Las autoridades son rápidas y en poco tiempo logran capturar a dos de los hombres que en menos de tres horas intentaron acabar con la vida de 14 personas. Una vez en la estación, Jairo no muestra arrepentimiento, pero sí una extraña sonrisa de satisfacción, quizá por la atención que antes nunca tuvo y que hoy, no importa para él la razón, por fin le otorgan. Charo, en cambio, se debate por su vida en un hospital. Amanece en Cali, y la sociedad es invadida por la zozobra, la tristeza y el horror ante la masacre que figura en las primeras páginas de los periódicos. La ciudad nunca será la misma.