La música andina colombiana está buscando nue-vas formas. Un vistazo a los últimos ganadores de la categoría instrumental en el Festival Mono Núñez nos puede dar la gran pista: flauta traversa, cuatro, bajo eléctrico… La fortaleza pareciera estar en la originalidad a la hora de elegir instrumentos. El trío tradicional de bandola, tiple y guitarra puede ser hoy día una referencia, pero no una obligación. En la versión del año 2016, por ejemplo, el ganador fue Amaretto Ensamble, cuyo centro es el sonido de un vibráfono. Ese recuerdo me llegó hace unas semanas, cuando apareció el primer disco del cuarteto de Lucas Saboya, Cita en París.Lucas Saboya toca el tiple y además se perfila como uno de los compositores más acuciosos de la nueva escena andina: una suite para guitarra de su autoría apareció hace un par de años en un álbum del sello de música clásica Naxos. Por esa misma época se sentó a escribir una serie de partituras para cuarteto, con una elección de instrumentos que resultó muy particular: tiple, contrabajo, violín y vibráfono. “Primero escribí la música pensando en el formato y después busqué a los músicos”, cuenta Saboya.De paso utiliza términos futbolísticos para explicar sus arreglos: “Somos un equipo. Los delanteros son el violín y el vibráfono, que se encargan del color y el contrapunto; los defensas somos el contrabajo y el tiple, que estamos haciendo la base armónica”. Rara vez oye uno una explicación de la música desde el plano puramente físico. Así que para seguir deportivos, digamos que Cita en París es un juego bonito de 40 minutos en el que los jugadores (los músicos) se van pasando la pelota (la melodía) con absoluta agilidad.El crac es el vibrafonista: un catalán llamado Roger Santacana que va como paseándose a lo largo de todo el disco, dejando su resonancia de campana celestial. No dejo de pensar en el legendario Milt Jackson y las frases que hacía dentro del Modern Jazz Quartet. Cuando se lo menciono a Saboya, me regala otro nombre: el contemporáneo estadounidense Gary Burton. Como sea, su elección del formato y de los músicos ha logrado para este repertorio de pasillos y bambucos una resonancia internacional.Es que los instrumentistas vienen de distintas disciplinas, me explica Saboya. El contrabajista hizo rock, el vibrafonista es un hombre de jazz, el violinista tiene toda la gama latinoamericana y el tiple le agrega, en sus palabras, “un aroma de los Andes”.De esa manera, el pasillo Bellavista adquiere unos ecos involuntarios de jazz: comparte las cuatro primeras notas con el clásico Naima, de John Coltrane, y luego vuela hacia los parajes andinos. El bambuco Antioqueñito es más contundente. Su título hace alusión al espíritu tanguero que se respira en las esquinas y los estancos de los pueblos de Antioquia. “Es un tema que tiene muchos gestos de tango y eso se hizo conscientemente. De alguna manera es una referencia a los discos que grabó Gary Burton al lado de Astor Piazzolla”.Al final, lo más difícil de creer es que toda esta música esté escrita. Hay tanta fluidez, tanta espontaneidad, que cuesta imaginarse a los integrantes del grupo tocando a la manera de un cuarteto de cámara, con la vista pegada a una partitura. Sucede con los grandes músicos: están leyendo, pero cada uno le agrega sus gestos. Y con esa afortunada mezcla de acentos han conseguido regalarle a la música andina colombiana una forma novedosa y colorida.