Desde que estalló la guerra de Siria en 2011 y posteriormente cuando el grupo terrorista Estado Islámico, también conocido como Isis, comenzó a conquistar el territorio de ese país y de Irak, la atención del mundo se centró en los millones de desplazados y de víctimas de la violencia. La crisis humanitaria hace que pocos piensen en el daño que los cañones, los bombardeos y los saqueadores han hecho a los tesoros culturales. La situación es tan grave que la Unesco los añadió a su lista roja de patrimonio en peligro. En un comienzo, lugares como el castillo medieval Crac de los Caballeros, construido por los cruzados en el siglo XII y declarado Patrimonio de la Humanidad en 2006, se vieron afectados por estar en medio del campo de batalla y parte de sus imponentes murallas se desmoronó por los cañonazos de la guerra. Eso mismo ocurrió con las ruinas de los pueblos bizantinos del norte de Siria, que datan del siglo I hasta el VII, y con la antigua ciudad de Bosra de cuyo esplendor ya se hablaba en tiempos del faraón Tutmosis III. Pero los grupos armados pronto se dieron cuenta de que el saqueo de estos lugares podía constituir una importante fuente de ingresos. El desvalijamiento de la ciudadela araméica de Palmyra le generó a Isis ganancias de cerca de 36 millones de dólares. Dice el periodista Niklas Maak en el diario Frankfurter Allgemeine que el tráfico de antigüedades se ha convertido –junto con la venta de armas y la explotación ilegal de petróleo–, en una de las principales fuentes de ingreso de los terroristas. Bajo el dominio de Isis este tipo de negocios son legales y lo único que exigen a cambio es el 20 por ciento de las ganancias. A las bandas de ladrones locales y a los ciudadanos desesperados por la escasez de dinero, se les sumaron traficantes de todas partes del mundo que, conscientes del valor de los objetos, quieren aprovechar para sacar su tajada. La guerra dejó a los milenarios castillos, ciudadelas y templos sin un solo guardia que proteja sus tesoros, y por las fronteras con Turquía y Arabia Saudita es fácil sacarlos, hacerles papeles falsos y venderlos en los mercados de antigüedades. El nivel de desvalijamiento es tal, que paredes enteras decoradas con coloridos mosaicos desaparecieron de la ciudadela de Palmyra, cuyo templo –según dice la Biblia hebraica- fue construido 2.000 años antes de que llegaran los romanos. Los arqueólogos pusieron el grito en cielo pero hasta ahora las medidas adoptadas por los organismos internacionales no han tenido éxito. Varios museos y casas de subasta europeas y norteamericanas dejaron de comprar antigüedades sirias e iraquíes, pero no todas se rigen por los mismos estándares. Hay quienes se preocupan más por la autenticidad del objeto que por la manera como haya salido del país. Para entender el valor de lo que se está perdiendo vale la pena echar una mirada atrás. Siria e Irak hicieron parte del poderoso imperio mesopotámico que se ubicó entre los ríos Tigris y Éufrates alrededor del 6000 a.C. Allí se desarrolló la arquitectura, comenzó el comercio, se creó la moneda, las carrozas de caballos, los sistemas de drenaje, las matemáticas, la astronomía, la escritura, el papel, la tinta y los dados, según cuenta Will Durant en su Historia de la Civilización. La gloria alcanzada por estos pobladores duró varios siglos y ellos dieron origen a todas las civilizaciones de Occidente. Los egipcios heredaron mucho del mundo mesopotámico y hoy sus creaciones corren la misma suerte. Aprovechando el caos que vive el país desde 2010 –dijo al diario The New York Times la arqueóloga egipcia Monica Hanna–, los contrabandistas saquearon todos los lugares arqueológicos y desocuparon varios museos de provincia casi por completo. Por eso el Museo Egipcio del Cairo –el más importante del país– está rodeado de tanques que protegen, entre otros, el tesoro de la tumba de Tutankamón. Las victorias acumuladas por Isis lograron que el panorama fuera aún más desconsolador. Al lucrativo negocio del saqueo de antigüedades, el grupo de terroristas suníes le sumó la destrucción de los lugares sagrados de quienes no comparten su exagerado código moral. A su paso arrasan con iglesias, sinagogas, mezquitas chiitas y monumentos. Publican en internet los videos de las construcciones volando en mil pedazos para infundir miedo. El mensaje es que quien no se adhiera a su fe pagará las consecuencias. Fernando Báez –historiador y miembro del Comité de Patrimonio Cultural de la Unesco- explicó en una entrevista con La Nación de Argentina que “la guerra no se gana solo con la muerte física del enemigo. Es necesario desmoralizarlo con la destrucción sistemática de su patrimonio cultural, de su identidad y de lo que considera sagrado.” Eso fue lo que ocurrió durante la guerra de Irak en 2003. El museo y la Biblioteca Nacional de Bagdad –dos de los centros culturales más importantes del mundo– perdieron 15.000 piezas, 1 millón de libros y 10 millones de documentos con información invaluable sobre la cultura del país y la historia de la humanidad. Como quedó demostrado desde el incendio de la biblioteca de Alejandría, la guerra no solo acaba con la vida de las personas, sino también con el conocimiento que pertenece a toda la humanidad.