En una caricatura publicada en la revista SoHo tres futbolistas disputan un balón: dos atacan y el otro defiende. El delantero que lleva el balón es negro y su compañero, muy correcto, le pide que se lo tire: “¡¡Pásame el esférico, señor afrodescendiente con inclinación sexual diversa!!”. Debajo, un letrero traduce: “¡¡Tóquela, negro marica!!”. Así resumió Matador, el agudo caricaturista, un fenómeno que hoy pone en aprietos al humor: la corrección política.De un tiempo para acá pocos se atreven a decir en público palabras como ‘negro’, ‘marica’ o ‘indigente’. El lenguaje de lo políticamente correcto dice, por ejemplo, que a los pobres ahora hay que llamarlos ‘población en condiciones de vulnerabilidad’. Un chiste de pastusos, enanos, cojos o ciegos constituye una ofensa mayor: podría atentar contra la dignidad de las minorías o de los discapacitados. Y de política ya no se puede hablar porque o se es castro-chavista o se es fascista. Es tal la presión que hasta en WhatsApp está de moda usar emoticones de piel trigueña o negra para sentirse incluyente.Estar abierto a la diferencia es, sin duda, un logro de la sociedad moderna, pero en ocasiones se llega a extremos que rayan en lo absurdo. Así lo creen varios humoristas del país, que ven en la corrección política una reflexión interesante y necesaria en ciertos ámbitos de la sociedad, como la política pública y el derecho, pero que no puede ser regla universal. La irreverencia es su naturaleza y el derecho a la incorrección política, su bandera.Que actualmente la mayoría de humoristas ejerzan su profesión a través de las redes sociales no es casualidad. Ahora Twitter, Facebook y YouTube son el espacio donde mayoritariamente se mueve el humor, un terreno más libre pero peligroso a la vez.Internet se convirtió en un espacio donde la gente quiere demostrar qué tan buena persona es al aprobar y desaprobar conductas mediante el ‘me gusta’, el retuit, los emoticones y el comentario. Pero así como promueve valores como la tolerancia y la libertad de expresión, ha agudizado los odios y banalizado cosas tan graves como amenazar a alguien de muerte.Crisanto Vargas, Vargasvil, sufrió los efectos de esa explosiva mezcla. Este paisa, que lleva 35 años burlándose de los poderosos del país, hoy no tiene un día libre de amenazas o insultos vía Twitter. El rechazo de la gente a su uribismo y a las punzantes sátiras que lanza contra el presidente Santos lo llevó a pensar dos veces antes de redactar un tuit.A Matador, por ejemplo, no hacen más que preguntarle por qué pinta a los negros tan negros en sus caricaturas, a lo que responde siempre: “No tengo otra forma de pintarlos”. Recuerda que cuando Obama asumió la Presidencia, a los caricaturistas de los diarios estadounidenses les pidieron dibujarlo ‘no tan negro’, algo que le genera indignación: “Hemos llegado a un punto en que negamos la realidad misma de las minorías para evitar herir susceptibilidades. ¿No es peor eso?”.Santiago Moure, que parodió con Martín de Francisco a la sociedad colombiana en El siguiente programa, coincide al considerar que esta tendencia es sumamente peligrosa pues cuestiona la integridad de las personas y sutilmente las conduce hacia la autocensura. “La gente, por evitar la sanción social –dice Moure– prefiere no hablar de minorías o de política, cosa que en últimas cumple con la agenda secreta de la corrección política: dejar en el olvido cuestionamientos y reivindicaciones necesarias para la sociedad”. Eso mismo, cree él, está pasando en el humor.Sin embargo, hay límites en este oficio: “No caer en la calumnia, en la injuria y en el insulto”, dice Antonio Morales, quien fue libretista de Quac y Lechuza. “Me autocensuro buscando hacer un humor sutil, que si ofende lo haga con elegancia”, asegura Carlos Mario Gallego, más conocido como Tola. “Cada humorista tiene sus sensores personales y sabe hasta dónde llegar”, aporta César Betancur, libretista de Las hermanitas Calle. “Lo que más me puede quemar es el voltaje de mis chistes por eso lo mido antes”, confiesa Daniel Samper Ospina, que a través de sus columnas, libros y ahora en su faceta de ‘youtuber’ no deja títere con cabeza.De ahí se deriva la clave del asunto. En el humor la pregunta nunca debe ser de qué temas no hay que hablar, sino cómo hacerlo. Para el gremio no hay temas vedados, lo que debe ser disonante es la forma en que se abordan.El lenguaje, por ende, no es el problema. “Uno puede decir negro, indigente y enano. Lo que no puede es hacer el chiste fácil burlándose de su condición”, afirma Betto, caricaturista de El Espectador. “Mucha gente me critica por cómo describo a los personajes de mis columnas, pero creo que los chistes físicos, más que evitarlos, hay que destilarlos”, añade Samper Ospina.Sin embargo, las minorías piensan distinto. Marcela Sánchez, directora de Colombia Diversa, cree que el humor peca cuando difunde ideas falsas, en su caso, de la comunidad LGBTI. Cuando reproduce generalizaciones peligrosas como que esta población es bullosa, poco inteligente, débil y promiscua. O cuando utiliza hombres disfrazados de mujer para representar hombres gais. “Eso causa confusión entre el ser gay y el ser hombre o mujer”, señala.La escritora y feminista Carolina Sanín cree que en Colombia no hay humor: “Hay un ‘bromismo’ chabacano, que se confunde con la frivolidad y el sadismo. Es muy elemental, poco original y poco creativo y, por lo que he visto, se limita al remedo, a la ofensa por la ofensa”.El año pasado hubo un hecho polémico. Ray Charrupí, representante de Chao Racismo, logró que Caracol Televisión sacara del aire al soldado Micolta, el afrocolombiano de Sábados Felices que se mostraba torpe, perezoso y de bajo nivel cultural. Dice que si bien a él no le molesta, “el humor vulnera la dignidad de ciertos miembros de la comunidad afro al llamarlos negros porque no les gusta”.Complacer esas inquietudes equivale, para los humoristas, a cercenar el lenguaje y a desdibujar el chiste en sí. En Twitter, por ejemplo, dice Carlos Vallejo, uno de los fundadores de La Bobada Literaria, un blog que parodia la esfera cultural colombiana: “Tendrían que darnos el doble de caracteres permitidos para hacer un chiste”. O en el caso de los enanos, advierte Santiago Moure, habría que decirles acondroplásicos, “un matachistes por naturaleza”.Otros han optado por ver en la corrección política una fuente para el humor. Carlos Mario Gallego, que personifica a Tola desde hace 26 años, se inclina por esa opción: “Tola y Maruja son señoras mayores que aunque son algo desbocadas, su propio recato les impide insultar a los demás. Claro que ellas no entienden cómo puede ser ofensivo decirle indigente al ‘habitante de calle’, y lamentan que se haya perdido esa palabra tan tierna que los definía: gamín”. En La Bobada Literaria, preguntarse si los afrodescendientes son hijos de gente con afro o llamarlos “afrocondescendientes”, ha sido la forma de ‘mamarle gallo’ a tanta sensibilidad.Pero, quizás, los autores de Actualidad Panamericana, el portal de noticias falsas más leído del país, tomaron el camino más complejo. Sus creadores lograron preservar la irreverencia y tocar temas sensibles sin recurrir al lenguaje ‘prohibido’.A raíz del escándalo de la cartillas sobre orientación sexual del Ministerio de Educación, publicaron una noticia titulada ‘Niño se convierte en burro tras leer Platero y yo’, que cuenta la historia de una madre que vio cómo a su hijo le salió pelaje gris en la cara y las orejas le empezaron a crecer tras leer la fábula infantil. Sin hacer referencia directa a la problemática real ni mencionar las palabras ‘gay’, ‘marica’ u ‘homosexual’, demostraron que el humor puede tocar temas sensibles y hacerle el quite a la corrección.Nunca habrá consenso sobre este asunto. Siempre habrá quien celebre y considere risible lo que otro no soporta. Los humoristas seguirán riéndose de la corrección y algunos la odiarán. Pero todos persistirán en su propósito de ser el tábano que pica el lomo del poder. Si la corrección política es una fachada para hacer creer a las personas que son mejores o para ocultar sutilmente cuestionamientos necesarios, es incierto.La tolerancia que hace años promovía el humor por simplemente ser humor está desapareciendo. El escritor Antonio Caballero, que en días pasados dedicó una caricatura al tema, lo resume en dos frases: “El problema no es del que habla, sino del que oye. Así los humoristas se resistan a la corrección política, si las personas se someten a ella tendremos un mundo aburridísimo donde habrá chistes pero no gente que se ría”.