Woody Allen sigue siendo el de siempre, el mismo investigador del amor y sus más intrincados caminos, el mismo escritor preocupado por los problemas de pareja como calamidad irremediable, el mismo atormentado por los insignificantes detalles de la cotidianidad que se vuelcan como monstruos sobre los indefensos seres humanos. Sólo que a partir de Maridos y esposas, quizás su testamento definitivo sobre las complejidades del matrimonio y la vida en pareja, el director neoyorquino parece haberse liberado de los complejos de culpa para dedicarse al amor sin cuestionarlo. Poderosa Afrodita, una de sus más recientes películas, fue un claro ejemplo de su nueva actitud y, de paso, la anunciación de lo que tenía planeado para el futuro: un musical que no sólo se iría a convertir en un homenaje al género, como La rosa púrpura del Cairo lo fue para el cine en general, sino en una celebración del amor a pesar de todas sus imperfecciones. El resultado es Todos dicen te quiero, una comedia musical basada en sus habituales cuestionamientos existenciales, pero con los ingredientes de una pieza clásica del género, con todas sus concesiones y sus fantasías. La película cuenta la historia de una acomodada familia neoyorquina y de los vericuetos amorosos de cada uno de sus integrantes. En medio de este embrollo está el drama de Woody Allen, quien hace las veces de un escritor separado que vive solo en París y a quien su hija intenta conseguirle una compañera. Acompañado de un elenco encabezado por Julia Roberts, Alan Alda, Goldie Hawn, Drew Barrymore y Edward Norton, Allen compone un musical fresco y romántico desarrollado en Nueva York, París y Venecia; pero sobre todo se trata de un musical auténtico si se tiene en cuenta que son los mismos protagonistas los que cantan y bailan sin necesidad de dobles. Muchos de ellos jamás habían cantado, y eso se nota. Sin embargo, lejos de ser un defecto en la producción, el experimento se convierte en su principal virtud. Desenfadada y humorística, Todos dicen te quiero no pretende otra cosa que homenajear al género, a pesar de burlarse de él, pues el propio Allen se encarga de advertir a manera de epílogo que si no hubiera hecho un musical nadie se habría comido el cuento.