Con más de 60 títulos publicados, Triunfo Arciniegas (nacido en 1957 en Málaga, Santander) es un referente en el mundo de los libros infantiles dentro y fuera del país, con escritos como Las batallas de Rosalino (1989), Los casibandidos que casi roban el sol y otros cuentos (1991), Caperucita Roja y otras historias perversas (1996), que evocan una niñez de historias disparatadas, llenas de humor y con finales muy distintos a “vivieron felices y comieron perdices”.
Ahora, con Muertas de amor (Planeta, 2023), el escritor incursiona en una faceta menos conocida, más adulta, más arriesgada. Son 22 historias y casi 300 páginas que tratan temas diversos: el gozoso entierro de un payaso y una boda extravagante que cierra un encuentro de escritores de provincia, el encuentro de una amante y una esposa que tienen algo en común: el mismo hombre y una astilla, la desaforada pasión de un fotógrafo por la dueña de un delantal y la frialdad de un joven motociclista que planea un asesinato. La obra explora eso que les sucede a las mujeres cuando aman y todo lo que generan a su alrededor con el mero hecho de existir.
SEMANA: Usted nació en Málaga, Santander, en una familia humilde, rodeado de muchos hermanos. ¿Qué lo llevó a ser la oveja negra?
Triunfo Arciniegas: Los libros. En mi casa no había un solo libro. Pero todos los días, apenas salía de la escuela, iba a la biblioteca pública. Ahí me hice lector. Luego pasé a la biblioteca pública de Pamplona, casi adolescente. Hubo otras tres bibliotecas importantes en mi vida: la que armó el profesor Gabriel Suárez para la Escuela Normal con los exquisitos títulos de Losada y Sudamericana (las prestigiosas editoriales argentinas de los años setenta) y dos que encontré en Bucaramanga. De ahí en adelante, la mía, la que he construido a través de los años.
Como hijo de herrero y escritor de palo, prometí que me ganaría la vida con la cabeza, y así fue. Me empeñé con la escritura, puse todas mis fuerzas y mis ilusiones en esta apuesta. Mis abuelos no aprendieron a leer ni a escribir. Mis padres apenas hicieron dos o tres años de escuela. Yo fui el primero de la familia en llegar a la universidad.
Como hijo de herrero y escritor de palo, prometí que me ganaría la vida con la cabeza, y así fue. Me empeñé con la escritura, puse todas mis fuerzas y mis ilusiones en esta apuesta. Mis abuelos no aprendieron a leer ni a escribir. Mis padres apenas hicieron dos o tres años de escuela. Yo fui el primero de la familia en llegar a la universidad. Mi padre quería que fuera mecánico. Soy el resultado de mi propia terquedad.
SEMANA: ¿Cómo nacen estas ‘Muertas de amor’?
T.A.: Comencé a escribir estas historias hace mucho más de 20 años, diría que 30. El libro se cerró alrededor de 2005, producto de los 15 años anteriores, y no he dejado de trabajarlo desde entonces. En 2007 gané el Premio Nacional de Cuento Jorge Gaitán Durán con nueve primeras versiones de estas muertas. Luego publiqué cinco historias con Palabras Rodantes para la colección del metro de Medellín: 10.000 ejemplares gratuitos. Hace unos cuatro o cinco años, ocho muertas hicieron parte de una antología que hizo Juan Diego Mejía para la colección Debajo de las estrellas, de la Universidad Eafit. Es la primera vez que el libro se publica en su totalidad. Ya era hora.
El reto más grande consistía en lograr que las historias miraran hacia un mismo lado, es decir, que encajaran. Muertas de amor no es un mazacote de historias. Se trata de un solo mundo, diverso pero coherente.
Debo la dicha al ojo y la generosidad de Juan David Correa, editor de peso completo que sabe por dónde va el agua al molino. Por fin he tenido la tierra suficiente para enterrar todas las muertas. El reto más grande consistía en lograr que las historias miraran hacia un mismo lado, es decir, que encajaran. Muertas de amor no es un mazacote de historias. Se trata de un solo mundo, diverso pero coherente. Hay historias que comparten geografía y personajes. Son independientes, pero se dan luces unas a otras. No todas las conexiones se advierten en una primera lectura. Debí ser muy cuidadoso para no equivocarme o contradecirme.
SEMANA: ¿Cuál es su muerta favorita? ¿Por qué?
T.A.: ‘Altagracia’, que abre el libro. Por tres razones: el tono, la historia misma y la protagonista, una muchacha trastornada por el olor de un hombre y por la belleza de un conejo. La historia narra la iniciación en los territorios del deseo. Su esplendor y su caída. En cuanto a la trama propiamente dicha, escogería ‘La casa de las lunas’, que narra las pasiones de un grupo de ansiosos lectores y un libro que es otro cada vez que se lee.
SEMANA: Ha recibido una notoria cantidad de premios, ¿cuál le ha significado más?
T.A.: Creo que el Premio Enka, con Las batallas de Rosalino. Me abrió las puertas a los salones de baile. Fue un premio muy prestigioso. Los premios son una bendición. Dan reconocimiento y un dinero que no cae mal. El Premio Nacional de Literatura, por La muchacha de Transilvania y otras historias de amor, me alcanzó para mi primera media casa, donde ahora vive mi familia, y el Premio Nacional de Dramaturgia, con Torcuato es un león viejo, me dio para la otra media, donde vivo ahora. Es decir, gracias a los premios no pago arriendo. Así tengo más tiempo para escribir. Un escritor no tiene que vivir muerto de hambre, como un serenatero al que le pagan con tragos de aguardiente. No creo en la versión romántica del artista alcohólico o drogadicto. La disciplina es fundamental. Tanto como la comida y el sueño. Tanto como una vida digna.
No creo en la versión romántica del artista alcohólico o drogadicto. La disciplina es fundamental. Tanto como la comida y el sueño. Tanto como una vida digna.
SEMANA: ¿Qué disfruta escribir más, libros para niños o para adultos?
T.A.: Empecé escribiendo libros para adultos, pero padecía la escritura. Fue con los libros para niños que aprendí el gozo de escribir, y eso me quedó para siempre. Escribir no es un martirio para mí. Me divierto mucho. Grito, lloro, me río. Cualquiera que me espíe por la ventana pensaría que enloquecí. Antes oía Pink Floyd y fumaba. Oía ocho o diez horas seguidas una sola cara de un disco y me extraviaba en el humo de mis propios cigarros. Ahora me trabo con la sintaxis.
Empecé escribiendo libros para adultos, pero padecía la escritura. Fue con los libros para niños que aprendí el gozo de escribir, y eso me quedó para siempre. Escribir no es un martirio para mí. Me divierto mucho. Grito, lloro, me río.
SEMANA: ¿Cómo es su rutina de escritura?
T.A.: Trato de salvar las madrugadas. Cuando todo funciona, cuando me siento bien, me levanto a trabajar alrededor de las tres de la mañana. Desde el mediodía en adelante no sirvo para nada. Duermo la siesta o veo una película. Me acuesto temprano para poder madrugar. No hago ni recibo visitas. Escribo cuando viajo: me va bien en los hoteles. Reescribo en casa. La primera versión siempre es a mano. Luego subo el texto al computador e imprimo. Leo tres veces cada versión. Imprimo y vuelvo a leer, hasta que el texto va adquiriendo forma. Es la rutina.
SEMANA: ¿Usted cree que los hombres también podrían ser ‘muertos de amor’?
T.A.: De hecho, en el libro hay muertos de amor: un fotógrafo, un par de muchachos, el narrador de ‘La casa de las lunas’ y el protagonista de ‘Locas historias de Numancia’. La pasión arrasa como un río desbordado, sin piedad, con hombres y mujeres. Muertos de amor no funciona como título. Distrae y hace pensar en “señoritos”.
SEMANA: Presenta esta nueva obra en la Filbo. ¿Qué expectativas tiene respecto a la conversación con Margarita Valencia el sábado 22 de abril?
T.A.: Margarita es una magnífica entrevistadora. Una mujer sabia y feliz. Diría que todo depende de ella y que estoy en buenas manos. Fue mi primera editora y, aparte del cariño, mi gratitud con ella es eterna. Nos conocemos desde hace tanto tiempo. Sabe mis secretos. Supongo que hablaremos del proceso creativo desde los tiempos de Carlos Valencia Editores hasta mi nueva etapa con Planeta. La lectura de Muertas de amor le habrá dejado un montón de preguntas. Trataré de resolverlas. Una cosa es segura: nos vamos a divertir.