Todo inicia con pequeños relatos de civiles que viven en la frontera entre Siria y Turquía. Y la sangre llegó al Nilo, de Víctor De Currea Lugo, es un abrebocas para entender los conflictos que enfrenta continuamente Medio Oriente y que ocupan la agenda internacional y la de los medios de comunicación. Pero no solo se trata de Siria, también hay entrevistas, crónicas y reportajes que cuentan el avance y la amenaza del Estado Islámico, el poder del presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan –y sus promesas hacia el pueblo Kurdo–, las migraciones en Europa, la guerra en Sri Lanka, el conflicto en Afganistán, entre otros.La voz de las víctimas, victimarios, políticos y militares atrapan desde el inicio al lector y lo transportan a todas las zonas en disputa, con sus respectivos actores. A pesar de que los capítulos pueden ser leídos en diferente orden, cada historia es un enlace para conocer otra. El narrador se hace invisible ante los protagonistas, que revelan su vulnerabilidad ante los constantes ataques entre los grupos rebeldes y los oficialistas. A lo que se suman los ataques aéreos por parte de Rusia, Francia y Estados Unidos.SEMANA habló con el académico, que escribe en El Espectador y Las 2 Orillas, sobre el libro y sus experiencias en la zona de guerra: Sugerimos leer: “Seis años después no podemos seguir culpando a Gadafi”SEMANA: ¿Por qué decide iniciar con pequeños relatos de personas que viven en la frontera entre Siria y Turquía?Víctor de Currea: Esa primera recolección de testimonios es una de las partes más bellas de mi trabajo periodístico: un encuentro de gente que veía esperanza, para la que incluso la guerra era un acto de romanticismo que el paso de los años ha desmentido. A pesar de que fue un viaje con malas compañías y dificultades, creo que significa un salto cualitativo respecto a trabajos previos, más de análisis que de reportería.SEMANA: ¿Cuál de las historias que están dentro de su libro fue la que más le impactó? V.D.: En las guerras, cada dolor tiene su peso propio. El dolor de las víctimas es universal. Recuerdo especialmente a los habitantes de los campos de desplazados de Darfur (Sudán) donde estuve varios meses. Pero, tal vez una de las escenas más duras, es el contraste entre la opulencia de Tel Aviv y la pobreza de Palestina: las huellas de la ocupación en la economía es algo brutal.SEMANA: ¿Cuánto tiempo estuvo en la zona?V.D.: Este libro contiene reportajes desde 2011 hasta 2016, fueron seis años de entrevistas y de viajes que duraron meses. Las guerras son muy cambiantes, así que volver a Irak o Líbano a veces se siente como ir la primera vez. Lo interesante y el gran desafío era poder cubrir para la prensa hechos actuales estudiando y entendiendo sus raíces históricas: la guerra del sur de Tailandia, el conflicto sirio o el Kurdistán te obligan a revisar la historia antigua para entender el porqué del conflicto de hoy.Puede leer: “Los procesos de las FARC y el ELN se tienen que juntar”SEMANA: ¿Fue difícil el acceso a los personajes?V.C.: Siempre tuve una extraña suerte para acceder a muchos grupos como Hamas en Palestina, el Ejército Libre Sirio, el grupo libanés Hizbollah o las guerrillas filipinas. Entrevistar a los rebeldes de Tailandia requirió romper una gran desconfianza hacia periodistas occidentales. A veces estás sentado en un paraje lejano con un rebelde y no logras dimensionar la importancia de quién tienes al frente: eso me pasó con la oposición siria en 2012, por ejemplo.SEMANA: Usted describe en el libro que no fue fácil hablar con uno de los líderes de Hizbollah, ¿cómo logró contactarlo?V.C.: Yo tenía solo un número de teléfono, marqué estando en Beirut y conseguí una cita donde la primera pregunta, muy cortante, fue: “¿de dónde sacó ese número?”. Una vez expliqué todo me dijeron: “nos vemos aquí mismo en 24 horas”, mientras confirmaban mi versión. El día siguiente llegaron tres, sonrieron y me dieron la bienvenida diciendo: “sus fuentes lo aman”.SEMANA: ¿Cómo saber cuáles son los testimonios más impactantes?V.C.: Imposible. En mi libro describo cómo fui viviendo cada conflicto y experiencia. Hay voces de víctimas, de victimarios, de políticos y de militares. A mí me sacude releer tres entrevistas que hice en Jordania con tres estudiosos del islam y del radicalismo islamista, máxime cuando dos de ellos estuvieron en las cárceles precisamente por haber sido islamistas. Verlos ahora reflexionar sobre su propia historia, pero en cuerpo ajeno, es una lección de vida.Recomendamos: El ‘sí‘ se impone en el referendo turco que otorga poderes especiales al presidente ErdoganSEMANA: No es fácil entender los conflictos que rodean Medio Oriente por todas las versiones que aparecen en los medios de Occidente, ¿cree que hay una estigmatización frente al tema? V.C.: El problema es que Medio Oriente lo aprendemos por sus mapas políticos: Siria, Irak, Turquía, pero no por otros mapas que subyacen y que a veces son incluso más determinantes, como el mapa de las culturas: árabe, kurda, turca, persa y otras. O el mapa de las religiones: musulmanes suníes, chiíes, drusos, maronitas, coptos, judíos, cristianos, etc. En ese batiburrillo, uno de los elementos que más contribuye a la incapacidad de entender lo que allí pasa son los prejuicios y la ignorancia; estas dos cosas se expresan mucho en la islamofobia. La gente se inventa un islam que no conoce y habla desde el chisme y la calumnia.SEMANA: No se puede simplificar todos los problemas en Medio Oriente y África como un conflicto político y religioso, ¿cómo influye la agenda internacional en esas zonas?V.C.: En el mundo, incluyendo el sur y sudeste asiático, las guerras no son fenómenos locales que transcurren dentro de unas fronteras cerradas. Ya sea por la salida de refugiados o por la entrada de armas, las guerras se internacionalizan. Pero a esto hay que sumar unos rezagos de la guerra fría, las potencias siguen peleando a través de otros por el control político y económico. En el caso de Oriente Medio la disputa de las potencias regionales (Irán, Turquía, Arabia Saudita e Israel) explica parte de la crisis actual.SEMANA: Muchas personas creen que la mejor solución es crear campos de refugiados, pero ¿cree que esos espacios brindan la atención necesaria?V.C.: Los humanitarios hacen lo que pueden y a veces se le juzga de una manera injusta. Yo mismo, como médico, trabajé en Palestina, Sahara Occidental, Birmania, Etiopia y Sahara Occidental. Un campo de refugiados nunca será un sitio ideal y siempre es, en últimas, el símbolo de un fracaso. Los refugiados huyen de la guerra, viven en una situación precaria y en una gran incertidumbre. Quedan dependiendo hasta para la comida de organizaciones ajenas a ellos. Su situación mental es, obviamente, frágil. La solución no está en comprender las consecuencias de las guerras, como son estos campos, sino en entender las causas de los conflictos armados.Sugerimos leer: Huyendo de la guerra: refugiados en UgandaSEMANA: Usted dice que el impacto de volver a la realidad es muy difícil, ¿ha logrado superarlo?V.C.: Las guerras y las crisis ajenas a veces son simplemente moda en las conversaciones. No logramos ver que esas víctimas de allá son iguales a las víctimas de aquí. Duele cuando no logramos despertar empatía por el que sufre, cuando la gente en las redes sociales habla de guerras que no conoce y descarta al otro porque no habla el mismo idioma o profesa la misma fe religiosa. Pero esa es la humanidad. Cada uno viviendo en su pequeño mundo. Se pierden los dolores de otras guerras, pero también se privan de la universalidad de la humanidad. Ganar eso es mi mayor premio.