La primera imagen que llegó a la mente de Jaime Luis, cuando escuchó sobre la tarima de la plaza Alfonso López de Valledupar, el pasado domingo, que se había convertido en Rey Vallenato este 2024, fue la de su abuelo, Lucho Campillo.
Al otro lado de la línea, feliz, el nuevo ‘monarca’ del vallenato comparte las razones: ese abuelo no solo fue la semilla de la tradición musical que ha pasado de generación en generación entre los Campillo, sino que fue una especie de inspiración en la distancia.
Don Lucho había migrado a México y Los Ángeles, en Estados Unidos, en el año 90, con algunos de sus once hijos, buscando tiempos mejores, justo por los días en los que Jaime Luis llegaba a este mundo. “Solo vine a conocerlo en persona ya viejo, cuando regresó a Colombia en 2021 para morir en su tierra, como era su deseo. Y cuando al fin pude tenerlo conmigo me agradeció por ser yo quien continuara con su legado; por eso este premio en parte es también de él”, asegura Jaime, que se consagró, a sus 34 años, con la máxima distinción que entrega el Festival de la Leyenda Vallenata.
Pero antes de que la victoria tocara a su vida ese 5 de mayo, Jaime Luis había conocido la derrota varias veces. “Seis, y yo pensaba ya tirar la toalla”, relata el músico, que alcanzó a cursar varios semestres de ingeniería de sonido en la Universidad San Buenaventura de Bogotá, aunque a tiempo entendió que lo suyo “era la música, interpretar y componer”.
Campillo, el nieto, que tomó el apellido de su abuelo para su nombre artístico —su apellido de pila es Castañeda— había ya concursado en el Festival. Y ganó en la categoría aficionado, doce años atrás. Pero su sueño era convertirse en rey vallenato, esa distinción con la que se han quedado grandes del género como ‘Colacho’ Mendoza, Calixto Ochoa, Alfredo Gutiérrez.
Estos dos últimos, amigos del abuelo Lucho, medio siglo atrás, cuando no había fiesta que no estuviera amenizada por ‘Los auténticos corraleros de Majagual’, agrupación fundada por todos ellos. “Mi abuelo nunca llegó a ser rey vallenato, pero sí rey sabanero, porque era de Córdoba. Hacía cumbias y porros. Y cuando murió, me sorprendió enterarme de tanta gente que lo recordaba en Guatemala y otros países de Centroamérica, en donde él había sonado con éxitos como Amarillo, azul y rojo y El Rayo. Muchos me escribían contándome que mi abuelo había quedado en deuda con ellos, porque nunca visitó esos países”, relata Jaime Luis.
Pero, mientras don Lucho hacía sonar su música en el exterior, en Valledupar, Jaime Luis, con 12 o 13 años, trataba de entender por qué su mamá se negaba a dejarlo disfrutar de la música. Le prohibía los pianos, los acordeones, las guitarras. “Luego entendí que su miedo era que en los años 80 muchos de los que estaban en la música se enfrentaron a las drogas y el alcohol, y ella no deseaba ese futuro para mí”.
Las cosas cambiaron cuando doña ‘Chachi’ Campillo se fue de Colombia por más de un año. “Fue en esa época que me acerqué a uno de mis tíos, Lucho Campillo Jr, quien era técnico de acordeones y trabajaba como productor de grandes como Diomedes Díaz, los hermanos Zuleta y Jorge Oñate. Él me enseñó a tocar el acordeón”, relata el nuevo rey vallenato.
Era tal el talento, que el tío se sorprendía de ver cómo a Jaime Luis le tomaba días lo que a otros alumnos les costaba semanas. Ya para entonces, Jaime Luis había decidido seguir los pasos de su abuelo, quien alcanzó a verlo competir en 2022, poco antes de fallecer, a los 89 años.
En ese momento, el nieto era ya acordeonero de Rafa Pérez, la voz vallenata detrás de éxitos como Échame a mi la culpa y El más fuerte. Juntos también se impusieron con un pegajoso tema, Dele que dele, en 2023, que logró la hazaña de convertirse en himno del Carnaval de Barranquilla, en el que por años dominaron otros géneros como la champeta o el reguetón.
Jaime Luis es consciente de que esos coqueteos con el vallenato más moderno ha despertado críticas entre los puristas de este folclor del Caribe. “Pero muchos de los que me critican olvidan que yo me crie con el vallenato tradicional. Es la música que amo. Sin embargo, no es menos cierto que existe una industria que pide otros sonidos. Si nosotros mismos no mantenemos el género en la industria, el vallenato se pierde”, dice sin titubear.
Justamente, saber moverse con solvencia en esas dos corrientes que parecen tan antagónicas —el vallenato tradicional y el moderno—, cree que fue lo que le permitió consagrarse en esta edición del Festival de la Leyenda Vallenata, la número 47.
No importó que en el camino, en medio de las jaranas del festival, le robaran uno de sus preciados acordeones, el que había personalizado a su medida durante semanas, ni que la derrota lo hubiera escoltado en versiones anteriores. “Mi papá, Jaime Castañeda, un militar retirado del Ejército, me insistía en que no dejara de participar. ¿Quieres ser rey vallenato? Pues hay que concursar, no hay otra manera, me decía. Y aquí estoy, coronado rey. Y sé que mi abuelo, estará feliz, celebrando, en alguna parranda”.