Lo anotaron todos los que pasaron por los dos escenarios musicales del Tattoo Fest 2022. Anotaron que reunir a culturas como el rock y el rap, que en el pasado fueron agua y aceite, era una brillante idea porque era posible y era “una putería” verlo suceder. Ya se había logrado, no es la primera edición de este festival, pero sí es la pospandémica, la que en su cartel perdió a Jinjer pero guardó una potente mezcla de géneros con figuras de peso histórico y presente firme, joder: AlcolirykoZ, La Pestilencia, Masacre, Brujería; y con La Etnnia y Apache alineados el cierre de metales varios, beats y rimas domingueras.

Las ganas de la gente de estar ahí y las ganas de las bandas de estar ahí potenciaron toda música y onda. No se sintió nunca un compromiso, sí la entrega absoluta de las partes involucradas. Hubo intensidad, hubo fiestón, hubo buen ánimo. La energía se percibió.

De Koyi K Utho vi la segunda mitad de su espectáculo, y sonaron tan claro y contundente como nunca los había escuchado. Confieso, no han sido tantas veces, pero no había sentido su sonido como hoy, y para esos efectos nunca es tarde. Luego de ellos, Realidad Mental dejó un concierto especial. En medio de beats que calan, el rapero ofrece una voz única (con ecos del canto de garganta difónico), ofrece su arte y su historia de ser. Porque se burlaban de él, le decían o que se fuera a hacer metal u otra cosa. Pero ahí estaba, en ese escenario, congregando, cantando y mezclándose con el público a lo largo de la presentación, abrazando gente, propagando amor. Y todos fuimos testigos de esa ratificación de vida, y también de una colaboración fantástica con La Muchacha Isabel.

Ahora, parece que esta mezcla exitosa de rock y rap, de rap y rock, se logra porque no se trata de los géneros... no directamente. Todo gira en torno al tatuaje, a su ecosistema, a sus seguidores, a su cultura. Ambos se rinden ante este arte de talento absurdo y amplia apreciación, al que el rock y el rap respetan y representan desde hace décadas. Por eso sirven tan naturalmente a su causa. Y lo mejor, la gente que asiste parece entenderlo bien. El festival triunfó en entregarles una tremenda experiencia a los seguidores de ambos géneros, y una rotunda para quien goza de ambas (y pareció ser la mayoría). Y los seguidores de los tatuajes, los tatuadores, sus representantes y sus promotores, hicieron lo mejor para brillar en sus espacios. Profesionales tatuando al ritmo de un evento, eso ofreció también el bien llamado Tattoo Music Fest, eso no se ve todos los días.

El Tattoo Music Fest congrega alrededor del arte que le da su nombre y que lo separa del resto. | Foto: Alejandro Romero

Gambeta de Alcolirykoz comentó como en Medellín, en los noventas, un encuentro así hubiera sido impensable. En Bogotá, el caso seguramente era el mismo, con un panorama de tribus divididas por visiones externas e impuestas sobre lo que se debía aceptar o no, ver como amenaza, o no, cerrando el espectro, haciendo obtuso el ángulo de vista. La noche del 21 de mayo en el Centro de Eventos de la Autopista Norte, hubo una vista abierta, inclusiva, enfocada en lo importante: gozar sin pasarle por encima al otro. Por que incluso el pogo, por naturaleza agresivo, tiene sus normas.

Dilson de La Peste no ocultó su emoción al ver la casa llena con tanta energía y armonía, después de dos años de pausa angustiante sin encuentros, después de que todos reevaluamos lo que significa estar vivos. Y si le metió política al asunto, fue de la mejor manera posible. Dijo que como artistas jamás indicarían por quién votar o no, pero que daba cantaleta sobre informarse y votar pensando en la forma y el fondo del país se quiere. Sonó perfecto desde el respeto por la inteligencia del público y sus propias visiones...

Ahora, cuando se va a ver a La Peste, se sabe que sus canciones tocarán temas que a Colombia la agitan de alma y que lamentablemente no pierden vigencia. El soldado mutilado sigue llorando en el hospital, si le va bien, que usualmente no. Sus matices de héroe son mucho más borrosos que antes para la opinión pública, por macabras razones como los 6.402 Falsos Positivos, pero nada cambia en que él; ese soldado mutilado, sigue siendo un ciudadano joven lanzado a la guerra a la que jamás se le debería lanzar bajo ninguna condición, mucho menos la de ser pobre.

Las canciones se desatan, el pogo arranca y la gente canta mientras volea puño y empujón. Si usted no va a hacer parte del torbellino, más vale plantarse firme, porque vendrán las olas pulsantes, y una que otra ola inesperadísima de contra-pogo, y no se puede descartar un micro-pogo pequeño a sus espaldas, independiente pero no por eso menos impactante.

Porque en un concierto de Pestilencia, inevitablemente se van ampliando estos focos de colisión rockera con el paso de las canciones. Y apenas se desata esa horda en la que todos somos feos hermosos y todos empujamos un poquito (o un muchote), se alcanza a ver en cámara lenta líquido de algún vaso o botella que se proyecta al aire. En el círculo concéntrico más humano de todos, en el hoyo negro donde la gente se empuja y baila, si alguien se cae alguien, se le levanta. La ola golpea, sí, pero no pierde velocidad en asistir y reencauzar a quien se tropieza porque cuenta con fuerza y una masa de cientos de brazos y pies. Esto fue codo con códigos. Pero en cualquier momento puede meterle un puñetazo, en buena fe, y por eso es de lo mejor que se puede experimentar en un concierto de rock.

La Pestilencia lo entrega desde sus himnos coreados, su propio género, su personalidad y su humanidad. Y el bajo sonó particularmente bien. “Los queremos como un hijueputa, manada de mechudos feos y mechudas lindas”, dijo Dilson en un punto, y junto con su banda lo demostró.

Ahora, no sé si haya en Colombia un acto que logre el nivel de jolgorio que consigue AlcolirykoZ. No creo que nada se le compare. Es probado y es perfecto.

La primera vez que los vi fue en el Festival Almax de 2016, ante poco más de cien personas en uno de los escenarios en Corferias. Entregaron un show espectacular. Y esa entrega total no cambia ante mayores audiencias que ahora corean sus rimas y versos, se amplifica. Y como su música ha seguido sumando matices y éxitos, e integrando samples que golpean venas muy por fuera del rap y del rock espectacularmente entregadas, pues también se canta sobre un cariñito con Rodolfo Aicardi y un ratón y un gato quejetas con Cheo Feliciano.

Y suenan también esos geniales scratches, esa batería tromba y esa berraca trompeta que la rompe siempre, a veces en el fondo, a veces protagonista. Todo en genial apoyo a estas dos voces que son ya historia del rap nacional, forjadores de estilo, personalidades alternantes francas, inteligentes, sagaces, observadoras y entretenidas. AlcolirykoZ hace ver el mundo jodido en el que vivimos desde una óptica de celebración, o como mínimo, de reunión.

Ahora, no por eso se evitan versos con carga sobre los ya mismos Falsos Positivos. Lanzan entre muchas frases geniales, unos golpes de knockout arolladores como “vas a recoger café y terminas con las botas al revés”. Ahora, decir que predomina ampliamente el gozo, incluso integrando esos polos a tierra líricos, es decir lo obvio. Parten de lo mejor del espíritu del gangsta rap pero sin imitarlo, forjándolo realmente desde su barrio y su sensibilidad, desde la música que les alegró los diciembres (de los que se han apropiado a su manera), la salsa buena que le piden al taxista y más.

Inolvidables AZ, como la primera vez y como siempre, pero mejores que nunca.

Postales mixtas y borrosas de una noche intensa de sábado en el Tattoo Music Fest 2022 con Koyi K Utho, La PeEstilencia y AlcolirykoZ. | Foto: Alejandro Pérez

Notas de concierto

*Quien escribe esta nota se perdió el cierre de la noche, de brutalidad histórica con Masacre y Brujería; dos espectáculos que duele no haber visto y que sin duda iban a sacudir los fundamentos de un escenario principal que sonó muy bien (y cuyo pecado fue una única salida, estilo embudo, que pide a futuro otra que le ayude con el flujo cuando el festival se llena). A los 42 años, sin embargo, se entienden mejor los límites (así un amable y exhausto paisano de Kennedy que llevaba todo el día en el festival me haya puesto 32).