Sus cientos de detalles, sus muchos tesoros y protagonistas hacen de esta exhibición una de tintes históricos que pretende cambiar percepciones sobre lo hecho en Colombia en un campo como el diseño (que a los ciudadanos de los siglos XX y XXI ha impactado profundamente, lo quieran, o no). Y quizá lo consiga desde su mirada, que trata de abarcar cien años de su práctica en Colombia, logo a logo, pasquín a pasquín, primera página a primera página, panfleto a panfleto. Y si se plantea abrir caminos e investigaciones más profundas, una especie de árbol del que más ramas se desprenden, es porque forma parte de su idea.
Tipo, lito, calavera. Historias del diseño gráfico en Colombia tiene la virtud de ilustrar el amplio abanico de impactos que el diseño gráfico y la tipografía han tenido y siguen teniendo en los colombianos. Refleja el paso de la historia, el peso de la sociedad, de los momentos históricos y sus estereotipos, de la fuerza de las corrientes y del talento de personas que de anuncios y afiches y portadas de revista hacían obras de arte.
Esta propuesta visualmente estimulante parte de un billete diseñado por un soldado combatiente de la Guerra de los Mil Días y concluye con portadas de vinilos de Pasaporte, Pestilencia y flyers ochenteros de establecimientos icónicos de esta urbe como Kalimán Bar. Y en el medio, ofrece muchísimas expresiones impresas que revelan lo que Colombia es y fue, y poco se han visto: entre ellas, expresiones gráficas del educador y artista Francisco Tumiñá Pillimué, de la comunidad misak, y del pensador y político Manuel Quintín Lame Chantre, del pueblo nasa; y junto a estas conmovedoras expresiones gráficas, un cuarto contiguo dedicado a las fachadas y a los diseños de los letreros de neón en la ciudad y de espacios icónicos, como el Teatro Ópera de la carrera 13 con 26, en Bogotá.
En 2013, Juan Pablo Fajardo tuvo una idea con un colega de oficio, y casi diez años después la ve ampliada y materializada en esta vasta entrega museográfica, después de escarbar, indagar, compilar, agrupar, interpretar y reinterpretar el sustancial insumo que fue minando en colecciones del Banco de la República como la numismática, la de arte, la bibliográfica y de instituciones como el Museo La Tertulia, el Instituto Caro y Cuervo y la empresa Carvajal S. A. En sus búsquedas también miró a distintas comunidades (si bien cree que es uno de los puntos por profundizar) y en diarios de corrientes reaccionarias. Hay un punto de vista y una curiosidad que no se ocultan.
En las más de mil piezas expuestas se aprecian los matices políticos del discurso panfletario y las artes y tipografías detrás de esas expresiones. Se muestra cómo, de ambos lados del espectro político, había intenciones y acciones gráficas a su servicio. A la vez, en otras muchas miradas despojadas de cargas ideológicas, la muestra ofrece experiencias bellas como recorrer los bocetos del rediseño del logo de Colcultura a cargo de Carlos Duque. Puede abrumar, porque despliega muchísimo material a lo largo y ancho de la Casa Republicana de la Biblioteca Luis Ángel Arango, pero en su disposición, esta muestra maximiza sus efectos. Las piezas suscitan múltiples reflexiones de apreciación, que van del análisis del arte al diálogo entre el pasado y el presente.
“La investigación es relativamente pionera en ser la primera mirada panorámica del siglo XX (siempre incompleta, por supuesto). Una de las características de este tiempo fue la posibilidad de la reproducción múltiple de la imagen, y la muestra refleja cómo eso influyó en la estética, los artistas, las corrientes de pensamiento, la publicidad, la propaganda política, más. Y las ideas se convirtieron en mensajes visuales, y tantas cosas tan poderosas que pasaron en este siglo, tan revolucionarias como el socialismo, el comunismo, el nazismo,fueron expresadas en formas gráficas”, dice Juan Pablo Fajardo, director y curador de la muestra.
Una de las piezas inolvidables de la muestra es La gran mancha roja, un encargo del departamento de información del Gobierno de Marino Ospina Pérez al italiano Rinaldo Scandroglio, una prueba de que el cómic en el país tuvo en el conservatismo un inesperado promotor. Se trata básicamente de un cómic de propaganda política sobre el Bogotazo, los sucesos del 9 de abril y la muerte de Gaitán.
Al respecto, Fajardo asegura: “Es raro, porque puede haber diferentes visiones sobre un hecho histórico, por supuesto, pero esa visión desde el Gobierno, contratada desde una oficina de propaganda de información, es muy sorprendente y muy sofisticada en términos estéticos: el formato, el dibujante que consiguieron para hacer la historieta, la forma en que se cuenta, de manera muy cinematográfica; aquí no había nada parecido en términos de narrativa gráfica”.
Como lo pone el curador, esta fue una creación de vanguardia, una vanguardia de derechas, ideológica y estética. “No había nada parecido a eso, desde la manera en la que está contado y la calidad del dibujo. El discurso es evidentemente panfletario, y debió ser una publicación masiva de miles de copias impresas… lo que pasa es que conseguirla hoy es imposible, es una pieza de colección rarísima”.
En el viaje al pasado que plantea, otra de sus virtudes es poner el foco en personajes que deberían ser más apreciados por sus aportes tremendos y osados en el campo. Uno de ellos es Sergio Trujillo Magnenat, un artista caldense cuyo descubrimiento marcó un hito en la vida de Fajardo y sin el cual, se puede decir, esta muestra no hubiera sucedido. En 2013, con un socio con el que daba vuelo al proyecto editorial La Silueta, Fajardo cuenta: “Estábamos muy descrestados, fascinados con la obra de Trujillo como diseñador gráfico. Él había sido muy famoso como pintor, pero de su obra como diseñador gráfico, aunque se había reconocido en particular por unos carteles que hizo para los Juegos Bolivarianos de 1938 (que son el referente para los diseñadores gráficos del diseño histórico colombiano), no se sabía nada más”.
Trujillo es un referente del diseño gráfico en Colombia, y la exhibición le da un espacio notable por ser un pionero tan prolífico como talentoso. Activo desde los años treinta hasta los años ochenta, prácticamente, con diferentes intensidades, entregó casi 50 años de trabajo marcado por la sofisticación y la vanguardia. Sobre todo, resalta Fajardo, es impresionante lo primero que hizo en los años treinta, el diseño de las letras. Resulta interesante cómo en un abecedario que diseñó, como parte de las entregas que hizo para la educación de los niños colombianos en los treinta, la creación de Trujillo Magnenat se prueba políticamente incorrecta si se le revisa con los lentes del siglo XXI: su representación de un hombre afrodescendiente hoy no podría ser calificada de nada menos que ofensiva; y si se resalta es porque mucha gente sigue enfrascada en esa mirada.
Para completar la vasta muestra que presenta, a Fajardo lo impulsó el deseo de cubrir un vacío grande que percibía. Y si bien imposible de cubrir, lo intentó todo para hacer de este un punto de referencia. “Hay un vacío enorme en la academia sobre ese conocimiento de lo que se ha hecho acá en diseño gráfico. Los referentes son cosas de afuera, la Bauhaus y otros. Y cuando se piensa en gente más avezada y en cosas más contemporáneas, setentas, ochentas y noventas, se tiende a mirar para afuera con la idea de que aquí no se ha producido nada muy particular, o que no se acopia, o suficientemente valioso”. Eso cambia con Tipo, lito, calavera, una exposición que redefine la mirada hacia la producción en diseño y la tipografía en Colombia, y deja una impresión de descubrimiento y de orgullo.