SEMANA: Para una arquitecta de formación que tomó la ruta del arte, ¿el arte para qué?
ANA GONZÁLEZ: El arte para hablar de lo intangible. Para recordar que hay algo más allá de lo que vemos o vivimos en el diario vivir. Para inspirar, sanar y socializar temas que se transmiten de manera más poética y pura a través del arte. Siempre seré arquitecta, pero el arte para mí, desde muy pequeña, es el modo sublime de conectar con el mundo.
SEMANA: ¿De dónde nace la idea de Verdes, cómo la desarrolló y cuánto le tomó completarla?
A.G.: Verdes habla de esa dualidad en la que estamos cada día. Del verde de las montañas, de los bosques y las plantas que trato de capturar en mis pinturas, textiles y porcelanas. Y es también “los verdes”, los dólares, y esa contradicción entre los mutualismos ancestrales que todavía existen en la naturaleza y el consumo capitalista insostenible que está arrasando con los recursos naturales.
Humboldt decía que la naturaleza es como un gran tapiz, y que si se tira de un hilo de este, necesariamente al otro lado algo pasa, y así se va desvaneciendo lenta y sigilosamente todo el tapiz, hilo a hilo. Me ha tomado años llegar hasta ahí, cada técnica, cada pensamiento, pero los resultados finales de esta muestra tomaron casi nueve meses.
SEMANA: La naturaleza es esencial en su práctica, ¿cuándo supo que ese sería su camino?
A.G.: En Colombia entendí que al tiempo que hay un desplazamiento social hay uno que es el desplazamiento de la naturaleza a causa de agentes depredadores. En mis viajes de fotografía entendí cómo se estaba perdiendo la naturaleza. Recuerdo hace varios años que en un viaje en que sobrevolé el Chocó vi los desastres de la minería a cielo abierto, dejando huecos enormes deforestados en bosques milenarios y la contaminación de los ríos con mercurio. Entendí que mi obra debía hablar de lo que estamos perdiendo y del porqué. Ella es mi musa y mi razón de ser como artista.
SEMANA: La muestra incluye fotografía en textiles, escultura, porcelana. ¿Qué la lleva a estos formatos, qué escoge expresar en cada uno?
A.G.: Primero tengo el mensaje que quiero transmitir y después busco qué oficio y formato se adapta más a él. Los textiles hablan de lo que hilo a hilo, poco o a poco vamos perdiendo. Lentamente y silenciosamente todo va desapareciendo. Las porcelanas hablan de la fragilidad de la naturaleza, de su perfección en formas y de su sensualidad, pero también lo vulnerable que es. La pintura y el dibujo han sido mi manera de expresarme desde pequeña. Son mi manera de ver la vida, de sentir el color, de expresarme como mujer. Son esa visión femenina de la naturaleza, de paisajes que desaparecen, frágiles, que no ocupan todo el lienzo y que sutilmente evocan la desaparición.
SEMANA: La presenta en una reputada galería de Los Ángeles, ¿cómo se dio y cómo ha impactado al público de esa ciudad?
A.G.: Sean me encontró a mí. Vio mi trabajo en México, en la galería La Cometa, y quiso hablar conmigo y que le explicara la obra. Sean es irlandés de familia y yo había estudiado en Dublín. Fue increíble ver como alguien con su experiencia y relevancia en Estados Unidos se sentó a escucharme con tanta curiosidad. Eso fue lo más especial. Después me pidieron exponer en Los Ángeles. Parece que ha tenido mucha acogida la exposición y la gente ha entendido sobre todo el mensaje de la obra. Se han conectado mucho en un mundo cada vez más artificial y distante de su origen. El trabajo de oficio, a mano tanto de pintura como de las otras técnicas, fue muy bien recibido. Y la publicación de arte Ocula Magazine, muy respetada, me menciona como una de las ocho exposiciones para visitar durante la semana de la feria de Frieze LA.
SEMANA: ¿Es muy distinta la reacción del público a su arte en el exterior a lo que es en Colombia?
A.G.: Yo creo que mi obra habla un lenguaje que es más universal. Pero sí debo decir que me han escuchado muchísimo afuera, donde la obra y su mensaje tienen mucho eco, además por ser mujer latinoamericana, que habla de un tema tan sensible como el cambio climático y la destrucción de la naturaleza.
SEMANA: Su trabajo nace del estar y escuchar a comunidades indígenas de Colombia, ¿cómo se da ese contacto con las comunidades? ¿En qué radica la confianza entre usted y ellas?
A.G.: Trabajo hace más de 15 años con comunidades campesinas e indígenas. Mi trabajo ha sido complementario a escucharlas, entender sus artesanías, sus oficios, ayudar en proyectos puntuales de la mano de ellas. Me conecto mucho con las mujeres de las comunidades, pues son ellas las que hacen las artesanías en la mayoría de comunidades y con eso sanan mucho la violencia, además cultivan la chagra, son las que cuidan el agua, el río, el páramo. Hay mucho que aprender de esa sabiduría tradicional y ancestral.
Trabajo hace más de 15 años con comunidades campesinas e indígenas. Mi trabajo ha sido complementario a escucharlas, entender sus artesanías, sus oficios, ayudar en proyectos puntuales de la mano de ellas
SEMANA: ¿Qué viene en el futuro con las comunidades?
A.G.: Tengo dos proyectos que forman parte de mi trabajo, uno en el Cauca, trabajando con mujeres artesanas misak tejedoras de los textiles más ancestrales que tenemos en Colombia, trabajo con ellas para ayudar a no perder esa historia y esa riqueza textil. También trabajo con la comunidad kogui en la Sierra Nevada, donde proyectamos construir una segunda maloca (ya terminamos la primera) y hay un proyecto increíble en el Amazonas con las comunidades y el Amazon Conservation Team, para hacer este año un centro de salud de medicina occidental y tradicional. También hay proyectos en Santander y Valle del Cauca que vienen en los próximos dos años.
SEMANA: ¿Qué satisfacciones y qué frustraciones le deja ser una artista en Colombia?
A.G.: Satisfacciones todas, soy una mujer, artista, latina, que ha logrado llevar su mensaje gracias a lo que tiene esta tierra. Es un mensaje sencillo, basado en la belleza de lo que hay, no en la miseria de lo que fue. Y lo que hay me lo dio todo Colombia. En ningún otro lugar podría hacer lo que hago hoy en día. Al mismo tiempo, es difícil ser artista, mujer, madre, todo a la vez, aunque estoy agradecida, creo que he tenido que elegir entre estar cómoda o seguir ese llamado a crear y sembrar semillas de cambio, de conciencia. Se necesita valentía para ser mujer artista y más en América Latina, donde hay tanta pobreza y desigualdad todavía.
SEMANA: ¿Qué artes y qué artistas influyeron en su formación y cuáles influyen en su creación artística actual?
A.G.: Mi padre, exjesuita, me formó desde pequeña con todos los artistas clásicos en museos, iglesias y monasterios europeos, pero mi madre era más moderna, feminista y hasta conceptual en sus gustos. Todos me influenciaron. Las mujeres artistas son las que más me han marcado. Anni Albers, Eva Hesse, Sheila Hicks, Cecilia Vicuña, Olga de Amaral y muchísimas más marcaron un trabajo más femenino en mí.
SEMANA: En lo que a formación y práctica artística se refiere, ¿qué cree que se puede aprender en la academia y qué cree que se aprende solo en la práctica?
A.G.: La academia debe ayudar a estructurar el pensamiento, y el corazón, a canalizar lo que piensas y sientes. A entender la intención del arte y encaminarla de manera ordenada, disciplinada y responsable. La práctica y el oficio para mí son vitales. Podrá haber mucha inteligencia artificial y mucho conceptualismo, pero yo creo que la materialidad de la obra y los oficios son fundamentales en una sociedad que quiera seguir siendo humana.
SEMANA: ¿Cómo dialoga su arte con la actualidad de este país, de este planeta al borde del calentamiento?
A.G.: Mi obra habla de la belleza, de la naturaleza, de esa conexión del ser con el origen. Pero también siento que mi obra es el eco de una sociedad enferma que se destruye. Invito a reflexionar sobre el hecho de que somos naturaleza y si les hacemos daño a esos bosques o al agua, nos hacemos a nosotros mismos. Vamos en caída por un precipicio y solo miramos nuestras vanidades. Mi obra hace un llamado de reflexión silenciosa y despertar a ese lado femenino que todos tenemos, a esa fuerza femenina de la naturaleza que es creación y abundancia, y que desde la intuición y el arte puede más que la razón y el consumo desenfrenado. Es un llamado al silencio, a la intuición, a esa voz interior, a la lentitud, a volver al oficio, a nuestros ancestros, de volver al origen.