Mira menos a los aparatos de Batman que de costumbre. Es decir, casi que los desprecia esta película de Matt Reeves, que a las altas expectativas asociadas a su protagonista y al personaje que interpreta les cumple siendo diferente en la posible medida.

The Batman mira hacia adentro, a un niño roto tratando de ubicarse, como adulto, del buen lado de las cosas en un mundo podrido, esto mientras encuentra en el camino a otros niños pasar por situaciones parecidas, mucho más duras incluso. Esta película narra casi desde un diario personal y mira también, desde su antagonista, a la hipocresía social, a las buenas causas que terminan disfrazando grandes crímenes y a las venganzas como lastres que hay que redefinir.

No es mejor que las versiones fílmicas más destacadas del superhéroe ni peor que las peores, pero sí está a la altura al ofrecer la introspección emocional de una historia revisitada por decenas de caricaturistas e ilustradores desde 1939 y al menos cinco reputados directores de cine en los últimos 30 años; y eso cuenta. ¿Alcanza a transgredir lo suficientemente como para agitar fundamentos y volar cabezas? No, pero la mirada es fiel a estos tiempos de revisiones personales y la experiencia en el teatro es valiosa para quien el personaje significa algo parecido a una posibilidad no finita.

Este de Robert Pattinson es un Batman honroso, si bien es difícil medir sus vulnerabilidades, un hecho extraño para la audiencia. Es un Batman que premeditadamente desatiende ciertos fetiches importantes para otras versiones. No es el mejor y no lo pretende, pero profundiza en el diálogo interno y en las posibles fallas humanas de su padre y de su madre como ninguno lo hizo antes. Este es su piso nuevo, y marca mucho del tono casi investigativo de la película, que a veces parece cercana a Se7en de David Fincher.

Y en el rompecabezas, sus coprotagonistas suman su cuota: Zoë Kravitz lo hace bien como una Gatúbela casi silvestre de máscara de lana que crea un lazo especial de compinchería y atracción con el hombre murciélago; Jeffrey Wright, en el rol del detective Gordon, entrega el policía honesto y aliado que necesita Batman en medio de tanta corruptela normalizada. Y por último, el Alfred de Andy Serkis también guarda sus momentos simbólicos, si bien no carga mucho peso en sus arrepentimientos y en sus reproches.

Su villano, el Acertijo, interpretado por Paul Dano, es desconcertante y dicta la parada desde su primer golpe en la noche de Halloween. No lo hace mal, aunque su disfraz no deja de ser extraño y, de nuevo, combate los ecos del insuperable rol que dejó el Guasón de Heath Ledger (de nuevo con las comparaciones odiosas). Ahora, este Acertijo toca un elemento de tiempos modernos y redes sociales que otros antagonistas no habían explotado en cintas anteriores, y ahí se separa, se hace más presente y más viral a futuro. Del lado de los personajes cuestionables, Colin Farrell entrega un pingüino secundario y John Turturro encarna al mafioso Falcone, que deja una escena potente que siembra dudas en el protagonista y se justifica ampliamente.

La cinta ofrece sus desconciertos subjetivos, claro está. Hay algo en la música de Michael Giacchino que a veces se eleva pero a veces parece corresponder a otra película. Aún así, su espléndida ejecución en un piano soberbio y sus momentos de gran orquestación no dejan duda cuando cuajan. A nivel musical, los pianos de Giacchino se complementan también con la versión original de ‘Something In The Way’, de Nirvana (la pista 12 de su famosísimo Nevermind, quizá la más turbia de todas) para reforzar el tono. El impacto no es menor para quienes vibraron con ese disco.

Más allá de las altas y bajas (cada quién encontrará las suyas), desde su gran factura visual y tono narrativo la película sí expande la tradición de un personaje de cómics que ha cultivado millones de seguidores desde que Bob Kane y Bill Finger lo crearon en 1939. En 2019, Batman festejó 80 años de fascinar audiencias y, como lo prueba esta cinta, seguirá dando pie a más entregas. Por lo pronto, esta llega a Colombia este jueves 3 de marzo, donde estará disponible en salas y en IMAX, siempre una opción a considerar por la escala de imagen y sonido.

De algo no cabe duda, The Batman dará mucho de qué hablar. Eso hacen las películas del hombre murciélago desde que existen: son fenómenos culturales, marcas de época. Y en estos tiempos de guerra, la gris entrega de Reeves logra conjugar un mensaje esperanzador desde el arco psicológico de su sacrificado personaje multimillonario. Se le ha tildado de ‘emo’ al Batman de Pattinson, y desde muchos detalles como los ojos oscurecidos de su protagonista esta estética sentimental se abraza y le sienta bien.

Escalafones inevitables

Para los millones que ya han disfrutado de enormes versiones de Batman en la gran pantalla, especialmente del de Michael Keaton bajo el mando de Tim Burton en dos películas y del de Christian Bale bajo el timón de Christopher Nolan en tres producciones, las comparaciones serán inevitables. Lo mismo les sucedió a George Clooney, Val Kilmer y Ben Affleck en su momento. Pero, a diferencia de estos tres últimos, The Batman y Pattinson sobreviven el yugo de lo fácilmente olvidable porque en su propuesta extensa mantienen la atención del público. Y todo influye en este tercer lugar histórico momentáneo: puesta en escena, actuaciones, antagonistas y riesgos emocionales.

La propuesta de Reeves (quien se hizo a un nombre dando nueva e intensa vida a dos de las tres películas de la saga de El planeta de los simios en la década pasada,) es, pues, la de lluvia por dentro y por fuera, y si algo establece como debe es una Ciudad Gótica corroída, el tipo de lugar con el que los colombianos se pueden identificar porque simbolizan las venas por cambiar.

La apuesta, antes que la de una película de superhéroes, es una de pistas y acertijos que llevan a secretos dolorosos por descifrar. Este thriller lento no pone la piel de gallina pero intriga en su búsqueda y crea un espacio anímico. Mira a la mugre del mundo pero revisando la de adentro siempre. Aquí hay retos personales, hay llamados constantes a las infancias rotas olvidadas en medio de “problemas más grandes”, hay venganzas que quizá deben dar paso a otras necesidades más altruistas. Hay un montón de puños y disparos también, pero parecen secundarios.

Por algo esta película no mira con el fetichismo habitual al Batimóvil, si bien tiene su escena importante. Y en el traje tampoco repara mucho, y se ve hasta curioso. Hacen parte de la historia, claro, los aparatos, especialmente unos lentes interesantes, y el traje, que vemos acompañado de botas robustas y un marco amplio para el rostro. Pero aquí, sobre todo, escuchamos unas voces, internas, externas, contenidas, usualmente, hasta que estallan. Aquí no hay temor a mostrar ojos llorosos.