Los brazos de Fernando Montaño se abren como mariposa. Estira su cuerpo y se eleva con movimientos delicados, precisos y rigurosamente cuidados. Da saltos de un lado a otro mientras interpreta sobre las tablas a clásicos personajes como El amante en The Two Pigeons. Cuando las luces se apagan, el público siempre aplaude sus vuelos perfectos sobre el escenario, pero el salto más importante de su vida ha sido el que dio de Buenaventura al Royal Opera House de Londres, la compañía de ballet clásico más respetada del mundo.

Fernando tenía 14 años cuando empacó su vida en un par de maletas y se fue a Cuba a perseguir el sueño que en su adorada Buenaventura le era esquivo. Ingresó becado a la Escuela Nacional de Ballet y después de años de arduos entrenamientos y mucha disciplina llegó a Italia.

Por un problema con su documentación, vivió cinco meses escondido en un convento de monjas y se sometió al estrés diario de ir a los ensayos casi escondido, evadiendo a las autoridades italianas. Por poco vio ese gran sueño escaparse de sus manos, pero si ya había sometido su cuerpo a los sacrificios y dolores más inhumanos, nada lo detendría.

Allí no solo aprendió su segunda lengua, le demostró al mundo que sobre el escenario, con cada movimiento, su cuerpo se convertía en un ave eclipsante que alzaba vuelo para derrochar talento puro. Ese talento fue el que le permitió audicionar para la compañía con sede en Londres y convertirse en el primer y único colombiano en realizar en el Royal Ballet un personaje principal, hazaña por la que tiene el título de uno de los mejores bailarines del mundo.

Aunque su primer apellido es Rodríguez, Fernando utiliza el Montaño en honor a su madre, quien falleció dos meses después de que él ingresara al Royal Ballet. Esa, cuenta, ha sido la experiencia más difícil que ha tenido que afrontar desde que comenzó su carrera. Estaba realizando el montaje de El pájaro de fuego. Ese día, al salir del escenario le pidieron que acudiera a la oficina del director. En su mente pensó que su actuación los había impresionado tanto que recibiría un ascenso.

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Contrario a todo lo que imaginó mientras recorría los pasillos de la compañía, Fernando recibió la noticia que marcaría de por vida su carrera: su madre había fallecido. A pesar de que ella solo pudo verlo actuar en el Royal Ballet durante dos meses, hoy, después de más de 10 años, él todavía se encomienda a ella antes de salir al escenario, pues aunque su madre no ha estado para verlo triunfar, Fernando siempre recuerda que fue una de las personas más incondicionales de su vida.

A su madre la tiene presente como a su natal Buenaventura. Aunque con su familia se fue a vivir a Cali cuando tenía 6 años, reconoce que ese puerto le regaló los momentos más felices de su vida. “Siempre le pido a mi madre que me ayude a no olvidarme de dónde salí; esa sensibilidad y humildad con la que uno se presenta ante el mundo, es lo que abre todas las puertas”, dijo mientras reflexionaba sobre sus días más dificiles en aquel lugar azotado por la violencia.

El baile ha sido siempre su instrumento de catarsis más importante. Sus movimientos son liberadores y la historia que cuenta a través de ellos, lo que le ayuda a tener una conexión más especial con el público.

Su madre siempre quiso que fuera un bailarín de tango, porque a diferencia del ballet clásico, ele parecía un baile con mucha más pasión. Su padre lo veía anotando goles y siendo una estrella del fútbol. “Yo no nací para que me dieran pata”, le dijo un día a su padre, adolorido por los golpes que recibía de sus compañeros en una escuela de fútbol a la que asistía al tiempo que se formaba en tango y milonga. Así que Fernando cambió los balones por el ballet clásico, pero sus padres siempre supieron que su destreza estaba allí, en sus pies. Sin su apoyo, reconoce Montaño, nunca hubiera llegado adonde está ahora y aunque tuvieron que vivir en una casa que se convertía en una pista de barro cada vez que llovía, él y su familia saben que sin disciplina y sacrificio probablemente hoy no sería uno de los artistas colombianos más respetados en el exterior.

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Fernando baila para el círculo social más influyente de Inglaterra y ha recorrido el mundo deleitando a personajes como los miembros de la familia real —con los que tiene relaciones estrechas y cordiales—, pero su corazón le pertenece a Colombia, a ese pequeño lugar del Pacífico que lo vio nacer, a esta tierra a la que ha decidido regresar para presentarse y enseñarle a su público lo que hay detrás del bailarín de ballet, ese que se convierte en fuego sobre el escenario pero regresa tras bambalinas arrastrándose de dolor. Montaño subirá a las tablas el próximo 3 de diciembre en Bogotá. Regresa al país para realizar un montaje en el que además de bailar enseñará los detalles más íntimos de la danza clásica.

SEMANA: Usted creció en una región en la que la mayoría de niños y jóvenes sueñan con ser futbolistas, de hecho desde muy temprano estuvo una escuela de fútbol. ¿En qué momento decide cambiar el balón por el ballet clásico?

Fernando Montaño: Como buen latinoamericano me encanta el fútbol y lo sigo, aunque desafortunadamente ya no lo practico por el ballet, porque mi instrumento es mi cuerpo. Fue una transición bastante dinámica y muy valiosa. Yo jugaba, pero desde pequeño siempre tuve esa habilidad por el baile, por el movimiento. Aunque me gustaba el fútbol, llegaba adolorido de tantos golpes que había recibido. Mi padre siempre recuerda que le dije que yo no había nacido para que me dieran pata.

Al tener todos los días dolor, que no te lo provocas tú sino que te lo hacen otros, hubo un momento en el que decía: prefiero el baile. Sin embargo, no creo que yo haya dicho “me voy a cambiar”, sino que creo que la vida me dio esa oportunidad porque recuerdo que estaba en la academia aprendiendo tango, milonga, pasodoble y es ahí cuando la directora me ofrece una beca para que no siguiera pagando la academia.

Eso hizo que mis padres pensaran que tener una beca en el mundo de la danza sería algo valioso y de respetar, por eso decidieron dejarme enfocar en una sola cosa. Creo que ese fue el clic del cambio. Hoy yo diría que el ballet clásico en cuanto a sacrificio y esfuerzo es mucho más fuerte porque todo lo que hacemos es totalmente en contra de la naturaleza: el hecho de rotar las piernas hacia afuera, por ejemplo.

Yo cambié el fútbol por el ballet clásico, pero en el camino me di cuenta de que los bailarines de ballet somos masoquistas porque el baile deja muchos dolores en el cuerpo. Esta es una disciplina bastante física, donde se pone el cuerpo al límite del esfuerzo.

SEMANA: Por esa trayectoria, usted empieza tarde su formación en el ballet, ¿qué aspectos de ese proceso le permitieron llegar al Royal Ballet?

F.M.: Diría que lo más importante ha sido la disciplina, algo sí tiene el ballet y es que es extremadamente rígido. Creo que haber iniciado tarde mi formación es algo que tuve a favor, porque si hubiera empezado desde más pequeño, tal vez hubiera odiado el ballet, pues los procesos son bastante lentos, el cuerpo se tiene que acomodar a una forma de movimiento y de ejercicios muy estrictos.

Claro, inicié a los 12 años y casi no me dejan entrar a mi primera escuela, pero gracias a esos maestros que vieron que sí tenía talento, logré ingresar. Los primeros años fueron bastante arduos porque tenía que hacer cuatro o cinco clases de ballet, correr de un estudio a otro, todo para llegar al nivel del grupo de mi edad. Fue un momento muy difícil. Sé que muchos cuando inician a tan temprana edad terminan odiándolo porque es un arte bellísimo, pero no todo el mundo resiste el entrenamiento.

SEMANA: El bailarín de ballet siempre está en movimiento dentro y fuera de los escenarios. Usted decidió en septiembre tomarse un año sabático, ¿por qué?

F.M.: Mi vida siempre está en continuo movimiento y por lo general han sido momentos difíciles, pero esa pasión por el ballet es la que me lleva a sobrellevar las dificultades. Decidí tomarme un año sabático y ahora estoy trabajando en un libro, en una película y aunque no voy a estar bailando dentro del Royal Ballet, sigo haciendo espectáculos y eventos fuera de la compañía. Acabo de terminar el borrador de mi biografía y ha sido una experiencia muy inspiradora porque he llorado, me he reído, me he angustiado. Cuando se hace una biografía se recuerdan muchas cosas que son realmente profundas. Ha sido una experiencia realmente linda.

SEMANA: ¿Qué hay en esa biografía sobre el sacrificio y el esfuerzo?

F.M.: Saliendo de donde salí, de un pequeño pueblo de Buenaventura, de una familia humilde, uno se puede imaginar que ha habido muchos obstáculos a lo largo de todos estos años, pero creo que el hecho de haber partido de mi casa desde temprana edad y a otro país, a Italia y ahora a Inglaterra, me ha hecho crecer o madurar, tal vez más rápidamente que una persona que ha vivido toda la vida en su propio país, con su familia, y que no ha descubierto esos otros lugares o el resto del mundo.

SEMANA: Después de tantos años en el exterior, ¿qué significa volver a su país y realizar un espectáculo?

F.M.: Es muy emotivo, muy inspirador porque voy a mostrar algo de lo que es el bailarín que hay detrás de un espectáculo de ballet. Toda esa preparación que se necesita antes de estar en el escenario. Voy a explicar qué es el ballet y voy a poder compartirlo muy desde adentro.

SEMANA: ¿Qué queda de los ritmos colombianos en Fernando Montaño?

F.M.: Queda lo mismo, pero tal vez con mucha más madurez. Creo que esos ritmos son los que me hacen ver diferente al resto de los bailarines, esa pequeña marca que ningún otro bailarín tiene. Justamente hace poco estaba en Francia y me decían que tengo con la gente una conexión especial y es que yo cuento mi historia, toda mi vida, por medio del movimiento.

SEMANA: Aunque vivió muy poco tiempo en Buenaventura, fue en ese lugar donde empezó a dar sus primeros pasos en el ballet. ¿Cómo ha marcado esa tierra su trayectoria?

F.M.: Los seis años que yo viví en Buenaventura fueron los años más felices de mi vida. Con todos los problemas que se ven ahora allí, me da muchísimo dolor y tristeza saber cómo está, que la gente no puede caminar libremente por problemas de violencia. Es muy doloroso porque esa Buenaventura que yo recuerdo, que yo dejé, no era así. Ojalá cambie esa imagen.

SEMANA: Cuando fallece su madre usted sufre un bloqueo por no poder comunicar el dolor que sentía en ese momento, ¿cómo logra sobreponerse a esa experiencia?

F.M.: El día que murió mi madre fue muy dramático porque, precisamente, ese fue el primer día en que bailé y me sentía muy feliz. A la salida del espectáculo me dan la noticia del fallecimiento de mi madre, fue realmente un shock para mí, fue todo un trauma estar solo en ese país tan grande y no tener la compañía de nadie.

Definitivamente perder a mi madre fue la experiencia más difícil de mi vida. Creo que, entre otras cosas, eso fue lo que hizo que me demorara tanto tiempo en aprender inglés. Yo sentía que no era capaz de hablar con nadie, me iba a los cafés italianos, en los que me sentía más cómodo, pero todo lo que sentía lo sacaba cuando bailaba. Fue muy difícil para mí, en muchos momentos de mi vida me he visto decaer, pero siempre me digo: “Voy a poder con esta dificultad, voy a poder continuar”.

SEMANA: Buena parte de su historia es una tener una vida superando los desafíos que ha encontrado en su camino. ¿Cómo se superan tantas dificultades?

F.M: Al principio, por ejemplo, mi familia no entendía muy bien qué era el ballet, pero lo más importante fue que ellos siempre me ayudaron y gracias a eso tuve el deseo de ser alguien positivo. Creo que eso es lo que me ha llevado a pasar todas las dificultades de la vida. Hay momentos en los que, claro, se tiene demasiado miedo, pero siento que lo más importante es decirte a ti mismo que no puedes perder tu fuerza interior.

Yo me he visto muchas veces arrodillado diciéndole a Dios “por favor, ayúdame”. El ballet y mi vida en general han sido de una complejidad enorme, de muchos sacrificios, de incluso estar a punto de perder nuestra casa. Pero hoy que mi familia y yo podemos ver hasta donde he llegado, creo que de las cosas importantes es conservar la humildad.

SEMANA: A su edad ha logrado algo con lo que casi todos los bailarines de ballet han soñado. ¿Qué le falta por hacer y cuál cree que es el futuro de esa disciplina?

F.M.: Creo que en Colombia siempre ha existido esa curiosidad sobre el ballet, pero nos falta todavía un público más educado y veo esto como una especie de misión: educar ese público y expandir el arte de ese mundo para que no se quede, por decirlo de alguna manera, en una esfera elitista. Claro, es una realidad, el ballet nace en el siglo XVI bajo la corte de Luis XIV y posiblemente ha sido algo de los reinados europeos, pero en el siglo XXI hay muchos exponentes del ballet clásico, y creo que sí tengo esa misión de visibilizarlos y mostrarlos al mundo.

También creo que tengo una misión con los jóvenes porque muchas veces nosotros nos ponemos las barreras de intentar hacer algo. Siempre le digo a los jóvenes que es mejor nunca quedarse con la duda, en la zona de confort porque si no, ellos se van a quedar viviendo en un pequeño espacio y el mundo es demasiado grande. Y por qué no, pensar en grande y hacer cambios positivos en la humanidad. En el mundo hay muchas necesidades y creo que eso también es porque nos quedamos con nuestras voces calladas. Mi invitación es a que valoren sus voces y nunca dejen que alguien les diga que no pueden soñar.