¿Puede el perdón florecer donde el terror sembró desiertos? Es la pregunta que da origen a la obra Antígona, genealogía de un sacrificio, la cual, en el escenario del Pacífico colombiano, cuenta la historia de una mujer que deambula con el cuerpo de su hermano muerto, en busca de un lugar para sepultarlo. Un mito que en Colombia se ha vuelto realidad. En esta obra, la ficción de Antígona, la hija de Edipo y Yocasta, transmuta en la historia de vida de las mujeres negras de Colombia que han tenido que divagar con los cuerpos de sus muertos a la espalda, buscando esconderse del conflicto armado. En el año 2013, el Centro de Investigaciones Teatrales Cenit, dirigido por Nube Sandoval y Bernardo Rey, ganó una beca de creación artística del Ministerio de Cultura y con esta fundaron el proyecto “Antígona”, una obra de teatro en la que involucran a las cantaoras de alabaos de Condoto, con el fin de generar con ellas un puente de reconstrucción social de las personas que han padecido la guerra en esa región. Tras el escenario, Jesusita Mosquera prepara su garganta para salir a cantar. Ella es la directora de Oro y Platino, el grupo de cantaoras de Condoto Chocó. Desde el año 2013 Jesusita ha acompañado a sus vecinas a embarcarse en el proyecto teatral de Cenit, el cual las llevó desde las aguas del Atrato, hasta los escenarios de teatro de Bogotá, para presentarse en el 15 Festival Iberoamericano de Teatro. En escena, antes de verlas, se las escucha. Desde el inicio de la obra invaden el escenario, vestidas de blanco, una al lado de la otra, moviendo sus caderas prominentes de izquierda a derecha. Las cantaoras de alabaos le rezan al divino niño, para que este las escuche y baje a acompañar a los que se murieron, en el camino hacia la vida eterna. Al comenzar la presentación, la que lleva la batuta del canto carga una bandeja en la cabeza, en la que tradicionalmente las mujeres del Chocó, y de las costas colombianas, transportan frutas o dulces de panela. Esta vez la bandeja está ocupada por una vela blanca encendida, estampada con la imagen de la virgen del Carmen. Al encenderse las luces aparece Antígona, en medio de ellas. Antígona, la que vaga con el cuerpo de su hermano, está vestida de negro, las cantaoras llevan la piel negra y un vestido blanco. Cuando las lámparas se prenden el blanco se confunde con la luz y brillan sus pieles; cuando se apagan, las pieles desaparecen y deambulan los vestidos. Las mujeres cantan “enterrándolo estaba y a la cárcel me llevaron”. Parece que le cantaran a Polínices, el hermano muerto de Antígona, al que ella busca darle un digno entierro. Pero la verdad es que, así como Antígona en el mito, estas mujeres chocoanas en su vida real han cargado con los cuerpos fantasmas de sus familiares desaparecidos, en busca de un lugar para enterrarlos. “Mujer es sinónimo de vida –dice Nube Sandoval-. Ellas han hecho la resistencia a la guerra y a la muerte, manteniendo viva la esperanza de que esto pudiera terminar… Ellas son así como Antígona, fueron desplazadas de la vida y desplazadas por la muerte”, ahora se refugian en el teatro y en mito, para contar una realidad colombiana. La obra estará el viernes 11 y sábado 12 a las 8:30 p.m. y el domingo 13 a las 6:30 p.m, en el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo. Y el 15 de marzo se presentarán en la en la Catedral Primada de Bogotá, con un gran concierto de alabaos (cantos fúnebres que las mujeres chocoanas hacen tradicionalmente en los velorios, con el fin de ayudar a los difuntos a encontrar el camino hacia la vida eterna de los ancestros, al lado de Dios).