El poeta sueco y premio Nobel de literatura en 2011 Tomas Tranströmer (1931-2015) es sin lugar a dudas una de las figuras sobresalientes de la poesía universal del siglo pasado. Maestro en forjar únicas, sorprendentes y penetrantes metáforas con hechos, fenómenos o acontecimientos sencillos y familiares de la naturaleza o de la existencia de los hombres que transportan a los lectores a una dimensión nueva que desconocían, o mejor, que abren con marcada originalidad un mundo de sentido inédito que amplía y enriquece la comprensión que estos tienen de sí mismos y del mundo que habitan. Si alguien merece en toda su extensión el nombre de poeta es este trovador sueco, experto y graduado en psicología, que con los no muy numerosos libros que publicó entre los cuales se encuentran 17 poemas, El cielo a medio hacer y Para vivos y muertos, con sus cortos poemas, y a pesar del ictus que sufrió 25 años antes de su muerte, que afectó gravemente su salud disminuyéndole su capacidad de hablar, mostró y confirmó lo que es ser un verdadero poeta: un hombre que con el lenguaje abre o revela el sentido esencial y profundo guardado en la existencia de los hombres y en las cosas del mundo.

En 1983 en un artículo periodístico escribió sobre su labor creadora “En dikt är en dröm som jag gör vaken. Drömmar och dikter kommer från samma del av personen. Delvis följer de samma lagar”, “Un poema es un sueño que hago despierto. Sueños y poemas provienen del mismo lado de la persona. Siguen, en parte, las mismas leyes”.

Un poema es un sueño que hago despierto. Sueños y poemas provienen del mismo lado de la persona. Siguen, en parte, las mismas leyes

Estas palabras no son una declaración del carácter surrealista de sus poemas, como a primera vista se puede pensar porque para él los sueños no constituyen una realidad superior, más profunda y significativa, de la existencia de los hombres. Son simplemente una realidad más, del mismo valor que las otras que forman nuestra vida y que nos revelan en imágenes llenas de sentido, aspectos de nuestra existencia cotidiana inmersa en la naturaleza y el mundo socio-cultural. Aspectos que, en estado de vigilia, despiertos, conscientes de nosotros mismos o preocupados por los retos y vicisitudes de la propia vida, no percibimos o no vemos.

Pero, al mismo tiempo, los sueños son semejantes a los poemas porque están hechos los dos, o se hacen, con el mismo material, las metáforas. Las imágenes oníricas y los poemas se forman para él de la misma manera, trasladando el sentido de un ser o ente a otro, atribuyéndolo a un ente el sentido de otro que naturalmente no tiene. Las metáforas de sus sueños fueron las que le sirvieron para escribir las metáforas de sus versos. De ahí que lo que hizo al escribir su obra poética, sus metáforas poéticas, fue transcribir o plasmar esos sueños que vivía despierto, esas visiones de la realidad cotidiana aparentemente efímera, banal e intrascendente, que le mostraban, sin embargo, y de manera inesperada y sorprendente, su lado trascendente y profundo.

De marzo del 79

Cansado de todos los que llegan con palabras, palabras, pero no lenguaje,

parto hacia la isla cubierta de nieve.

Lo salvaje no tiene palabras.

¡Las páginas no escritas se ensanchan en todas direcciones!

Me encuentro con huellas de pezuñas de corzo en la nieve.

Lenguaje, pero no palabras.

El cielo a medio hacer

El desaliento interrumpe su curso.

La angustia interrumpe su curso.

El buitre interrumpe su vuelo.

La luz tenaz se vuelca;

hasta los fantasmas se toman un trago.

Y nuestros cuadros se hacen visibles,

animales rojos de talleres de la Época Glaciar.

Todo empieza a girar.

Andamos al sol por centenares.

Cada persona es una puerta entreabierta

que lleva a una común habitación.

Bajo nosotros, la tierra infinita.

Brilla el agua entre árboles.

La laguna es una ventana a la tierra.

Deshielo a mediodía

El aire matinal repartió sus cartas con sellos incandescentes.

La nieve iluminó y todos los pesares se alivianaron: un kilo pesaba

apenas setecientos gramos.

El sol estaba alto sobre el hielo, volando por el lugar, caliente y frío

a la vez.

El viento avanzó lentamente como si empujase un cochecillo de niño

frente a sí.

Las familias salieron, vieron cielo abierto por primera vez

en mucho tiempo.

Estábamos en el primer capítulo de un relato muy intenso.

El resplandor del sol se adhería a todos los gorros de piel,

como el polen a los abejorros,

y el resplandor del sol se adhirió al nombre INVIERNO

y se quedó allí hasta que el invierno hubo pasado.

Una naturaleza muerta de troncos, en el lago, me puso pensativo.

Les pregunté:

«¿Me acompañan hasta mi niñez?» Respondieron: «Sí».

Desde la espesura se escuchó un murmullo de palabras

en un nuevo idioma:

las vocales eran cielo azul y las consonantes eran ramas negras

y hablaban

muy lentamente sobre la nieve.

Pero la tienda de saldos, haciendo reverencias con su

estruendo de faldas,

hizo que el silencio de la tierra creciese en intensidad.

Algunos minutos

El pequeño abeto del pantano alza su copa: un trapo oscuro.

Pero lo que uno ve no es nada

frente a las raíces, las dilatadas, las que reptan ocultas, el

inmortal o semimortal

sistema de raíces.

Yo tú ella también nos hemos ramificado.

Más allá de lo deseado.

Fuera de Metrópolis.

Del cielo blanco lechoso de verano cae una lluvia.

Siento como si mis cinco sentidos estuviesen acoplados

a otro ser

que se mueve tan empecinadamente

como los corredores vestidos de colores claros en un estadio

sobre el que chorrea la oscuridad.

Izmir a las tres

Justo enfrente, en la calle casi vacía,

dos mendigos: uno sin piernas

es llevado en las espaldas del otro.

Estuvieron allí -como en un camino de medianoche un animal

queda cegado mirando fijamente a los faros del coche-

un instante y siguieron su camino;

se movían como muchachos en un patio de colegio,

rápidos sobre la calle mientras las miríadas de relojes

del calor del mediodía sonaban en el espacio.

El azul pasó resbalando por la rada, brillando.

El negro se agachó y encogió, observando, desde las piedras.

El blanco creció hasta ser tormenta en los ojos.

Cuando las tres de la tarde fueron pisoteadas bajo cascos

y la oscuridad palpitaba en la pared de la luz,

la ciudad se arrastraba a las puertas del mar

y relucía en el prismático del buitre.

Tormenta

De pronto el caminante halla aquí el viejo

roble gigante, como un alce convertido en piedra

con su ancha copa ante fortaleza verde negra

del mar de septiembre.

Tormenta del norte. Es el tiempo cuando las serbas

Maduran. Despierto oye en la oscuridad

Las constelaciones estampadas

En lo más alto del roble

Pájaros matinales

Despierto el coche

que tiene el parabrisas cubierto de polen.

Me coloco las gafas de sol.

El canto de los pájaros se oscurece.

Mientras otro hombre compra un diario

en la estación de tren

cerca de un gran vagón de carga

que está completamente rojo de herrumbre

y centellea al sol.

No hay vacíos por aquí.

Cruza el calor de primavera un corredor frío

por el que alguien apurado llega

y cuenta que se lo ha calumniado

hasta en la Dirección.

Por una trastienda del paisaje

llega la urraca

negra y blanca. Pájaro agorero.

Y el mirlo que se mueve en todas direcciones

hasta que todo es un dibujo al carbón,

salvo la ropa blanca en la cuerda de tender:

un coro de Palestrina.

No hay vacíos por aquí.

Fantástico sentir cómo el poema crece

mientras voy encogiéndome.

Crece, ocupa mi lugar.

Me desplaza.

Me arroja del nido.

El poema está listo.

Los recuerdos me miran

Una mañana de junio es muy temprano

Para despertar, pero tarde para dormir de nuevo.

Debo ir a la hierba que está llena

De recuerdos, que me siguen con la mirada.

No se ven, se mezclan completamente

Con el fondo, camaleones perfectos.

Tan cerca que los escucho respirar

A pesar de que el canto de los pájaros es estridente.

Allegro

Toco Haydn después de un día negro

y siento un sencillo calor en las manos.

Las teclas quieren. Golpean suaves martillos.

El tono es verde, vivaz y calmo.

El tono dice que hay libertad

y que alguien no paga impuesto al César.

Meto las manos en mis bolsillos Haydn

y finjo ser alguien que ve tranquilamente el mundo.

Izo la bandera Haydn -significa.

“No nos rendimos. Pero queremos paz”.

La música es una casa de cristal en la ladera donde vuelan las piedras, donde las piedras ruedan.

Y ruedan las piedras y la atraviesan

pero cada ventana queda intacta.

Un artista en el norte

Yo, Edvard Grieg, me movía como un hombre libre entre hombres,

bromeaba habitualmente, leía los periódicos, viajaba y marchaba.

Yo dirigía la orquesta.

El auditorio con sus lámparas temblaba de triunfo como balsa del ferrocarril

en el momento de atracar.

Me transporté hasta aquí para ser corneado por el silencio.

Mi cabaña de trabajo es pequeña.

El piano de cola está aquí tan apretado como la golondrina

bajo la teja.

En general, los bellos acantilados a pique callan.

No hay ningún pasaje

pero hay una compuerta que a veces se abre

y una peculiar luz que mana directamente del duende.

¡Disminuir!

Y los golpes de martillo en la montaña llegaron

llegaron

llegaron

llegaron una noche de primavera a nuestra habitación

disfrazados de latidos de corazón.

El año anterior a mi muerte, enviaré cuatro salmos para rastrear a Dios.

Pero eso empieza aquí.

Una canción de aquello que está cerca.

Lo que está cerca.

Campos de batalla dentro de nosotros

donde los Huesos de los Muertos

luchan para volverse vivos.

*Escritor y filósofo radica en Estocolmo.