Tarsem Singh entró subrepticiamente en el radar de muchos en Colombia por medio de un videoclip musical que todavía reverbera. A “Losing My Religion”, ese clásico de R.E.M. al que no le pasa un día, el director indio le entregó una obra visual tan intemporal como la canción, y esa característica permea mucha de su producción fílmica. La ostentan sus películas fundacionales y más reconocibles.
Su ópera prima, The Cell (2001), es una obra visualmente impactante, que no deja a nadie indiferente con su increíble personaje antagonista (Vincent D’Onofrio) y sus visuales, por más que se critique a su historia y a su protagonista (Jennifer López). A Colombia llegó a cines y puso a Tarsem en el radar de directores prometedores.
Pero esto no sucedió con su película siguiente, The Fall, una que planeó toda su vida, la que mejor refleja sus absurdas cualidades: su poética composición visual; su necesidad patológica por encontrar la locación perfecta y ubicar la cámara; y su independencia de los efectos especiales.
Sobre esta película y su camino surrealista desde filmarse hasta llegar ahora al gran público del streaming, hablamos con Tarsem Singh. Recibió el llamado luego de estrenar esta versión restaurada y recargada en el Festival de Locarno. La vio emocionado con su familia, acompañado por Catinca Untaru, la niña protagonista (hoy una mujer adulta), que hace de la película una experiencia mágica y fresca. Pero no lo hace sola, en contrapunto con Lee Pace, el otro actor protagonista, se retroalimentan y ofrecen una memorable interacción entre inocencias infantiles y complicaciones adultas.
En la producción de esa segunda película, Singh invirtió toda su ambición poética y todo el muchísimo dinero que ganó en publicidad. Completarla lo llevó al límite en cuatro años de rodaje, todo para luego arrastrarlo emocionalmente en un calvario de distribución. Un veto que sobre la película ejerció Harvey Weinstein, logró que hasta ahora solo fuera vista por públicos de culto.
Pero hay lugar para una redención, una segunda vida merecida para esta obra. Porque The Fall se estrena en versión restaurada 4K en la plataforma MUBI, y prueba lo que el cine puede llegar a ser, nada menos que espectacular, catártico y maravillosamente ensoñador.
Ambientada en un hospital de Hollywood de los años veinte, la historia hilvana una narrativa a dos niveles. En el “real”, Roy Walker, un doble que se recupera de un accidente de causas inciertas (quizá un intento de suicidio, o de llamar la atención), entabla una relación de cuentacuentos y audiencia con Alexandria, una niña inmigrante que en ese mismo hospital se sana de un brazo roto. En el otro nivel, el fantástico, está la historia que Roy le cuenta a Alexandria, que sigue a cinco hombres de talentos distintos y rasgos particulares en un plan de vengarse de un ser malvado. Y ese plano deja la boca abierta, con su vastísima visión sobre la imaginación.
El director indio se forjó trabajando en comerciales y videos para clientes enormes como Nike y Pepsi, con los que le dio la vuelta al mundo filmando. Pero, como se lo dijo a Tarsem el mismísimo David Fincher (un director respetado quien con Spike Jonze le pone su sello de patrocinio al trabajo de Singh), a diferencia de la mayoría de personas que trabajaron en esa industria, él sí llevó a cabo su proyecto soñado. Ese fue The Fall. ¿El precio? Toda su temprana fortuna.
A diferencia de Francis Ford Coppola, quien gastó muchísimo de su propio dinero en su tercera edad para estrenar Megalópolis, Singh lo hizo apenas en su segundo largometraje, en el que volcó toda su existencia luego de una rotura de corazón.
Ver The Fall es darse cuenta de su increíble dimensión a nivel narrativo y visual, es recordar lo que se sentía en épocas en las que el cine se separaba claramente del resto de expresiones audiovisuales. Porque apuesta todo a establecer sus escenas como cuadros, en locaciones que quitan la respiración y desde perspectivas sensibles. Y desde la gracia o el drama, integrando un punto de vista infantil y una mirada adulta, abre la cancha a un mundo de posibilidades y encuadres inimaginables.
La producción es indiscutible y deslumbrante, y sus dos personajes principales le permiten oscilar entre la adultez y la inocencia.
Le preguntamos a Tarsem sobre ese rodaje, que no pudo ser sino enloquecedor. “Fue un caso de mierda en racimo –dice– porque todo lo que podía salir mal, salió mal”. No lo parece al ver la película, que recompensa su esfuerzo brutal de rodar en más de 28 países, preparar el proyecto por 27 años, hacer scouting de locaciones por 19 años (aprovechando sus viajes publicitarios) y extender un casting nueve años hasta dar con la niña adecuada (Catinca Untaru). “¡Y eso es solo el principio! –añade–, porque al empezar el rodaje se desató una casa de locos”.
Luego padeció la contracara. “Lo triste vino después, cuando estuvo lista y fue básicamente asesinada por Harvey Weinstein y su gente”. El acosador serial y productor resintió que Singh no le diera la primera opción de compra de la película y la bloqueó. “Nadie la quiso distribuir, ni siquiera gratis. Y me quedé sin dinero, y tuve que trabajar dos años más solo para poder proyectarla en unas 12 pantallas”, explica. Más allá de esa tremenda amargura que dinamitó sus esfuerzos, hoy dice que lo haría de nuevo. Y es de suponerse que ese tipo de locura se requiere para emprender algo tan monumental como esta producción.
Weinstein hizo lo que pudo para borrarla del mapa, y su trabajo fue terriblemente efectivo, pero el arte encuentra una manera. En un mundo cada vez más interconectado, la película llegó a un público de nicho y fue creando una base de seguidores que hoy celebra poder ver su versión absoluta. El cine de Singh, como él mismo lo pone, es de amores y odios, y no tiene problema con eso.
“Esa base de fans que vivió The Fall en ese momento inicial la experimenta ahora como la recordaba, porque no hay nada que el paso del tiempo pueda devaluar en esta película: todas son locaciones reales, todo es real, nada es exagerado o mejorado digitalmente. Las películas que se hicieron en esa época lucen añejas, pero esta película se mantiene”, sentencia.
Lo cierto es que no solo se mantiene. Se ve espectacular, atiende, deslumbra. En eso tiene que ver, según cuenta el director, que “fue finalizada en 4K, algo que solo dos películas habían hecho hasta ese momento: The Fall, porque estoy loco y porque no le iba a sumar efectos especiales, la magia viene de las locaciones, y también Iron Man, que costó 280 millones de dólares”. Para la restauración, cuenta que fue necesario hacer algunos transfers, con el fin de que luciera perfecto, y sumó dos escenas perdidas para completarla (Tarsem comparte además que The Cell también será restaurada).
“El año pasado, cuando estrené mi película más reciente, Dear Jassi, escuché de mucha gente que estaba pagando 300 dólares en eBay para comprar una copia ilegal de The Fall o que la bajaban de internet en calidad cuestionable. Y ahí me dije que algo tenía que hacer. Y cuando MUBI se me acercó, fue un matrimonio perfecto: había que restaurarla y mostrarla”, explica.
Y eso sucede ahora. Como un cometa, como un chance del destino, se redescubre un tesoro perdido del séptimo arte de este siglo, que tiene todo para trascender. Y, en un mundo sin Weinstein, ya no hay excusa para perdérselo.