Carmelo Valencia tiene los títulos que soñó en la cancha, pero no fuera de ella. “Siempre escuché que los futbolistas son brutos, que no saben hablar y que terminamos mal”, dijo a SEMANA.
Por eso, como ese gran delantero que tomaba pelota y buscaba de inmediato el arco rival, hizo la que considera la jugada más importante. Sin gambetearle más a la vida y como si fuera un niño, salió a comprar cuadernos, lápices, borradores, reglas, resaltadores colores y hasta colbón.
“Tengo que estar listo con materiales de más. Uno no sabe que trabajo le pongan”, cuenta entre risas.
Cambió los entrenamientos por las clases, las pizarras tácticas por los tableros estudiantiles, el complemento de talentosos delanteros, volantes, defensas o arqueros por los compañeros de clase 22 años menor que él; las charlas técnicas por lecciones de química y matemáticas, los entrenadores como Óscar Quintabani, Alexis García, Juan José Peláez, Julio Comesaña, Alexandre Guimarães, Guillermo Sanguinetti, Luis Fernando Suárez, Amaranto Perea, Arturo Reyes o Juan Cruz Real por la profe Andrea, la maestra Katy y la rectora Rosa.
Este exdelantero de 38 años volvió al colegio. Está cursando octavo grado. Va un poco más adelante de su hija menor Naty Sofía que está en primero, a la par de Angelina, que está en sexto y un poco más atrás de la mayor, Ana Valentina, que cursa 11. Claro que ellas no son su mejor grupo de estudio.
“A veces quieren ayudarme en alguna cosa y a mí no me gusta, solo si estoy muy embalado, las escucho, pero generalmente llamo es a la profe para que me explique”, afirma.
Aceptó la convocatoria del Instituto Inca de Barranquilla para este 2023, en lugar de la de algún equipo del balompié profesional colombiano.
“El contrato con el Junior de Barranquilla no se renovó y la verdad no quería ir a otro club. Además, tenía una molestia en el glúteo, que aunque ahora me siento recuperado y pude seguir jugando, si aparecía de nuevo no iba a ser bueno ni para mí ni para algún equipo”.
Dejó de lado los cortos y los guayos y se puso el uniforme exigido por su nueva institución. Un Jean sin rotos y una camisa tipo polo blanca. Con buena presentación y mucho juicio retomó los estudios, 20 años después.
“Cuando estaba cursando octavo de bachillerato me salió la oportunidad de jugar al fútbol y me tocó parar. Ese sueño de estudiar lo tenía pausado, quiero hacer una gran prueba ICFES y ser un excelente profesional”.
Lejos de soñar con levantar la Copa Libertadores, sudamericana o un mundial de clubes, Carmelo ahora se ve levantando los brazos en un recinto, tirando el birrete al aire y diciéndole al mundo “soy administrador de empresas”.
“Me quité también una mochila de encima de ir a entrenar y tener que ganar todos los partidos como lo exige la profesión y los mismos hinchas”.
Ahora carga un morral de responsabilidades, una de ellas, por ejemplo, que la fama que construyó en el fútbol, no lo desconcentre de las clases, pues es todo un ´rockstar´ en su colegio. “Casi todos los días me piden fotos los niños de 9 años y más en una ciudad que gira casi al rededor de Junior”, señala.
Cuenta sin vergüenza alguna que el primer día de clases, los estudiantes se pusieron felices porque un jugador del equipo tiburón sería su nuevo profesor de Educación Física. “Cuando les dije que venía a estudiar no lo podían creer y los entiendo, es que pueden ser mis hijos”, dice.
Dice que biología y química son más difíciles que superar a un buen arquero, pero que con español, emprendimiento y educación física se anota golazos.
“El fútbol es como el estudio. Hay que ser disciplinados y constantes para que se haga más fácil”, resalta Carmelo,
Y no es de aquellos estudiantes que se hacen en los grupitos de atrás para formar indisciplina. “Siempre me molestaba cuando el entrenador daba indicaciones antes de un partido y los jugadores hablando. En el colegio me siento adelante como hacía en el bus del club porque atrás siempre está la recocha y muchas veces cuando la profe da la clase y los compañeros están hablando, les pido respeto, dando ejemplo”, relata.
Eso sí, no falta la alegría del popular ´tutunendo´. Tiene 20 minutos de recreo y se dedica a charlar, contar anécdotas y compartir.
Hace poco, después de hacer las tareas, volvió a un entrenamiento de Junior y fue el centro de atención. “El profe Arturo Reyes me invitó y Carlos Bacca me gritaba que cuánto es 4 x 4, otros me felcitaban. Fue un momento chévere”, recuerda.
Carmelo se unió al grupo de jugadores profesionales que decidieron que el fútbol no sería su única carrera. Andrés Llinás de Millonarios, Jhon Duque de Nacional, Andrés Ricaurte y Andrés Cadavid del DIM son los colegas que no se quedarán dependiendo solo de patear un balón.
“Nunca es tarde. Si al menos un jugador se decide a estudiar por verme a mí, ya gané el año, así saque malas calificaciones”, destaca Valencia.
Valencia está repitiendo la historia de su padre. En él tuvo su mejor maestro. “Siempre quise estudiar, pero la situación económica tampoco ayudó. Mi padre es mi ejemplo, cuando tenía 39 años, terminó 10 y 11, estudió derecho y lleva más de 15 años como abogado. Mi meta es en 8, ser un administrador de empresas”.
Finalmente, dice que quiere convertirse en un hombre de negocios y también se ve en los medios de comunicación. “Los límites están en mi cabeza y tengo claro que quiero ser inspiración”, concluye Carmelo Valencia, que volvió al colegio y se convirtió en una lección de vida.