Con la muerte de Teresa Berganza, las banderas de los primeros teatros del mundo están a media asta. Fue mucho más que una buena cantante. Su deceso, a los 89 años, viste de duelo al medio musical español. Fue una de las protagonistas de la Segunda Edad de Oro del canto en su país.

Allí, el canto lírico ha tenido dos grandes momentos. El primero durante el siglo XIX; el segundo, en el XX.

El tenor Manuel García (Sevilla, 1775-París, 1832) pasó a la historia porque en 1816 cantó la parte del Conde en el estreno de El barbero de Sevilla de Rossini. Sus hijos se dedicaron al canto y tres pasaron a la historia. A la mayor, María Felicia (París, 1808-Manchester, 1836), que era soprano, la consideraban española; se convirtió en la más grande soprano de su tiempo como la Malibrán. Seguía Manuel Patricio (Madrid, 1805-Londres, 1906), que de todas maneras iba a hacer historia como barítono, como maestro o como inventor del laringoscopio. La tercera, Paulina (París, 1821-1910), era mezzosoprano; igualmente legendaria como cantante y como intelectual, se le conocía como Pauline Viardot, fue amante de Turguéniev e íntima amiga de Brahms; para ella escribieron óperas Gounod y Meyerbeer. Esa época llegó a su máximo esplendor con Adelina Patti (Madrid, 1843-Gales, 1919), que no era de la familia, pero fue la prima donna más grande de su tiempo y tal vez de todos los tiempos; la Patti amasó una fortuna que nadie, después de ella, ha conseguido superar y se dice que cuando oyó su voz en un disco, rompió a llorar: “Ahora entiendo por qué soy Patti”.

La constelación de la Segunda Edad Dorada la conformaron la soprano Victoria de los Ángeles; el tenor Alfredo Kraus; la soprano Pilar Lorengar; Montserrat Caballé, soprano; Teresa Berganza, mezzosoprano; Jaime Aragall, Plácido Domingo y José Carreras, tenores los tres.

Las relaciones entre ellos no eran fluidas. Unos y otros se censuraban, por su proximidad con el régimen de Franco, por el poder que detentaban en algunos teatros o por la búsqueda de la fama a cualquier precio. Probablemente, los menos beligerantes fueron Aragall, Lorengar y la Berganza. Cada uno de ellos tuvo lo suyo y aseguraron un lugar en la historia del canto.

Victoria de los Ángeles

Barcelona, 1923-2005

Una de las artistas más respetadas del siglo pasado, Victoria de los Ángeles; de todos, fue la única que logró labrarse una carrera multifacética, en la música antigua, como Liederista, es decir, como intérprete de la canción culta alemana, de la canción francesa y, desde luego, la española. Se le consideró igualmente idónea para la ópera francesa que para la italiana. Fue la primera española en llegar a cantar Wagner en Bayreuth, y en todo lo que hizo se le consideró un modelo de refinamiento, inteligencia y cautela.

“Nunca fui cantante de griteríos y por encima de todo preferí la intimidad del recital”, declaró en una oportunidad en Bogotá. Fue una de las primeras sopranos de la historia en abordar la Carmen, de Bizet, original para mezzosoprano, por la opulencia de su registro grave.

Pilar Lorengar

Zaragoza, 1928-Berlín, 1996

Aunque se inició en la zarzuela, paradójicamente su carrera se desarrolló fundamentalmente en Alemania, concretamente en la Ópera alemana de Berlín. Es probable que en materia estilística haya sido la cantante española más versátil del siglo XX, porque con igual autoridad iba de la ópera italiana a la francesa, la rusa, la checa y la alemana. Se le consideró una intérprete profunda, dueña de una de las voces más bellas del siglo y su presencia en escena, una garantía. Algunas de sus grabaciones de óperas de Verdi y Mozart son modelo de interpretación. De todos, probablemente la menos habitual en el medio musical de su país: Nueva York, San Francisco, París, Milán, Viena y los teatros alemanes fueron los más frecuentes en su gloriosa carrera.

Alfredo Kraus

Las Palmas de Gran Canaria, 1927-Madrid, 1999

El tenor canario se labró su nicho en el mundo con una estrategia muy poco usual entre los tenores: cuidar su voz al extremo de reducir su repertorio apenas a unos pocos títulos, que llegó a dominar de manera asombrosa. Lo suyo era el repertorio lírico ligero y de ahí no se movió jamás. Su presencia en el escenario era elegante y sus agudos emocionaban al auditorio hasta lo inimaginable. Fue el más duro crítico de sus colegas, jamás se permitió tomar parte en megaconciertos en los estadios, que, consideraba, degradaban su profesión y su arte. Kraus saltó a la fama de un momento a otro cuando en Lisboa hizo La traviata, de Verdi, al lado de la Callas en 1858. Su carrera fue excepcionalmente larga.

Jaume Aragall

Barcelona, 1939

De los tenores españoles, es probable que la voz de Aragall fuera la más bella. Su carrera despegó cuando se alzó con la medalla de oro del Concurso Verdi de Busetto, que lo llevó a debutar en cosa de semanas en La Fenice de Venecia y luego en La Scala. Se ha dicho que pocos tenores han conseguido manejar su instrumento con la sensibilidad que tuvo Aragall para manejar el suyo. Las casas disqueras se peleaban para tenerlo encabezando sus elencos y lo propio ocurría con los primeros teatros de Europa y los Estados Unidos. Si Aragall no voló más alto, no fue ni por voz, ni por la autoridad que emanaba de sus interpretaciones, sino por la limitante que le impuso padecer de pánico escénico. Para él, la sola idea de enfrentar el público era un suplicio que, en más de una ocasión, llevó a la ruina sus actuaciones, cuando no a cancelarlas.

Montserrat Caballé

Barcelona, 1933-2018

De la catalana más universal de la lírica se dijo que poseyó, junto con Rosa Ponselle y Leontyne Price, el más poderoso instrumento de soprano del siglo, que ella doblegó a su antojo con una técnica sin precedentes. La respiración de Caballé era inagotable y sus pianísimos forman parte de la historia. Aunque su repertorio fue particularmente extenso, su medio natural fue el bel canto, en el que bordó faenas, hasta la fecha, no superadas por ninguna de sus sucesoras. Saltó a la fama internacional en 1965, cuando fue llamada para reemplazar a una colega en Carnegie Hall de Nueva York. En 1986, al lado de Freddie Mercury, se dio el lujo de convertirse en estrella del rock. Extendió su carrera más allá de lo tolerable y su final fue lastimero. Se decía que el Liceo de Barcelona era la extensión de la sala de su casa y que era quien manejaba allí todos los hilos.

Plácido Domingo

Madrid, 1941

Probablemente el tenor más poderoso y ambicioso de todos los tiempos. Su nombre ya está escrito con letras de molde en la historia y algunas de sus interpretaciones son el modelo que siguen hoy en día las nuevas generaciones. Su carrera internacional se remonta a 1966, cuando hizo su debut en la Metropolitan de Nueva York. Es necesario decir que estuvo en posesión de uno de los instrumentos más sólidos de todos los tiempos, que le permitió reinar, en plenitud de facultades, en los escenarios durante casi medio siglo. Con tal de mantenerse vigente, cuando el repertorio tenoril se alejó de sus posibilidades, resolvió abordar, con mucha menos autoridad, el de los barítonos. Las acusaciones de acoso sexual que se divulgaron como pólvora por el mundo entero empañaron el final de la carrera de una de las voces más poderosas del siglo XX.

Teresa Berganza

Madrid, 1935-San Lorenzo de El Escorial, 2022

La única mezzosoprano del grupo y una de las más aplaudidas, queridas y respetadas, no en España, sino en el mundo entero.

Al igual que Kraus, su carrera despegó en 1958, como Neris de Medea, de Cherubini, en Dallas, al lado de la Callas, de quien guardaba el mejor recuerdo. Cantando su repertorio natural, compuesto por óperas de Mozart, Händel, Gluck y Rossini, se hizo querer y respetar del público del mundo entero, porque su manera de cantar parecía imposible de superar. Hasta 1977, cuando a instancias del director Claudio Abbado resolvió hacer la Carmen, de Bizet: la suya fue una manera novedosa y medio revolucionaria de abordar el personaje de la gitana y la consagró como una de las grandes cantantes del siglo; muchas intentaron imitarla, pero fue imposible: su Carmen fue única. Gran intérprete de la canción española y de las romanzas de zarzuela, murió convertida en leyenda viviente.

José Carreras

Barcelona, 1946

Protegido de la Caballé, que lo amadrinó en sus inicios. Parecía predestinado, porque debutó siendo apenas un niño en El retablo de maese Pedro, de Manuel de Falla, y ya adulto, en Norma, de Bellini, al lado de su mentora en el Liceo de Barcelona.

Carreras se convirtió en el tenor mimado de directores como Herbert von Karajan y sus grabaciones inundaron el mercado. Pero en 1987, cuando se encontraba en la cúspide, fue diagnosticado con una leucemia, de la cual se recuperó. Bien por la agresividad del tratamiento o por abordar roles, aparentemente, por fuera de la naturaleza lírica de su voz, fue inminente su retiro de los escenarios de ópera, lo contrario del cauteloso Kraus. A lado de Domingo y Pavarotti tomó parte en los publicitados megaconciertos de Los Tres Tenores de los mundiales de fútbol. Nunca volvió a pisar un escenario de ópera.

Eso sí, al igual que sus compañeros de esta Edad de Oro, sus grabaciones testimonian que fue otro grande de España.