El casi centenar de periodistas que el 21 de octubre de 1982, con estricta puntualidad, escucharon de boca de Pierre Gillensten, secretario permanente y miembro de la Academia sueca, el nombre del ganador del Nobel de Literatura, recuerdan el murmullo de aprobación que se apoderó de la sala, cuando desde años atrás lo habitual era preguntarse unos a otros “¿y ese quién es?”.
Así lo describió Ricardo Moreno, corresponsal en Estocolmo del diario El País (España), en la crónica que despachó desde el edificio de Börshuset, sede de la Academia, al explicar las razones de la concesión del Premio al novelista colombiano Gabriel García Márquez.
“No supone el descubrimiento de un escritor desconocido”. García Márquez, dice la Academia, “ha creado un universo propio -el mundo que rodea a Macondo, el pueblo por él inventado-. Desde finales de la década del cincuenta, sus novelas y cuentos nos arrastran a ese extraño lugar donde se dan cita lo milagroso y lo más puramente real -el espléndido vuelo de la propia fantasía-, fabulaciones desmedidas y hechos concretos que surgen del fondo del pueblo, alusiones literarias, gráficas descripciones, palpables y a veces opresivas, realizadas con la precisión de un reportaje”.
La Academia también consideró que ese mundo creado por García Márquez tal vez sea la muerte del más importante director de escena entre bastidores. “Pero ese sentimiento trágico de la vida, que alienta en las obras del escritor, expresa a su vez una fuerza vital a un tiempo aterradora y edificante de lo vivo y lo real”.
En el artículo publicado hace 40 años por el diario madrileño, Moreno registró que la Academia sueca hizo alusión, también en forma escueta, a la fecunda obra del escritor, sobre todo al “reconocimiento internacional de inusitada magnitud” que produjo la aparición, en 1967, de su novela Cien años de soledad, “traducida a gran número de idiomas y de la que se han editado millones de ejemplares”.
“Cada nueva obra suya”, agregó la Academia, “es considerada por una crítica y un público expectantes, como un acontecimiento de trascendencia internacional y se traduce y publica rápidamente en numerosos idiomas y grandes tiradas”.
La Academia ubicó al periodista y escritor colombiano en el contexto de un continente cuya vitalidad creadora tiene reconocimiento universal: “La literatura latinoamericana muestra, desde hace un tiempo, una vitalidad que apenas se encuentra en otro ámbito literario y tiene conquistada una posición que es seguida con particular interés en la vida cultura de nuestro tiempo”.
“Es este un continente donde se entrecruzan multitud de impulsos y tradiciones. Elementos de cultura popular, por ejemplo, la narración oral, reminiscencias de culturas indias altamente desarrolladas, corrientes del barroco español de diferentes épocas, influencias del surrealismo y otras corrientes literarias europeas. Todo ello mezclado produce una bebida vivificante y rica en especies de las que García Márquez y otros escritores latinoamericanos extraen su material e inspiración”, según concluyó el texto oficial con que la Academia justificó la decisión.
Después de Gabriela Mistral (Chile, en 1945), Miguel Ángel Asturias (Guatemala, 1967) y Pablo Neruda (Chile, 1971), el 21 de octubre de 1982, Gabriel García Márquez se convirtió en el cuarto latinoamericano que obtenía el Nobel de Literatura para América Latina, en los 80 años de vigencia que por entonces tenía el Premio. 40 años después, la lista se amplió a seis con Octavio Paz (México, 1990) y Mario Vargas Llosa (Perú, 2010).