En 1929 el pintor Roberto Pizano trajo al país una colección de reproducciones de obras de arte para utilizarlas en la formación de los alumnos de la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional. Provenientes de Europa, cruzaron el océano Atlántico en barco hasta Puerto Colombia, remontaron en ferri el río Magdalena, y arribaron a Bogotá en tren y a lomo de burro. De esta forma llegó hace 88 años, la colección de estatuas, bustos de bronce, mármoles, grabados y obras de yeso, considerada la más importante de América Latina en su tipo.
La historia de cómo este tesoro terminó en el país comenzó en 1927 cuando Pizano, uno de los pintores colombianos más importantes de la época, recibió la propuesta de dirigir la Escuela de Bellas Artes. Él, que en ese momento vivía entre París y Madrid, aceptó la rectoría, pero solo con una condición: que el gobierno de Miguel Abadía le diera una gran suma de dinero para comprar materiales educativos que él mismo escogió.
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Pizano recibió 23.827 pesos de la época y 600 pesos más de viáticos, unos 100 millones de pesos en la actualidad. Con ese dinero encargó al Museo de Louvre, al Museo Británico y a diferentes ciudades en Italia la reproducción de cientos de réplicas de esculturas y grabados más importantes de la historia del arte, que fueron alojadas en la Academia de Lenguas.
“El número de las piezas que llegaron es difícil estimarlo, pero si nos atenemos a documentos que reposan hoy en el Archivo Central e histórico de la Universidad Nacional, firmados por el propio Pizano, había estatuas y bustos de bronce y mármoles, moldes de yeso y más de 5.000 estampas”, aseguró Ricardo Arcos-Palma, docente investigador asociado a la Facultad de Artes de la Universidad Nacional.
Entre las reproducciones se encontraban esculturas y muestras de la arquitectura de Egipto, Grecia, Roma, obras del arte gótico, del renacimiento, del barroco, entre otros, que por fin podían ser observadas por los colombianos sin necesidad de viajar al extranjero.
Esta colección revolucionó la enseñanza de las artes plásticas en el país. Los estudiantes podían ver, tocar, reproducir, pintar y sobre todo conocer las principales obras de la humanidad. Desafortunadamente lo que Pizano había concebido como un proyecto a largo plazo pronto empezó a sucumbir. En abril de 1929 él murió y no pudo ver su colección exhibida. Las piezas vieron la luz en 1930 en una exposición para conmemorar su muerte. Allí los colombianos apreciaron grabados de Rembrandt, Durero, algunos dibujos de Leonardo Da Vinci, reproducciones del renacimiento italiano, así como obras como el busto de Beatriz Aragón, representativas del periodo románico; el rey Salomón, del arte gótico; la Venus de Milo, la estatua griega de Dionisios que hacía parte del frontón exterior del Partenón en Atenas, entre muchas obras universales.
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Pese a su importancia, estas reproducciones fueron guardadas en cajas y empezaron una travesía por diferentes lugares de Bogotá que causaron su deterioro. Como judío errante la colección pasó por el San Bartolomé, el actual Museo Militar, el Claustro Santa Clara y los sótanos de la Biblioteca Nacional hasta que en 1967, llegaron a la Universidad Nacional. Con el paso del tiempo algunas piezas se perdieron, otras quedaron arruinadas por el vandalismo y la mayoría fueron restauradas por la universidad.
Para el profesor Ricardo Arcos-Palma “luego de tanto peregrinaje de una escuela sin sede, muchas piezas se perdieron. La colección Pizano hoy no es ni una sombra de lo que fue en 1929. Pero tienen un valor histórico pues hace parte de la formación profesional de la Escuela de Bellas Artes y sus estudiantes, principalmente en la primera mitad del siglo XX”.
La colección la custodia la Universidad Nacional y para su restauración y catalogación ha contado con el arduo trabajo de personas como Ángela Mejía de López, quien en 1974 realizó un primer catálogo de la colección Pizano.
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Hoy en día hay 582 grabados en buen estado, algunos tuvieron que ser recuperados luego de que la humedad los afectara. Además se encuentran 246 reproducciones en yeso, aunque no todas están en buen estado. En 2002, fueron declaradas Patrimonio de la Nación por parte del Ministerio de Cultura, gracias a la gestión de Mariana Varela, quien para ese momento era la directora de la Escuela de Artes.
Para la directora María Belén Sáez de Ibarra, una de las piezas que sobresale de la colección es “el busto de Beatriz de Aragón, pues tiene la particularidad que el original ya no existe, fue destruido durante la Segunda Guerra Mundial, de este solo quedaron cuatro copias en el mundo, es del escultor Francesco Laureana y el original databa de 1472. Además, lo más importante es que la colección puede ser vista en la Biblioteca Central Gabriel García Márquez”.
Han pasado ya 88 años desde su llegada a Colombia, aunque en el siglo XX muchos museos hicieron reproducciones, muy pocas en el mundo se conservan, de hecho, esta es la única de América Latina. Un tesoro invaluable.