“Siento temor de faltarle a mi madre”: Paula Córdoba, jugadora colombiana en Tel Aviv.
La extrema del ASA Tel Aviv relató entre lágrimas su triste experiencia en Israel con apenas dos semanas en su nuevo equipo de fútbol.
A Paula Córdoba las manos le tiemblan todo el tiempo. El pánico se apoderó de ella con solo dos semanas en Israel. Se fue con la meta de triunfar en el fútbol y se encontró con los ataques de Hamás. “Me mantengo nerviosa, no le deseo esto a nadie”.
Minutos antes de la entrevista con SEMANA escuchó una explosión y entre lágrimas clamó por ayuda. Piensa todo el tiempo en su mamá, la persona por la que llegó a buscar un buen pago en su deporte y quien depende de esta joven jugadora de 23 años. “Siento temor de faltarle a mi madre, que es adulta mayor y no puede trabajar”.
Como Verónica y David, a Paula la despertaron las detonaciones y alarmas. Tomó su pasaporte y se fue al refugio, de inmediato hizo videollamada con su mamá, que está en San Carlos, en Cali, pensando que sería la despedida.
“Mi mamá es mi razón de ser, lo único que yo tengo, no la puedo desamparar. Me pone muy triste estar en esta situación”, confesó llorando.
Cuando las alarmas dejan de sonar, ella sale a buscar comida, intentar dormir o hacer algo diferente. Incluso su entrenador las invitó a comer, con la intención de distraerlas a ella y a sus compañeras. En medio de ese compartir vivió momentos aterradores. La alarma volvió a activarse tres veces en una hora.
“Nos tocó correr una cuadra y meternos en un negocio. Nos metieron a un cuarto subterráneo y quedarnos encerradas escuchando el pánico”.
Pasó por Cortuluá y Cali, donde fue campeona. Aunque el fútbol colombiano no le brinda garantías, prefiere eso a estar entre la vida y la muerte.
“Pensaba: yo acá voy a morir”: el relato de Verónica Arcila, futbolista colombiana en Israel.
La jugadora de 30 años llegó el pasado mes de agosto a Ashdod, ciudad ubicada a 30 minutos de Gaza. Una de sus compañeras sufrió la pérdida de su pareja, asesinada por Hamás.
“A la pareja de una compañera del equipo la mataron”, relató a SEMANA Verónica Arcila una futbolista antioqueña que llegó a Israel a brillar en una profesión de la que en Colombia no se puede vivir.
De esa trágica noticia se enteró por celular mientras permanecía en el refugio del lugar donde vivía en Ashdod.
“Se metieron a la casa y le quitaron la vida”. Pensó que correría la misma suerte. Ella jugaba en el Maccabi Ashdod Panther, vivía con una señora y una compañera en esa población de 220.000 habitantes.
En el momento en que empezaron los ataques, ella estaba durmiendo. Escuchó explosiones que hacían retumbar las ventanas, alarmas y golpes fuertes en la puerta de su habitación. La dueña de la casa le advertía que debían refugiarse porque los estaban bombardeando.
“Todo se escuchaba y era aterrador. Te asomabas y veías cómo en el aire estallaban los misiles”. Lloraba desconsolada, pensaba que sería su final, lejos de sus seres amados. “Yo acá voy a morir. Por mi cabeza solo pasó la muerte”.
Tuvo ataques de ansiedad, poco dormía y comía porque además las noticias hablaban de la peor guerra en años. “No era una guerra, era una masacre”.
El dolor de sus familiares aumentaba su angustia. Aunque Verónica parecía estar segura en un búnker de 2 x 2, los asesinos se acercaban a su hogar. “Empezaron a meterse a las casas por la parte más cercana de la Franja, estaban acercándose, pero lograron detenerlos”.
Todo el tiempo hablaba con su pareja, Juliana Zea, quien al ver que en Cancillería no la ayudaban, movió las redes para sacarla del país. “En este caso faltó demasiada empatía. No me escuchaban que yo estaba en un lugar que estaba siendo atacado”.
Aunque el equipo le dejó el contrato abierto, le ayudaron a buscar vuelos, le pidieron volver cuando pase el conflicto, Verónica tiene claro que no va a regresar. “Con todo lo que he pasado me siento enferma, mal psicológicamente. En mis planes no está volver”.
La futbolista, que pasó también por Cruzeiro, fue incluida en un vuelo humanitario. Atrás dejó la guerra, pero también a la persona que la acogió durante meses, le salvó la vida y que aprendió a vivir en medio de las bombas. “Yo vine preocupada, pero ella me dijo que estaba acostumbrada a vivir así”.
“Un misil cayó a 3 kilómetros de mi casa”: David Cuperman, futbolista del F. C. Ashdod en Israel.
A sus 26 años este bogotano se acostumbró a convivir con la guerra. Vive a 35 kilómetros de Gaza desde hace dos años. Los ataques se dieron el fin de semana en el que su pareja, también colombiana, fue a visitarlo.
David estaba en Nazaret, norte de Israel, en concentración con su equipo de fútbol profesional, el F. C. Ashdod, para enfrentar a un rival árabe ese sábado que empezó la masacre de Hamás.
Su alarma sonó, pero no como todas las mañanas para despertarse. Una aplicación advertía que estaban lanzando misiles desde Gaza hasta Ashdod. “Los cohetes iban en dirección a la ciudad donde vivo. Mi novia estaba sola, justo había venido a visitarme”.
Preocupado por la seguridad de su pareja, optó por tomar la opción que les dieron en el equipo. Regresar por carretera en un bus hasta su ciudad, que estaba siendo bombardeada.
“Decidimos todos volver en un trayecto de dos horas y media, temiendo por nuestras vidas y hasta mirando por la ventana al cielo cuando chocaban los cohetes”.
Mientras tanto, su novia, que es colombiana, estaba resguardada en un cuarto de seguridad, escuchando por primera vez las explosiones de guerra, en un refugio que tiene paredes de concreto, una puerta de seguridad, una ventana que permanece cerrada, dos camas, agua, linternas y alimentos no perecederos.
“Es un poco impactante estar adentro escuchando los totazos que suenan, pero te da una sensación de seguridad. Si el cohete impacta, se supone que no nos pasa nada”.
David, que juega de lateral izquierdo, alquiló un apartamento con esas condiciones en un edificio con búnker, consciente de que conviviría con el peligro. De hecho, ya había vivido una situación similar. La diferencia es que, esta vez, un misil estuvo muy cerca de su vivienda.
“Así suene feo, aprendes a manejar estas cosas, a pesar de que hubo un impacto de un cohete a 3 kilómetros de mi casa. El edificio tembló”.
A diferencia de Verónica, David anhela que la situación mejore y pueda seguir jugando en Israel.
“Juego con compañeros árabes, judíos, cristianos, católicos, ateos y no pasa nada. Busquemos la paz”.
Del terremoto de Turquía, a los ataques en Israel. “Se metieron terroristas al país”: Braian Angola, jugador de baloncesto colombiano.
En menos de un año, Braian Angola ha mirado de frente las tragedias. Cuando jugaba para el Karsıyaka Basket, de Turquía, vivió el terremoto de 7,8 grados, que dejó más de 4.000 muertos y más de 16.000 heridos. Esta vez, en el Hapoel Tel Aviv B. C. quedó en medio de la guerra.
Braian Angola fue el primer colombiano en reportarse sano y salvo el mismo día en que empezó el conflicto.
“Da miedo lo que está pasando, los misiles pasan cerca”, dijo en Instagram.
Con SEMANA habló desde Atenas, esperando viajar a Italia con angustiosos recuerdos en su mente. Su equipo lo sacó de la zona de peligro.
“La guerra empezó a las seis de la mañana. Inexplicable y angustiante. Nos enteramos de la infiltración y el miedo era latente”.
Tenía 30 segundos para esconderse, prefirió no ver noticias porque solo informaban de muerte y destrucción. Las calles estaban desoladas, solo el ruido de las bombas se escuchaba.
“Se metieron al país terroristas, mataron niños, ancianos. Siempre me quedará marcado”, relató junto a sus compañeros, listos para jugar la Eurocopa de baloncesto en medio de la guerra.