El periodista Álvaro Vélez tiene una experiencia de 37 años en la profesión. Esa larga trayectoria incluye haber trabajado para los más importantes medios de la prensa escrita colombiana y para la televisión. En el último de ellos, pasó 10 años con el programa Contador de historias, que hoy es la inspiración de su más reciente libro. Esta fue la entrevista que le ofreció a SEMANA sobre esta fascinante obra.

SEMANA: ¿De qué se trata el libro “Un mundo raro”?

Álvaro Vélez (A. V.): Son 233 páginas y son 24 crónicas y relatos de historias que he ido recogiendo no solo en Colombia, sino en 40 países a través del programa de televisión que yo hacia: Contador de historias. Este espacio terminó por la pandemia, pero las historias son tan fascinantes que decidí escoger las más interesantes que fui encontrado en mi recorrido periodístico.

SEMANA: ¿Por qué se llama así?

A. V.: Se llama Un mundo raro porque la escogencia de las historias se hizo con el criterio de que tuvieran un carácter insólito. Adondequiera que yo iba encontraba historias fantásticas salidas de todo contexto real como, por ejemplo, una cueva que encontramos en las selvas de Veracruz, México, de la que los lugareños dicen que es alienígena y que ha sido verificada por científicos que han encontrado allí inscripciones de figuras extraterrestres.

SEMANA: ¿Y hay historias de esas en Colombia?

A. V.: Sí, en Colombia, en la ciudad de Honda, tres muchachos fueron a pescar al recodo del Mesuno, uno de ellos se sumergió a desenredar su red y encontró monedas de oro de la época hispánica que según el Banco de la República podían valer 40.000 dólares cada una. Ellos no se callaron ni ocultaron el tema, sino que derrocharon el tesoro y lo vendieron como oro en joyerías. Luego se fueron a Medellín y desaparecieron y eso marcó el origen de la maldición del tesoro del Mesuno. El último de ellos regresó pobre y bastante delirante y lo empezaron a ver robando los mangos de las fincas y haciendo cosas indebidas para sobrevivir. Hasta que un día en unas fiestas se voló, delante de todo el mundo, con un taco de dinamita.

SEMANA: ¿Cuál de las historias lo cautivó más en su momento?

A. V.: Es difícil decirlo, pero hay una maravillosa en Colombia. Fui con perversa intención periodística a conocer un sacerdote que impone las manos a los enfermos terminales para ayudarlos a bien morir. El paciente sufre porque está aferrado a la vida, y él los visita, les impone sus manos y las personas mueren. En se momento me pareció que era una eutanasia de otro estilo, cristiana, que ayudaba a morir a las personas. Fui a Medellín a hablar con él y con sus amigos y ellos me dicen que cuando se enferman le piden al padre que no se les acerque porque les da miedo que Dios lo interprete como una señal de que quieren morir.

SEMANA: ¿Y el padre aún vive?

A. V.: Sí, pero la historia no termina ahí, sino que se alargó porque él tiene un par de hechos que se requieren para ser declarado santo; es decir, un milagro certificado por la ciencia. Uno es el de un niño que tenía una seria dificultad con la aorta y empezó a morir, pero su madre lo llevó a donde el padre, no para que lo ayudará a morir porque él iba a fallecer irremediablemente, sino para que orara por él para que su paso a la otra vida no tuviera obstáculos. Yo fui a donde los médicos y vi todas las radiografías de antes y después. En ellas se ve claramente cómo empieza a crecer la vena con la que se salvó este muchacho.

Álvaro Vélez, escritor y periodista. "Un mundo raro". Bogotá, agosto 27 de 2021 Fotografía: Alexandra Ruiz Poveda | Foto: ALEXANDRA RUIZ

SEMANA: Increíble. ¿Qué otro milagro tiene el padre Montoya?

A. V.: El de una mujer embarazada a quien los médicos encuentran que el niño en su vientre no tiene señales de vida. Entonces debe ir al día siguiente a que le hagan el legrado para que su propia vida no corra peligro. Esto también fue en Medellín. Pero antes de la operación ella va a donde el padre para que la intervención resulte bien. El niño nació y vivió, pero están las pruebas médicas del niño sin vida.

Las misas del padre Montoya son tan populosas como el escenario que le presten para hacerlas. Le tienen una gran devoción y sus misas son amenizadas por Galé, un grupo de salsa muy famoso, y son ellos porque el director del grupo estuvo en una situación muy difícil y el padre lo salvó.

SEMANA: ¿Todas las historias tienen en común que rayan en lo fantástico y esotérico?

A. V.: No, no todas son milagros, pero sin son insólitas. Riverita, por ejemplo, es un bogotano que se dedicó a robar casas en la década de los 70 en Bogotá. Era experto saltatapias, y en lugar de robar cosas como joyas o electrodomésticos que eran bienes muy costosos en aquella época, se robaba la ropa interior femenina. No lograban capturarlo porque eran robos menores, pero la gente afectada ejerció presión y un día lograron capturarlo en flagrancia. Para sacar toda la ropa interior que había robado y que guardaba en su casa, la Policía tuvo que usar un camión de estacas. Dicen que él las tiraba hacia el techo y adoraba que llovieran sobre su cuerpo. Aquella era su extraña patología.

SEMANA: Y en Colombia, que ha sido un país tan violento, ¿también encontró historias cruentas pero a la vez inverosímiles?

A. V.: Sí, hay unas más reales. La de un paramilitar que hizo una charca en una finca y mandó traer unos cocodrilos africanos. En aquel lago desapareció a 2.000 personas. Los hermanos Castaño, Carlos y Fidel, que eran sus jefes, lo mandaron matar por la peligrosidad del sujeto, como si ellos no fueran suficientemente peligrosos. Cuando a él lo asesinan, la finca queda en total abandono y los cocodrilos salieron al río. Luego aparecieron personas mutiladas: la señora que lavaba en el río, el niño que iba a chapalear. Como los cocodrilos estaban acostumbrados a carne humana buscaban ese alimento en las fincas. Vi en imágenes a policías encaramados en esos cocodrilos de más de 3 metros. Pero la CAR los protegía. Era una cosa de locos, surrealista.

SEMANA: ¿Dónde encontraba esas historias?

A. V.: Las encuentras en el camino. Una vez cuando fui a Medellín para entrevistar a un ingeniero que había convertido su carro en una discoteca, me contaron lo del padre Montoya. Y así, yendo de un lugar a otro iba encontrándolas. Ya después de tres y cuatro años dedicado al programa la gente me empezó a llamar a contarme historias raras como la del señor que hizo su féretro porque soñó con la muerte y se convenció de que ya iba morir, pero no murió. En la región enterraban a sus muertos amortajado y como sabían que él tenía un féretro para las velaciones, y no lo usaba, le rogaban que lo prestara. La hija de él llevaba el inventario de a cuántos muertos le habían prestado el féretro. El número 100 fue el señor Deogracias, el mismo que había fabricado el ataúd. Pero la historia no termina ahí.

SEMANA: ¿Cómo lo cambiaron esas historias?

A. V.: Yo llegaba a ellas con la distancia de la persona escéptica. Fue difícil el proceso personal porque al final terminaba abriéndome a este tipo de cosas porque yo corroboraba cada dato y la gente daba fe de todo cuanto había sido testigo. A pesar de mi escepticismo, decidí que lo mejor era abrirme a toda posibilidad. En lugar de negarme a estos fenómenos, entendí que vivíamos en un mundo raro, impregnado de historias “garciamarquianas”. El país está lleno de esos relatos mágicos que no solo suceden en el Caribe, sino en el Tolima, en Nariño o en el Valle del Cauca y rayan en lo sobrenatural.

SEMANA: ¿Ya no es tan escéptico?

A. V.: Sí. dejé de juzgar, permito y revalido cada testimonio en el entorno. Me aseguro de que lo que me están diciendo no es una invención. Había cosas que sí se inventaban quienes llamaban con el fin de tener figuración. Hay mucho chisgarabís que cuenta todo tipo de mentiras, pero estas son las más comprobables posibles.

SEMANA: ¿Con el fin del programa se acabó el tema?

A. V. Sí, la pandemia le hizo daño porque ya no viajo de un lugar a otro en búsqueda de estas historias. Tendría necesariamente que recorrer Colombia y otros países. Pero el programa y las historias me han enseñado que hay que tomar distancia y verlas con cierta suspicacia. Trabajé con RCN 17 años, de los cuales 10 me dediqué a hacer el programa Contador de historias.