manera de ejercer control desde la infraestructura; es una cachetada audiovisual sobre la ineptitud aceptada e inescrupulosa de varias generaciones de gobernantes y contratistas que para solucionar problemas mortales dejaron las cosas a medio investigar y medio hacer. Por último, es una carta de admiración a Guillermo Guerrero Urrutia, un hombre que recorrió toda su vida esos tramos y no reparó en anotar lo mal que se hacían las cosas. Esta película les habla a todos los que comparten su humanidad, su respeto por todas las vidas y su ánimo de cambio.
Los colombianos deberían ver esta película y, si tienen hijos adolescentes, deberían llevarlos. Enfurece, duele, y a la vez inspira. Ha sido reconocida en más de 15 festivales internacionales, así que no solo resuena en estas tierras, pero es relevante que lo haga, que aquí se amplifique.
Suspensión se presenta esta semana, cuatro días consecutivos, en la Cinemateca de Bogotá (y otros más después*). Es una experiencia feroz y contemplativa de vastos paisajes, de situaciones risibles si no fueran de lágrima, que ilustra la colonización desde la carretera y deja una postal viva de una maldición que padecen los colombianos (y quizá, ojalá, contribuya a romperla).
El tiempo y el óxido
Dirigida por Simón Uribe y producida por Joaquín Uribe, la película se hace devastadora en sus contrastes. Se sirve del tiempo, del material que se grabó en varias etapas del pasado y de la realidad fantasmagórica más reciente en esos mismos lugares.
El proyecto partió de una investigación sobre la manera en la que el Estado hacía presencia en el piedemonte amazónico, en 2008, y los vio regresar en 2012 y para hablar con las poblaciones locales frente a la posibilidad de (al fin) evitar el Trampolín de la muerte y otros momentos más.
En ese ‘pasado extendido’ de varias etapas se construía la variante (autorizada en el 2000), se veían los renders con muy pintorescos pinos amazónicos y se configuraba un cambio positivo. Pero sucedió lo que sucede demasiadas veces en estas tierras. La obra quedó a medio camino (por falta de dinero y/o licencias ambientales). Un montón de plata terminó esfumándose y la gente sigue corriendo peligros indignantes para transportarse.
Esa evolución natural del elefante blanco colombiano fue llevando al proyecto a derivar en Suspensión. El paso a paso de esa imponente ‘rosca aérea’ que es la variante Mocoa - Pasto ejemplifica el nacimiento de una de tantas violencias en Colombia, en este caso una de infraestructura, que arrastra consigo soberbia de ingenieros, robos calculados, acciones irresponsables, y muertes que se lloran aún.
Experiencia sobrecogedora
Los realizadores parecen haber congelado este hecho para todos. Y tono expresan desde la ubicación de su cámara. Su registro de las interacciones de los ingenieros y obreros con la obra, y luego de la gente que la visita, ofrece también un teatro particular, inusitado. Y mucho deja en los dicientes recorridos que hacen en el viajado jeep (Patrol o Pathfinder setentero) del ingeniero local Guillermo Guerrero Urrutia.
Inesperado o no, la poesía visual es un elemento que pesa fuerte en Suspensión, y el uso de recursos es efectivo en mover entrañas. Las víctimas del Trampolín de la muerte, la carretera de 80 kilómetros de terror y paisajes vastos en el medio de esta historia, arrancan presentes el relato desde su adiós, por medio de los dolorosos audios de prensa radiales que registran tragedia tras tragedia en ese punto.
La fotografía impresiona también, desde su retrato de esos territorios verdes y tupidos del Putumayo, de esas brumas, barros, con planos laterales y cenitales que resultan sobrecogedores y, a la vez, angustiantes en cierta medida (con ayuda de la banda sonora).
La edición ofrece a su vez momentos mordaces. Uno nos revela casi en tiempo real el ridículo de esta carretera de un solo carril, con dos vehículos cara a cara sin poder hacer nada al respeto para pasar. Otro viene precisamente del contraste entre las imágenes de los renders llenos de esperanza seguidas de un plano devastador, quieto, de un container en medio del barro, símbolo evidente de una obra ida al carajo que jamás se completará.
En medio de lo oscuro que refleja la cinta y de lo fuerte de su planteamiento, vale quedarse con la reverencia a Guerrero Urrutia, un hombre que menciona el “mal endémico” de Colombia que parece condenarla a robarse a sí misma, a verse morir y no hacer absolutamente nada al respecto... excepto, comenzar a hablar de los temas urgentes desde su cultura. Mientras eso suceda, no todo está perdido.
*disponible en RTVC Play desde enero de 2023.