La noche más triste dio pie a comuniones irrepetibles. Pero ojalá algo así jamás vuelva a suceder.

Había que estar ahí para vivirlo, y qué fuerte fue. Entender que hay cosas muchísimo más importantes que un concierto en medio de la absoluta algarabía de lo que estaba sucediendo, una seguidilla de enormes presentaciones que solo prometía ponerse mejor. Un día perfecto se desarrollaba. Ni mucho sol azotaba, suficiente azul pintaba para inspirar, y la lluvia siempre lejos. La tarde fue genial y la noche invitaba a seguir disfrutando en crescendo de este regreso al festival después de más de mil días de zozobra (y después del descalabro el Jamming). Todos los detalles que separan al Picnic del resto de estas fiestas continentales se dieron, y la música estaba a la par, potenciando el instante.

Presenciamos espectáculos notables de Teatro Unión; un par de canciones de The Drums, y un concierto rotundo de Briela Ojeda con colaboraciones memorables con La muchacha Isabel y con N Hardem. Luego vino el mejor concierto de rock que hace mucho no se vivía en estas tierra, con Idles. Y entonces, antes del show de los Black Pumas, el tiempo se estiró, se empezó a hacer eterno.... Vino entonces el impacientarse por una demora, quejarse, y luego conocer de choque la razón (que se fue regando solo de a pocos, pues la señal de celular en Briceño 18 es un absoluto desastre para varios operadores). Y vino sentirse muy mal por la situación, y por quejarse por una pendeja demora. Qué frágil es todo.

El vacío golpeó durísimo. No era un chiste, no era un rumor. Las caras largas cundieron, uno que otro grito herido de frustración se dejó escuchar. Pero ante todo, se llenó el ambiente de descreimiento y de preguntas automáticas sin respuesta, ¿qué pasó? ¿Fueron las drogas? ¿Fue un accidente? Nada se sabe, no aún, y en el fondo, más allá del triste morbo que provoca una historia así, poco importa. Importa que ya no estará Taylor Hawkins, que una sonrisa mundial que iluminaba a través de su arte y su energía se apagó en Bogotá.

Foo Fighters deberían seguir, como siguió el festival. Pero es más que comprensible que les vaya a tomar un tiempo el recomponerse de la perdida del escudero de Dave Grohl, ese capaz de no hacerlo extrañar en la batería de su propia banda.

Foo Fighters no tenían que ser su banda favorita ni la mía para entender su dimensión. Arrastran masa, una masa rockera de alma positiva, acorde al sello de la banda, al tono y el tema de la mayoría de sus canciones. Y esa masa estaba ahí para rendirle tributo como ya lo había hecho en un par de visitas a este país. Y el golpe debe haber sido demoledor para ellos, en especial, como para la banda misma, como para su familia. Porque para quien vive una banda profundamente, siente estas pérdidas como las de un familiar.

No es aventurado decir que Taylor Hawkins hubiera querido que el show continuara. Si de algo dio muestras siempre fue de su alegría infecciosa de vivir y su entrega sin medias tintas al arte musical, tocaba su instrumento como vivía, intensamente. Los dos líderes de los Black Pumas salieron al escenario a entregar la noticia a la gente, que acusó el golpe auditivamente (entre los ohhh y el silencio atroz) y vio sus expresiones faciales estirarse al piso. Luego, expresaron su deseo de tocar en honor a su colega fallecido. Propusieron un momento de silencio, y pidieron seguirlo con una bulla acorde al golpe.

Durante una hora y treinta, es decir, durante media hora más de lo que se supone iban a tocar en este país, la banda de soul rock sirvió una congregación musical que navegó alegrías, tristezas y más profundidades del alma. Esta fue una especie de misa para elevar y despedir, para hacer catarsis inmediata. Por tono y por música, no se me ocurre otra banda u otro tipo de música que podía haber respondido al momento como sucedió con Black Pumas. Algo de magia sí nació en medio del dolor.

La muerte evoca, agita sentimientos y memorias tristes. Es imposible no pensar en Gustavo Cerati, quien en su último paso por Colombia vivió la noche que lo acabó. Es imposible no pensar en Keith Flynt, de Prodigy, quien falleció antes de poder agitar a Colombia en este mismo festival. Por fuera de nuestras fronteras, es imposible no pensar en Chris Cornell, otro enorme cantante quien también murió en un cuarto de hotel en medio de una gira, cuando expresaba, como Hawkins, todo el ánimo de seguir, y cuyo vacío aún se siente demasiado.

Pero perdura la música; sigue acompañando a los vivos. Y el festival, en esta primera jornada tan histórica como infame, como lo hizo cuando Flynt falleció, demostró que la música no borra las crisis ni las hace más fáciles, pero no le huye a la necesidad de exorcizarlas.

Notas de festival

*Briela Ojeda alcanzó a pedir en su concierto “que todas las bandas tuvieran pruebas de sonido”, y evidenció así que no todas tuvieron esa oportunidad.

*Es lamentable que el Festival no disponga de una sala de prensa, o de un asomo de wifi disponible.

*Es notable la labor del programa ‘Échele Cabeza’, que en su responsable análisis de sustancias ha logrado reducir las intoxicaciones en un 50 por ciento.