Sentarse a conversar con un hombre de la talla de William Ospina sin recurrir a su trabajo literario no hubiera sido cosa fácil si éste no fuera por mucho un hombre de elegante sencillez. Sus modales son el trasunto de un conde en la época victoriana, desde el modo en que se sienta hasta la forma de hilvanar las palabras. Él mismo prefiere no definirse, ya no por el concepto filosófico de aniquilación, sino por evitar la falsa pretensión de haber llegado a un lugar determinado, de haberse convertido en alguien. “La verdad es que todos estamos aquí aprendiendo”, expresó el autor, “tratando de descubrir cuál es el sentido de nuestra vida”. Considera que es muy difícil definir a un individuo y lo es más aún que éste se defina a sí mismo. A lo sumo, reconoce que si bien la escritura, como algunas artes, se aprende, no hay academias que otorguen un título de escritor, como sucede con muchas disciplinas del conocimiento. Es un hombre que se ha dedicado a tratar de ser escritor, pero no puede decir con certeza que a plenitud lo haya conseguido. William Ospina supone que el escritor se reconoce como tal a partir del momento de publicación. Pero esto no obsta para continuar, ya que escribir se trata de una constante búsqueda. “La escritura no sirve para sobrevivir”, respondió cuando le pregunté por el gran sacrificio que hubiera hecho en pro de la literatura. Confesó que antes de dedicarse a escribir por completo fue periodista y publicista. Se sabe que en esta última existe un flujo constante de dinero y que su demanda deja buenos ingresos; contrario a lo que sucede en la literatura. “Sin embargo”, agregó, “yo no entendía mi vida sino como escritor, y empecé a sentir que cualquier tiempo que le dedicara a otro oficio, era un tiempo que estaba perdiendo para lo que verdaderamente me importaba”. Así fue que tomó la decisión de abandonar la publicidad para dedicarse a escribir, a sabiendas de que aquello no sería sencillo. Su gran sacrificio habría sido entonces renunciar a la literatura; de manera que, aunque a veces no tuviera que comer, siempre estaría satisfecho de haber escogido el camino de lo que más le gustaba. “La literatura como manera de estar en el mundo, como manera de sentir y de vivir, nunca me ha decepcionado, aunque a veces no sepa uno cómo resolver las cosas prácticas de la vida”. En cuanto a sus lecturas, el escritor se refiere al primer libro que leyó en su vida, La Odisea, único libro que había en su casa a sus diez años, y que un día cualquiera le hizo un guiño. “Mi casa no era casa de lectores, y tener un libro allí era como una especie de misterio”. Desde entonces, el escritor ha mantenido una relación muy cercana con La Odisea, obra a la que siempre vuelve con la intención de extraerle al fin la principal lectura. Además de Homero, hay otros autores a los cuales el autor no renuncia: Shakespeare, Dante, Borges, Chesterton, de quienes le gusta pensar que sus libros están abiertos a toda hora para llevarlo de viaje. El crecimiento en la escritura depende mucho del mismo autor; no obstante, a la pregunta acerca de la autoeducación, la posición de William Ospina al respecto es escéptica. Cree que así como el desarrollo del lenguaje se produce por la interacción de dos o más individuos, cualquier otro saber tiene ese quid: alguien debe darle a otro las claves del saber, el conocimiento depende en gran medida de la imitación. Por supuesto existe una responsabilidad individual en lo que respecta a la educación; mas resalta el importante papel que tienen los libros y los amigos en el proceso de la autoformación. Uno de esos campos del conocimiento, del saber, implica la espiritualidad y la religiosidad. Ya no es un secreto que a gran escala la religión ha causado grandes desastres a la humanidad, y para William Ospina esto es un hecho, sin embargo, acepta que las religiones han sido fundamentales para todas las sociedades humanas, y será muy difícil que haya sociedades humanas que renuncien a ellas. “Porque la única posibilidad de que las personas vivan sin religión es que tengan una gran formación filosófica y un gran sentido de responsabilidad moral”, dijo, coherente con su postura de que asignaturas como filosofía, ética, matemáticas, geometría —clásicos de la educación formal—, son necesarias todavía en la educación actual. “Sólo una combinación profunda de filosofía y de ética hará innecesaria la religión en los seres humanos”, hecho que, expresa, resulta cada vez más difícil. “Esta combinación es muy necesaria para formar seres capaces de culpa y de arrepentimiento. Basta comparar las sociedades protestantes con las sociedades católicas para encontrar que en el protestantismo hay mucha más responsabilidad ética y que en el catolicismo hay una mayor irresponsabilidad ciudadana unida eso sí a una gran capacidad de rezar”. Al respecto, hace alusión al budismo ya que éste se configura más en filosofía que en religión, lo mismo piensa de ideas de la divinidad como la de Espinosa e incluso las de autores como Walt Whitman que viven en un mundo lleno de sacralidad y veneración, donde la belleza cumple un papel trascendental. “De manera que habrá muchas alianzas en el futuro de la religión, con la estética, la filosofía, con la idea de belleza y con un sentido profundo de la ritualidad y el respeto por el mundo”. William Ospina hace todo lo posible por no aprender de memoria sus propios poemas, y tiene muy buena memoria para ello, pero prefiere usarla en el placer de leer y recitar a Shakespeare, Dante, Quevedo, Borges, de quienes sabe muchos textos de memoria. En novela, no tiene método para construir un personaje, sino que permite que el personaje crezca al punto de expresarse por sí mismo. Se considera limitado para construir un personaje, lo que le permite poner como ejemplo a Shakespeare, cuyos personajes tienen aliento propio y son inconfundibles. Personajes como Otelo y Ricardo III tienen identidad propia, pues son mucho más que nombres. El escritor prefiere trabajar durante la noche debido al silencio, pero es un escritor dispuesto a cualquier hora del día. No tiene un horario específico, tanto de horas como de días. “Me he vuelto muy astuto, dice; he aprendido a decirme a mí mismo que cuando no estoy escribiendo es porque estoy trabajando muchísimo en concebir los argumentos de algo; pero es mentira, solo que es una manera de autojustificarme y de no atormentarme demasiado con la idea de que estoy perdiendo el tiempo”. Cosa que hacía en otros tiempos. A propósito del Budismo, le pregunté si meditaba o si alguna vez había practicado la meditación. El escritor no cree en esta clase de formalidades —aunque las respeta por supuesto—, y considera que escribir un poema, el acto de escribir en general, es un ejercicio de meditación. Igual que considera que leer es una forma de rezar y de leerse a sí mismo. De este modo, no le impone a su vida rituales distintos a los que ha ido formando a lo largo de los años; hábitos, costumbres y a veces vicios. Sin embargo, concluye diciendo: “yo podría decir que soy panteísta, politeísta, monoteísta, animista, y también hay algo en mí de escepticismo y de agnosticismo. Me parece que los hindúes tienen razón cuando piensan que hay tres millones de dioses, pero que hay sólo tres dioses, y que en realidad la divinidad es una sola; sólo que como la divinidad es una sola, imagínese cómo será de grande y de compleja y de inabarcable, entonces nadie podría entrar en contacto con la divinidad si fuera una sola; se necesitarían millones de ventanitas para asomarse y ver un poquito y tener un poquito de conciencia de esa divinidad. Entonces, los hindúes tienen tres millones de dioses para poder verle pedacitos a la divinidad; tener pequeños ángulos desde los cuales ver la fuerza creadora, la fuerza destructora, la fuerza salvadora, la fuerza nutricia, la fuerza transformadora del mundo, que ellos manifiestan en dioses buenos, malos, que aman, que destruyen, que ayudan, que son combativos, otros que son furibundos”. “Lo importante es creer en lo divino”, culmina aquel a quien nada le parece más importante que la divinidad. Y, ¿qué son las palabras que construyen grandes textos deleitables sino divinidades? Que lo diga el mismo William Ospina, quien mucho se deleita en la gracia del legado de Shakespeare. *Por: Elbert Coes, colaborador de Semana.com