“Todo antropólogo tiene un gran viaje”, dice Fernando Urbina Rangel, quien tras varios años de investigación y trabajo de campo es hoy por hoy uno de los expertos en mitología y arte rupestre de la Amazonía más respetados en el país.
Hace un par de meses, Fernando presentó su libro ‘Boca de maguaré’, basado en un relato del abuelo José García, uno de los más grandes sabedores del pueblo indígena muinane. La historia en sí representa un mito clásico de esta cultura, sin embargo, para que fuera escrita, hubo otra historia que también resulta fascinante.
“Al abuelo Kima Baiji lo brujean y queda enfermo, con la barriga inflada. Aun así, emprende camino para llevar un encargo a la cauchería donde trabaja su tribu, en lo profundo de la selva amazónica. Allí se encuentra con Tizi, el Hombre-esqueleto, un temible y poderoso espíritu que, a cambio de un poco de mambe y ambil, lo cura y además le revela el secreto para una buena cacería. Entrando en sus sueños, Tizi le advierte que no debe cazar más de cinco perdices cada noche; de lo contrario, al abuelo podría ocurrirle una desgracia”.
Lo anterior es la sinopsis de ‘Boca de maguaré’, una crónica donde se narra la muerte del abuelo del narrador. “Es un episodio de la vida real, el narrador (el abuelo José García) era niño cuando presenció la muerte de su abuelo y participó en los acontecimientos que rodearon su muerte. Se llamaba Boca de maguaré”, expuso Urbina Rangel a SEMANA.
“Como todos los relatos indígenas, de crónicas y su vida, siempre se introducen elementos míticos. Estos elementos permiten que esas crónicas se conviertan en fuente de enseñanzas, de moralidad. O sea, la crónica de la muerte del abuelo Boca de maguaré trae una serie de enseñanzas muy importantes en relación, sobre todo, a cómo debe ser el manejo del entorno natural cuando uno se vale de él para sobrevivir. Esa es la importancia de este relato: en primer lugar, muestra la sabiduría indígena y la finura de esa sabiduría. En segundo lugar, nos pone de presente que a través de esa sabiduría debemos tener muy en cuenta nuestro manejo del entorno natural para tratarlo equilibradamente y que de esa manera no resulte perjudicada la especie humana”, agregó.
Hay historias que para ser contadas implican otra historia detrás, una aventura, una travesía que no necesariamente queda plasmada en el relato, pero sí en la memoria del autor. Este fue el caso de ‘Boca de maguaré' y la fascinante experiencia que Fernando Urbina Rangel define como su gran viaje.
Fue en 1971 cuando Fernando tuvo conocimiento de José Octavio García, cuyo nombre en huitoto es Jitoma Safiama. En ese entonces, recibió sus cuadernos para estudiar sus manuscritos.
Pero Fernando vio la necesidad de ir a territorio para compenetrarse con la cultura y hacer, como él mismo dice, “un trabajo juicioso”. Después de todo, es en terreno donde se logra una mejor sinergia con la historia. Y eso fue justo lo que hizo, viajó a Leguízamo, donde vivía José Octavio, y experimentó durante un mes la cultura muinane y huitoto.
“José Octavio era hijo del abuelo José, que era muinane, y de Miguelina, quien era huitoto”, anotó Fernando en diálogo con esta revista.
Para 1974, la relación con José Octavio (Jitoma Safiama) continuaba. Ese año, el abuelo José vino a Bogotá en condición de informante para los investigadores -así les decían a los sabedores que compartían sus relatos con la academia-. En esa oportunidad, el propósito era ayudarlos en una investigación sobre el castellano que se habla en Leticia.
José Octavia llamó a Fernando y le dijo que su papá estaba en Bogotá. Era una oportunidad perfecta para conocerlo. “Empatamos de una. No obstante, mostré mucho interés de estar con él, pero me hizo esperar dos años antes de sentarme en su maloca. Es una prueba para ver si la gente tiene interés y no es un calor del momento”, recordó.
En 1976, Fernando se fue con su familia a Leticia y allí se quedó con el abuelo José durante un mes, escuchando sus historias y paseando por la región. Según destacó, son esos ambientes los que permiten que el intercambio de ideas sea extraordinario.
El gran viaje
“El mío ocurrió en 1978, cuando con él (el abuelo José) y con José Octavio (Jitoma Safiama), padre e hijo, nos fuimos primero a Florencia y allá la idea era ir a Araracuara, Caquetá. De ahí, por trochas, llegar a la cabecera del río Cahuinarí, donde había transcurrido la infancia del abuelo José. Estando en territorio es donde más recuerdan y esas memorias son las que tienen que ver con esta historia (Boca de maguaré)”, reseñó Fernando a SEMANA.
SEMANA: ¿Qué pasó en ese viaje?
Fernando Urbina (F. U.): “Esa fue la ocasión para irme con el abuelo, fue un viaje de maravilla. El asunto fue interesante desde Florencia. Allá pasa una quebrada que se llama la quebrada del Hacha, y ahí -en años anteriores, si mal no recuerdo 1956- una avalancha trae una roca enorme con petroglifos. A lo mejor hace siglos no se veían, eso lo reseñó Silva Celis, creador del Museo de Sogamoso (...). Ahí también conocimos a los descendientes de los huitotos del quebradón de la Niña María, que fueron los huitotos que a comienzos del siglo XX habían sido entrevistados por Konrad Theodor Preuss, el gran excavador en San Agustín. A mí me revienta ese nombre, yo prefiero llamarlo Uyumbe.
SEMANA: ¿Por qué lo revienta?
F. U.: “Porque es un nombre que no tiene que ver con ese ‘ahí’. Igual que me revienta el nombre de Colombia, por las mismas razones. El hecho es que este investigador internacionaliza la cultura de Uyumbe (San Agustín). Preuss tuvo una idea importante y fue la razón por la que fui al Caquetá con el abuelo José a ese viaje. Preuss se encuentra con una cultura muda en el sentido de que la cultura de Uyumbe no está asociada a las tradiciones orales de los indígenas. Los españoles, cuando llegaron, esa cultura ya había desaparecido. Preuss se preguntó: ‘¿dónde puedo encontrar algo, un contexto oral?’, busquemos pasando la cordillera, en el Amazonas. Allá se fue a entrevistar a los indígenas de la Niña María”.
Teniendo como punto de partida la hipótesis de Preuss, Fernando Urbina quería seguir recogiendo mitos huitotos. “Él cree que a través de la mitología logra interpretar algunas cosas sobre San Agustín”, comentó.
En el 76, Fernando recorrió el río Inírida hasta su desembocadura. En ese viaje reseñó arte rupestre amazónico y llevaba en su cabeza la obra de Reichel-Dolmatoff.
SEMANA: ¿Qué encontró en ese viaje?
F. U.: “Encontramos pinturas que pensamos que ya habían sido reseñadas, hicimos fotos de todo eso. Elizabeth Reichel, en 1977, hace su investigación a partir de La Pedrera, el mejor estudio de arte rupestre en la Amazonía publicado hasta ahora, 2600 petroglifos reseñados. Cuando supo que en el 78 viajaba, dijo que mirara si arriba de Araracuara había más petroglifos. Miramos lo que ya había reseñado Elizabeth y avanzamos hasta el otro lado del cañón, donde no había llegado Elizabeth. Había un montón de petroglifos, con una capacidad artística extraordinaria”.
En aquella travesía, siguieron subiendo el río y un indígena los llevó por una trocha que guiaba a las cabeceras del río Cahuinarí, donde estaba la antigua maloca del abuelo José García.
Luego de subir 80 km, llegaron a la maloca de Noé Rodríguez. Allí, Fernando le preguntó si había visto ‘dibujitos’ (petroglifos). Sin embargo, su actitud inicial fue extraña, pues le preguntó algo al abuelo José. Lo hizo en huitoto o muinane, por lo que Fernando no logró descifrarlo en ese momento y solo se enteró tiempo después, cuando José Octavio se lo contó.
La pregunta que Noé le hizo al abuelo José fue: ¿al hombre blanco por qué le interesan esas cosas?.
SEMANA: ¿Qué respondió el abuelo José?
F. U. “Él dijo que tranquilo, que él (yo) era muy respetuoso. Noé dijo que sí había dibujitos, y que al otro día iríamos a verlos”.
Fue justo en las tierras donde alguna vez estuvo la maloca del abuelo José García que se sentó para contar el relato de Boca de maguaré a Fernando. Durante la exposición, él sacó su cámara y tomó varias fotos mientras contaba la historia. De hecho, la gestualidad del abuelo José se convirtió en exposición y la carátula del libro es uno de los gestos del abuelo cuando narraba la crónica.
SEMANA: ¿Qué pasó con esas fotos?
F. U.: “Quedaron en el Archivo General de la Nación. No sé qué habrá pasado con eso. A lo mejor sucede lo que ya me ha sucedido en otras instituciones colombianas que botan los archivos”.
Durante ese viaje, vieron cerca de 500 petroglifos, el gran descubrimiento de Fernando. En su reseña estableció la relación entre los mitos amazónicos y los petroglifos, y todo quedó plasmado en su obra El hombre serpiente águila.
Boca de maguaré es un relato mítico de la cultura muinane. La narración fue transmitida a Fernando Urbina por el mismo abuelo José García, pero para que esto pasara tuvo que pasar todo el listado de experiencias que el autor define como su gran viaje.