Compartimos los textos curatoriales o de presentación de estas tres muestras imperdibles en la Galería el Museo, que abre de 9:30 am a 6:30 pm, en la Calle 80 # 11 – 42 (EDIFICIO OCHENTA 81), de Bogotá.
Se es siempre, de José Horacio Martínez
Sobre la obra, el artista dice:
Una de las más grandes lecciones que nos dejó la pandemia fue la de la disciplina y la paciencia como elementos fundamentales del proceso estético en tiempos desesperantes, además de la extraña sensación al comprender en nuestro interior que todos los actos de nuestra existencia son como los de un Sísifo condenado eternamente a subir la roca a una montaña y luego echarla a rodar cuesta abajo.
Son muchas las preguntas que quedan sobre lo acontecido en ese periodo de pandemia, algunas se contestan solas y otras sencillamente se diluyen en las acciones y las vivencias que se dieron en torno al sentido de la vida.
Las pinturas de esta muestra las he titulado Se es siempre, frase de las muchas que Jacobo Grinberg toma de Pachita, la chamana mexicana que nos deja ver que todo ha existido y existirá mientras lo convoquemos. Las pinturas son resultado de una labor cotidiana que trasciende lo instrumental y se transforma como la respiración que apoya la conciencia.
Basado en mi diario análogo y digital, en las dinámicas redes sociales y plataformas web, presento estas labores que son para mí un camino que siempre estará abierto.
La obra se presenta en la Sala 1.
Los amantes imperfectos, de Felipe Lozano
“Yo solo me enamoré de él... Y es tan raro eso: cómo se le va metiendo a uno el amor así,
como a escondidas, despacio, como si fuera a doler.”
Fernando Molano, Un beso de Dick, (Bogotá, Seix Barral, 2021) página 150.
Felipe Lozano (Bogotá, 1994) empezó a indagar el dolor dentro de su práctica artística tras la muerte de su padre, en 2016. Durante el duelo, se sentó a conversar con amigos cercanos sobre las tristezas que atravesaban sus vidas y, a raíz de compartir sus emociones, nació la idea de retratarlos en íntimos momentos de vulnerabilidad.
Pieles verdosas, casi cadavéricas, miradas perdidas en la desesperanza y gestos que parecen condenados al abandono fueron interpretados por Lozano en la serie Los jóvenes mártires -que estuvo expuesta en la sección Artecámara de ArtBo 2022- y que el año pasado retomó al terminar la relación que tenía con su pareja. El día de la despedida lo fotografió con su teléfono celular, inmortalizó la imagen en un lienzo y se autorretrató.
Este díptico, que introduce a la exposición, lo tituló Los amantes imperfectos, evocando la obra Perfect lovers, del artista conceptual cubano Félix González-Torres (1959-1996). Su decepción amorosa lo condujo a retratar otras parejas que también fracasaron en su relación. De manera individual, se reunió con cada uno de ellos y, en una especie de terapia catártica, capturó el instante en el que la desolación del alma vislumbra una lágrima. Estas pinturas realistas, que aluden al dolor del momento presente, están acompañadas por imágenes borrosas que manifiestan el constante intento por desvanecer los recuerdos del pasado y olvidar ese amor que ya no es correspondido.
La obra se presenta en el ESPACIO PROYECTOS.
Vivir solos, juntos, de Sebastián Camacho
Sobre la obra y el artista, escribe Jaime Gamboa:
Dispongámonos frente a la soledad de un sujeto. En esta ocasión alguno que no tiene ni rostro ni tronco, pero presenta una corporalidad fragmentada, casi genérica, y se encuentra sentada sobre un sillón de estampado victoriano exuberante, mientras de fondo nos encontramos con una ventana abierta donde se construye un espacio, que nos acorta esa habitación o nos invita a fugarnos al infinito.
¿Habla entonces la pintura de un límite? ¿Cuál en particular? ¿De aquel que se dispone para ser retratado y que, como un gesto cultural, le plantea una afrenta directa a la muerte, y así permanecer en el mundo de la mortalidad aletargada que brindan las imágenes? O tal vez sea esta la ocasión que tenemos para poder encarnar, en ese único cuerpo que vemos, los recuerdos de otros cuerpos que hemos habitado, quizás solamente con la mirada, para así poseerlos de alguna manera indiscreta.
Es seguro que lo que tenemos aquí delante de nosotros es una expresión de cuerpos en extrema fragilidad. El simple hecho de situarse frente a nosotros para dejarse ver, exponiendo de alguna manera diferentes capas de una piel (natural o industrial) que reviste, recubre y recompone la forma que nos es reconocible, y que a fin de cuentas es aquello que nos brinda en parte ese rasgo de identidad. Es lo que parece palpitar en un grito primitivo del querer ser tocados y tocar, de exponerse para sentir, de abrirse completamente para dar y recibir, tanto del embriagante satinado como de lo angularmente afilado; pulsiones naturales de un cuerpo que posiblemente ha sido domesticado.
La obra de Sebastián Camacho (Bogotá, 1982) nos invita en esta oportunidad a detenernos y construir una mirada pausada. Desde elementos y enunciaciones aparentemente sencillas, sus obras se nos presentan en una tensión discursiva y clara del binomio espacial lleno-vacío, donde gracias a objetos sencillos y cotidianos, y a las disposiciones de los cuerpos humanos -en angustiante calma- sobre fondos monocromáticos, comenzamos a tejer las posibles relaciones que en ellos pudiesen existir.
¿Qué de particular tienen los elementos que encontramos en relación con los sujetos? ¿Acaso ellos develan la capacidad que tienen en sí mismos para cuidar o contener el desborde de lo cotidiano? ¿No serán demasiado frágiles para concederles dicha responsabilidad y confiar en que cumplirán plenamente su tarea?
La obra se presenta en la Sala 2.