Con una devoción casi religiosa, miles de fanáticos comenzaron a llegar temprano, en la mañana del 15 de abril, a hacer fila, mientras algunos ya daban prueba de máximo aguante pues llegaron desde la noche anterior. A las 11 de la mañana se abrieron las puertas de lo que sería una jornada extensa, pero emocionante. Cabe destacar que no hubo mayores inconvenientes en cuanto ingreso y organización, hubo un despliegue de logística y seguridad que, en general, cumplió con su deber.
Pasado el mediodía, los brasileños de Angra saltaron al escenario para calentar el ambiente, en medio de amagos de lluvia que finalmente no prosperaron. Newborn Me, Nothing to Say, Angels Cry y Carry On, entre otras, sonaron en el cielo bogotano y les dieron la bienvenida a quienes llegaban al estadio. Rafael Bittencourt y compañía confirmaron que en Suramérica hay power y heavy metal de calidad. La primera cabeza del monstruo bramó durante una hora.
A las 3:45 de la tarde, Dr. Stein abrió la segunda “jornada” del festival, una tromba llamada Helloween apareció para consolidar esa estrecha relación con Colombia. En su octava visita, Andi Deris, Michael Kiske y Kai Hansen entonaron sus himnos en el cielo y el público respondió con euforia. A tan solo seis meses después de haberse presentado en el Movistar Arena, y esta vez con menos tiempo en el escenario, las Calabazas lo movieron todo con su potencia y carisma; en poco más de una hora, recorrieron toda su historia musical con precisión, canciones como Perfect Gentleman, Forever and One, Power, How Many Tears, I Want Out sacaron coros, sonrisas e incluso lágrimas de los asistentes. Los de Hamburgo terminaron una gran presentación entre globos y calabazas. El heavy metal ya era la única ley.
Deep Purple: los años fueron fuerza
Pasados 45 minutos aproximadamente, a las 5:30 de la seca tarde bogotana, el tercer monstruo apareció. La leyenda Deep Purple sonó con Highway Star, Ian Paice, Roger Glover, Ian Gillan, tres pesos pesados en la historia del rock, colmaron el escenario, junto a ellos, Simon McBride y Don Airey, dos virtuosos que han sabido acoplarse a la banda y no quedar a la sombra de los antiguos miembros Ritchie Blackmore y el fallecido Jon Lord. Por momentos parecía que a Gillan le faltaba el aire y que no podría alcanzar sus notas altas; no obstante, su voz brilló con contundencia. Desde sus zonas sonoras, Ian Paice y su batería zurda, y Roger Glover y su bajo ‘totearon’, en el mejor sentido de la palabra, y dieron cátedra.
En el teclado, Airey descrestó con varios solos e incluso interpretó el himno nacional a su estilo; momento emotivo para el público y el festival. Lazy, Space Truckin’, Anya, When a Blind Man Cries (bastante emotivo) y Smoke on the Water (a cargo de McBride, quien ha sabido establecerse con su virtuosismo en la guitarra) dejaron en claro que Deep Purple es de esas bandas que sentaron las bases del rock y el metal, junto a otras como Led Zeppelin y Black Sabbath. La noche llegó con Black Night, última del repertorio púrpura, y dio paso a la siguiente creatura.
Scorpions: el aguijón de los puros matices rock
Luego de los consabidos 45 minutos y algo más, 7:50 de la noche, un escorpión se posó en el escenario. La banda de Hannover llegó de la mano del guitarrista Rudolf Schenker y de la voz de Klaus Meine, quien comenzó interpretando Gas in the Tank; energía y rock en estado puro.
Matthias Jabs (un portento en la guitarra), Pawel Maciwoda y el gran Mikkey Dee (exbaterista de Motörhead, quien hizo un solo de batería como en sus mejores épocas con la banda inglesa) complementaron la puesta en escena, un recorrido por lo mejor de su historia y con algunas canciones de su nuevo trabajo, Rock Believer. Bad Boys Running Wild, The Zoo y Seventh Sun retumbaron en Bogotá.
Pero lo más emotivo llegó con las interpretaciones de Send Me an Angel, un mar (?) de teléfonos celulares que se mecían en medio de la oscuridad, Wind of Change (dedicado a la gente de Ucrania) y Still Loving You, canciones que unieron generaciones, gente mayor y más joven se unieron en un solo coro, a pesar de los inconvenientes de sonido, que por desgracia continuaron con Rock You Like a Hurricane; aunque esto no bastó para minar los ánimos. Todo fue una celebración de rock.
Lo más emotivo llegó con las interpretaciones de ‘Send Me an Angel’, un mar (?) de teléfonos celulares que se mecían en medio de la oscuridad, ‘Wind of Change’ (dedicado a la gente de Ucrania) y ‘Still Loving You’, canciones que unieron generaciones a pesar de los inconvenientes de sonido, que por desgracia continuaron con ‘Rock You Like a Hurricane’
El cierre esperado...
Antes de las diez de la noche aparecieron cuatro estatuas gigantes de ‘Spaceman’, ‘Catman’, ‘Demon’ y ‘Starchild’, a lado y lado de la tarima. La expectativa fue creciendo hasta cuando se fueron las luces… Se proyectó entonces un video de la banda neoyorquina saliendo de su camerino en El Campín y, finalmente, bajo el efecto de un bombardeo de estallidos de pirotecnia, Gene Simmons, Paul Stanley, Tommy Thayer y Eric Singer descendieron al escenario en plataformas mientras tocaban Detroit Rock City. Todo fue algarabía y explosiones...
A pesar del cansancio de la jornada, hubo éxtasis colectivo, el fuego, las luces, los estallidos, todo fue la unión perfecta de lo que es un show de Kiss. “¿Querían lo mejor? ¡Tienen lo mejor!”, gritó Paul Stanley. Y dieron un repaso a lo mejor de lo mejor que tienen, Deuce, War Machine, I Love It Loud, Cold Gin, Lick It Up, Psycho Circus; con el bajo trepidante de Simmons (y el fuego y la sangre brotando de su boca) y el relevo en los cantos con Stanley, los solos de batería y guitarra de Singer y Thayer, respectivamente, mientras “destruían” o modificaban el escenario, en algo pocas veces visto en el país, ratificaron que no son una banda cualquiera; sus 50 años de trayectoria demuestran por qué son culto alrededor del mundo y por qué la Kiss Army cuenta con los fanáticos más leales.
En Love Gun, pasó lo que se sabía, pero que, aun así, emociona hasta el tuétano: Stanley pasó por el cielo con una cuerda para trasladarse a otro escenario y hacer lo suyo, un espectáculo único con su guitarra y movimientos. I Was Made for Lovin’ You fue el epítome de esa jornada épica que miles vivieron este 15 de abril. Paul Stanley cantando en una tarima al frente del escenario, mientras sus socios lo seguían con sus instrumentos y la gente caía en el éxtasis de un concierto de rock en estado puro. Eso se podría decir.
Luego de su retorno al escenario principal, sonó Black Diamond y, luego, Eric Singer, sentado frente a un piano, cantó Beth, una de las baladas más aclamadas. Como no se podía esperar de otra manera, el final llegó con Rock and Roll All Nite, las luces, la pirotecnia y los papeles fueron más numerosos que nunca. Después de la medianoche, la felicidad fue completa para la banda y para el público. El último monstruo había rugido, luego de una jornada épica para sus asistentes...
No obstante, antes de cerrar este recuento, se debe mencionar el tema de la calidad del sonido, que a la hora de ver a bandas de tanto renombre, que tanto fervor generan, que tanto impacto histórico tienen, no debería tener fallas de tanta repercusión. En ese contexto, las quejas del público sobre el valor de las boletas y la calidad del sonido (acá no entra en cuestión la entrega de las bandas, sí quizá la cohesión entre la producción local y la de las agrupaciones) es importante. El país se ha vuelto un paso casi obligado para muchos artistas, afortunadamente, pero los precios deberían ser asequibles al público y si no lo son, se debería garantizar el mejor sonido, para todos, el que paga VIP y el que paga la boleta en Norte Alta...
Postales “monstruosas”
Otras imágenes inolvidables del eventos por cuenta del fotógrafo Esteban Vega La-Rotta...