Armaron una especie de ring de boxeo en el escenario, se presentaron como pugilistas, y establecieron desde el inicio un tono surreal que les sienta perfecto. Arcade Fire visitó Colombia por primera vez, y para celebrarlo integró gaiteros a su principio y a su final y usó matices de amarillo, azul y rojo en su ropa. Más importante aún, movió piernas, cuerpos y corazones. En entrevista con SEMANA previa al evento, Will Butler aseguró que no tenían ‘hit’ y por eso podían tocar lo que quisieran. En vivo, durante dos horas que parecieron mucho más, demostraron que hacen de todo lo que ejecutan un hit, y por eso pueden tocar lo que les venga en gana. Así superaron las expectativas que generaba su fama de “bestia en concierto”. Con decibeles, gran sonido y entrega total a un mar de himnos, dejaron sin aliento a las 4.000 personas que hicieron comunión. La carpa podía generar dudas, el sonido de Bomba Estéreo no fue el mejor y parece confirmar que, por serio que sea el acto de apertura, ‘debe’ sonar regular. La propuesta visual podía generar dudas también pues, a primera vista, la pantalla trasera parecía muy pequeña. Pero con base en varias sorpresas el espectáculo descrestó. El sonido estuvo a la altura, más del lado alto que del bajo y capaz de desnudar los matices de guitarras, teclados, pianos, violín, batería y voces. La visual propuso su lado del viaje con un juego entre la pantalla-franja trasera y la presencia y entrega casi circense de la banda, que se adueñaba del primer plano. Exceptuando momentos claves en los que Win Butler y Régine Chassagne alternaban su protagonismo, Arcade Fire llenó el espacio como un frente unificado y mutante. Poca diferencia les hace si están cerrando Coachella (como en 2011) o entregándose en una carpa.      Cansaron a la ciudad de la mejor manera posible, la pusieron a bailar y a cantar sus melodías. Afinaron a Bogotá, que sonó sentida, fiestera y amorosa. Recordaron el voltaje de una banda como Pixies, que dispara una canción tras otra y mantienen una conexión constante por medio de sus transiciones. Pero como pocas bandas, demuestran un enorme rango emocional. Por eso, a cada quien el concierto le dejó sus propias postales, y dio mucho de qué escoger. El piano contundente de ‘Sprawls II’, los redobles y guitarras agudas en crescendo de ‘No Cars Go’, el pulso espiritual de ‘Neon Bible’, el corte festivo-familiar de ‘The Suburbs’, el voltaje esperanzador de ‘Ready to Start’ y la rumbera ‘Everything Now’ que abrió y reapareció hacia el final del espectáculo. También su impresionante ‘My Body is a Cage’, corazón, añoranza, dolor y climax.Arcade Fire mostró que no tiene “género”, sí mil facetas masculinas, femeninas, humanas y vivas, que dialogan y se alimentan. De cuerpo no se atornillaron al escenario. Will Butler se acercó al público de ‘general’ y arengó a la gente con su tambor, y al final, como una tropa de teatro, fueron integrándose al público en su acto final, ‘Wake Up’. La noche del 5 de diciembre, en el Campin podía había miles de personas más, pero ni un ápice del alma que llenó la Carpa Las Américas de Corferias.