Hoy, una confirmación más de que soy un viejo (afortunado). Ten de Pearl Jam cumple 30 años de aterrizar en este planeta y puedo celebrarlos porque, en palabras de este particular disco, “I’m still alive”. El tema de la canción Alive es más bien oscuro, no expresa propiamente una reafirmación de vida (en los conciertos Eddie Vedder canta Father por Daddy porque quiere aclarar eso), pero los que no podemos vivir sin música tenemos derecho a apropiarnos de una canción y una letra como bien nos venga en gana, porque inevitablemente las asociamos a momentos vividos y experiencias sufridas. Se quiera o no, esa inevitable magia pasa (y la música de Alive, al menos en los solos de Mike McCready, es una proyección supersónica de vida, así que dejemos el tema en tablas, Eddie).
Muchos otros discos de esos años me marcaron como tatuaje espiritual y me hicieron hijo eterno de los noventas anglos. Entre el 90 y el 92 recuerdo haberme encontrado en Dirt de Alice in Chains (”Candles red, I have a pair, Shadows dancing everywhere, Burning on the angry chair”, joder), en Badmotorfinger de Soundgarden (”I’m looking California, and feeling Minnesota”, joder), en Nevermind de Nirvana (”A denial, a denial, a denial, a denial, a denial”, ¡cómo no!), y, así vinieran de California, en Core de STP con su inolvidable Plush y otros sonidos que alimentaban la época como los de RHCPeppers en Blood Sugar Sex Magik.
En mi cabeza y corazón todos estos se unieron maravillosamente a lo recogido en el pasado: una ecléctica mezcla de Iron Maiden, Metallica, Hombres G y Compañía Ilimitada (el lado más ‘feliz’ con influjo de Charly García, Prisioneros y Soda Stereo); hits de la radio como Beds are Burning de Midnight Oil; algo de Silvio Rodríguez de parte de mamá y de Guillermo Portabales y Lucho Bermúdez de parte de papá; y Depeche Mode de parte de mi hermana.
Ahora, ‘Ten’ se separaba del resto. Se sentía mío. La mayoría de enormes bandas que de niño escuché llegaron a mis oídos por mi hermano, incluso Alice in Chains y Nirvana, pero a PJ sentía como la banda de la que podía ser seguidor y decirlo. De todas lo fui, siempre, pero con PJ lo dije de inmediato, y por eso reclamo abusivamente este cumpleaños como mío (#apropiación).
Seattle / Bulevar
En Bogotá, en la burbuja de suburbia noroccidental capitalina que aún habito (con un sexi Bulevar referente), resonaba conmigo la angustia existencial de los chicos sin destino del noroeste estadounidense que hacían bulla desde garajes y mandaban señales musicales al mundo, genuinas y hasta replicables. La bacanal del sexo, drogas y rock’n’roll de los setentas y ochentas (que aprecio altamente desde su virtuosismo y elemental capacidad de rockear sabroso, pero jamás me habló), se diluyó cuando Nirvana se convirtió en fenómeno mundial y mandó a los hasta entonces reyes de la colina al retiro momentáneo o a la reinvención.
Mi hermano tenía una banda, tocaba batería en ese momento. Él siempre conectó más con la escena de Los Ángeles, con la rebeldía axlroseana, pero me abrió la puerta a Seattle y me regaló una escena. Gris, oscura, deprimida y deprimente, ácida pero franca en sus narrativas y críticas. De paso, en el colegio también di con los locos que escuchaban esta música, con los que querían cantar Rooster o Junkhead de AIC al tiempo que In Bloom o Drain You de Nirvana. Y eso intentamos hacer. A Pearl Jam, más complicado de tocar... lo dejamos quieto.
Las muertes asociadas a la escena de Seattle en los años noventa no dejarán de golpear, Kurt Cobain, Layne Staley, Scott Weiland, y Chris Cornell, fueron artistas generacionales, y así se les recuerda. Prefiero, quizás como mecanismo de defensa, quedarme con la música, con elementos como la causa feminista de Cobain, la voz hecha espíritu de Layne Staley y más impactos positivos que me han dejado.
No he pisado Seattle, espero hacerlo algún día así sea por nostalgia mal ubicada. Sé que de muchos de sus músicos me hice seguidor vitalicio. Saludos a los caídos, desde donde nos acompañen, y también saludos a ese joven que tocaba a la guitarra llamado Jimi Hendrix.
Primera impresión
La primera canción que me llegó de Ten fue Alive, y lo hizo gracias al video que MTV tenía en rotación y se grabó en una presentación. En esa época uno veía MTV en la casa del amigo gomelo (gracias, amigo que ya no me habla). Además de la canción maravillosa, el video mostraba las literales monerías de las que Eddie Vedder era capaz en escena (increíble ver aún como se trepaba, se lanzaba al público y, más aún, que no le haya pasado algo); también sus caras intensoides, inequívocas muestras de entrega y de que andaba en una frecuencia única con su banda y voz en ese punto del tiempo.
La unidad que grabó el disco : Jeff Ament, bajo; Stone Gossard, guitarra rítmica, Mike McCready, guitarra líder; Eddie Vedder, voz; Dave Krusen, batería (la posición más volátil de la banda, hoy en posesión de la roca Matt Cameron, ex Soundgarden).
Esa primera impresión de Pearl Jam reveló algo que no ha dejado de mostrar en sus décadas de recorrido: devoción por el concierto en vivo y la intención de hacer una experiencia única de cada uno. No son muchas las bandas que tocan un setlist diferente todas las noches de sus giras, por más de tres pinches horas. Esto tocaron en noviembre de 2015 en Bogotá.
Once pistas necesarias
El disco empieza, “Once upon a time I could control myyyyyself...” truena. Once anuncia el tipo de disco que será desde la construcción de sus estallidos; “Es ‘este’ tipo de clásico”, parece gritar. Le siguen la genial Evenflow (mi primera favorita), la ya mencionada Alive, y la galopante Why Go. Un inicio increíble, incesante, pero entonces aterriza el himno al amor perdido, roto, inalcanzable, irrecuperable, imposible, llamado Black... Este no deja de poner la piel de gallina en su fluctuación entre la luz del sol que se quiere y el frío de la soledad no buscada que se tiene.
“I know someday you’ll have a beautiful life I know you’ll be a star In somebody else’s skyBut why, why, why can’t it be... Can’t it be mine, mine”.
No se ha recuperado uno del cierre emocionalmente devastador cuando las cuerdas del bajo de Ament introducen Jeremy, una canción inolvidable e intensa sobre un niño librado a su suerte, lleno de olvido, lleno de rabia, que toma medidas desesperadas en clase, con consecuencias mortales. Los temas que toca Pearl Jam en Ten traducen a familias disfuncionales, a jóvenes angustias que se hacen adultas, a padres ausentes, a depresiones y sueños rotos, tan vigentes como en 1991, pero sería ciego decir que la música transmite eso. En esa dualidad entre las letras y la música, en la hermosa expresión del dolor y la melancolía, esta banda se hace enorme.
La banda entonces emprende el cierre histórico: abre con una introspectiva y universal Oceans, un mar de esperanza que promete con luz sonora y vocal que “the currents will shift”; sigue con la descarga feroz de Porch y con Garden, un absoluto monstruo de canción que considero, hoy, mi favorita del disco. Por ultimo, la agitada Deep que entregaron con furia en Bogotá antes del final, de Release, ese canto al padre que para cada quién simboliza ese algo que se debe dejar ir... “Ohhhhhhhh..... OOhhhhhhhhhhhhh”...
Ten no tuvo éxito en un principio. El meteórico ascenso de Nirvana ayudó en ponerlo en el radar, y luego se hizo indetenible en su propia ley hasta vender, solo en Estados Unidos, más de 13 millones de copias. A estas dos bandas (y a otras más mencionadas) se les agrupó bajo la palabra grunge, que más remitía a la procedencia geográfica y a un momento histórico que a un sonido y a un género. No sonaban parecido, pero si se puede convenir en que sus temas podían encontrarse.
También se puede convenir en que juntos le hablaron a una generación desde sus letras y sus tonos, oscuros, poéticos necesarios. Pearl Jam, a su manera, esto sigue haciendo. Por otros 30 años más. Salud.