Si hay un jugador que ha dejado la puerta abierta para las nuevas generaciones en el fútbol de Europa es Luis Amaranto Perea. El central que durante muchos años integró la Selección Colombia hizo pareja en la zaga junto a Mario Alberto Yepes, otro referente de la Tricolor.
Perea, con un perfil más bien serio y aplomado, jamás dejó de mostrar su seguridad en cancha, lo que lo llevó a ser referenciado en el fútbol mundial por grande clubes que decidieron hacer uso de sus servicios. Boca Juniors y Atlético Madrid son los equipos que marcaron en definitiva la carrera del exitoso central cafetero.
Con el cuadro argentino estuvo entre 2003 y 2004, y allí alcanzó a jugar alrededor de 30 compromisos en los que no pudo marcar ningún gol, pero sí pudo alzar uno de los trofeos más importantes del mundo. Fue la Copa Intercontinental que consiguió el cuadro xeneize frente al todopoderoso Milan de Italia, gesta que quedó en la historia con su participación; a su vez, fue campeón de Copa Libertadores y Liga Argentina.
Tras dichosas consignas, salió rumbo al fútbol español para quedarse ocho años en las filas del Atlético de Madrid, cuadro que lo acogió y mantuvo desde 2004 hasta 2012, alcanzó más de 300 partidos y cuatro títulos.
El final de su carrera deportiva se dio en México con el Cruz Azul, dos temporadas en las que completó 78 partidos que le ayudaron a sumar más de 500 compromisos entre los clubes que jugó, además de los más de 70 partidos con la Selección Colombia.
Una lesión de rodilla hizo que la magia del central colombiano sobre 2015 empezara a verse perjudicada hasta que decidió dar un paso al costado para dedicarse a la dirección técnica, en donde ha estado a cargo de clubes como Leones y Junior de Barranquilla en el FPC.
Aquella parte de éxitos, antes tuvo un capítulo de resiliencia para Amaranto Perea, una parte de su vida que él mismo ha querido hacer pública y de la cual no se siente avergonzado, por el contrario, cuenta con mucho orgullo y aprovecha para despejar dudas sobre algunos que la relatan de una manera errónea: “Siempre se ha tergiversado mi historia: que vendía paletas porque me estaba muriendo de hambre… nunca tuve lujos, pero me alcanzaba para lo necesario gracias a mi padre”.
“Mis compañeros entrenaban en los equipos de la liga y vendían helados, les pregunté cómo era eso, me explicaron cómo era y me fui a vender los helados a la puerta de un colegio. Recuerdo que el primer día me quedaron 7.000 pesos, después le empecé a coger un poco el ritmo a la forma de vender y luego me quedaron en otro día 15.000″, complementó sobre el caso en particular.
Sobre sus sueños de niño en una conversación que mantuvo con Alfonso Ramírez Jaramillo en Cápsulas Carreño, expresó: “Yo siempre quise ser futbolista y tenía claro que en Urabá no iba a llegar a ningún lado, así que decidí probar suerte en Medellín”.
El relato del exzaguero colombiano también dio a conocer que también vendió churros, palitos de queso, llevando almuerzos, entre otras cosas. De manera clara, hizo hincapié en que su historia de infancia jamás fue como la quisieron retratar, desde su salida de Currulao, un corregimiento del municipio de Turbo, donde nació, solo buscaba en Medellín la posibilidad de ampliar sus posibilidades para lograr el sueño de jugar al fútbol.
Deportivo Antioquia de la Primera B le dio la oportunidad de probarse para empezar a demostrar su talento, mientras a la par trabajaba en una fábrica de zapatos; allí fue surgiendo hasta lograr hacerse un lugar en 1999 para probarse con Independiente Medellín, en donde logró debutar, jugar profesionalmente y hasta salir campeón del torneo colombiano en 2002.