El pasado 16 de marzo, cuando se inauguró la muestra, llegaron a la sala más de 2.000 personas a verla, una cifra poco usual en una inauguración de arte. Esta obra llamada Flujos deseantes habla de los flujos de la naturaleza y del deseo físico y psicológico que experimentan los seres humanos cuando se relacionan con ella.Lo más atractivo de la obra de Herrán es que se caracteriza por intervenir materiales poco convencionales como el cabello humano, el plomo, las cáscaras de frutas y el estiércol. Además, el artista suele combinar formatos diversos en una sola muestra. Escultura, fotografía y video.Los materiales que utiliza tienen de por sí cargas culturales poderosas, y su trabajo está en unir, mediante un proceso casi alquímico, las ideas con materiales que comuniquen correctamente lo que siente. “Mi razón principal para utilizar pelo -asegura Herrán- es que yo quería plasmar una transición entre materiales naturales como la hierba y la boñiga que están lejos del cuerpo, a otros que hacen parte de nuestro cuerpo, como el cabello. Podemos ser neutros ante la hierba, pero no ante el pelo, pues el cabello hace parte de nosotros,  y esto hace que las implicaciones psíquicas sean más fuertes y más poderosas al ver una escultura hecha de este material”.La muestra, además de la particularidad de sus materiales, permite apreciar el proceso creativo y experimental que ha tenido el artista a lo largo de su carrera y las transformaciones naturales que han vivido sus obras con el transcurso del tiempo.  Todas obras que reúne Flujos deseantes fueron creadas entre  1987 y 1993.Sin título, 1987 (un bastón construido con cáscaras de naranja), es una obra que si bien existe desde hace 29 años, con el paso del tiempo ha cambiado. Su elemento principal, las cáscaras de naranja, se han transformado biológicamente hasta expeler un olor delicioso que atrae a los espectadores y genera experiencias sensoriales envolventes, más allá de la vista.Por el contrario, en la obra 70 objetos (1992), el artista tuvo que reconstruir algunos elementos que con los años se destruyeron. A esta la componen setenta  artefactos hechos con arcilla sin cocinar, los cuales llevan al espectador a fantasear qué podría hacer con ellos. Algunos tienen que ver con instrumentos de tortura de la edad media, otros con herramientas de trabajo; cada uno apela a una zona del cuerpo y busca causar relaciones de dolor o satisfacción entre el cuerpo y el artefacto.De esta manera, el autor desnuda, no solo los inicios de su carrera, sino la presencia latente de la muerte en Colombia y en su vida de 1987 a 1993. En sus palabras, las obras exhibidas “hacen referencia a situaciones de violencia del contexto social e histórico en el que las creé y equivalentes psíquicos entre lo que se ve y mis pensamientos de ese momento”.Flujos deseantes es una experiencia sensorial, social y psíquica en la que los espectadores pueden ver a través de la obra temprana de un escultor la historia violenta del país, los lazos entre el cuerpo y la ciudad, las relaciones entre el cuerpo y la naturaleza, la huella del ser humano sobre el ecosistema y las ideas nuevas que surgen a partir del arte.La curadora de la obra,  María Belén Sáez de Ibarra, asegura que esta muestra además de ser para los bogotanos, busca ampliar las ideas de los estudiantes de arte de la ciudad, “mostrándoles que la creación de conocimiento no se da a los setenta u ochenta años, simplemente no tiene edad”.