El acuerdo para la venta de Chelsea al hombre de negocios estadounidense Todd Boehly y sus asociados, anunciado este sábado 7 de mayo, marca el final de una era para los Blues, propulsados a la élite europea del fútbol por el millonario ruso Roman Abramovich, convertido ahora en un indeseable.
Al poner la mano en el club de la capital en 2003, por 140 millones de libras (163 millones de euros o 173 millones de dólares), el oligarca ruso había inaugurado el reino de los propietarios mecenas con recursos financieros ilimitados, que cambiaron la cara del fútbol europeo y mundial.
Abramovich no era entonces muy conocido, pero ya era inmensamente rico.
El millonario de 55 años, de corta barba blanca, que posee una inmensa residencia de 15 habitaciones en el barrio de Kensington de Londres, Reino Unido, se había enriquecido de manera fulgurante en los años 1990 tras la llegada de la economía de mercado en Rusia.
Nacido en Saratov, en el sur de Rusia, huérfano desde temprana edad y criado por un tío, el joven creció en el norte del país e hizo estudios de matemáticas en Moscú, antes de lanzarse al mundo de los negocios.
Tenía apenas 30 años cuando el gobierno ruso cedió la mayoría de las acciones del vasto grupo petrolero Sibneft por 100 millones de dólares, una fracción de su valor real. Abramovich los revendería en 2005 al gigante público Gazprom por 13.000 millones de dólares.
Aunque diversificó sus inversiones, del petróleo al aluminio, pasando por el automóvil, tejió también rápidamente lazos con los principales políticos, financiando, junto a otros hombres de negocios, la campaña de reelección del presidente Boris Yeltsin en 1996.
Entró entonces en el círculo de estos oligarcas con relaciones estrechas con el entorno del presidente.
Sin embargo, mantuvo una sana distancia con las luchas de influencias, escapando así al destino de su propio compañero de negocios, Boris Berezovski, feroz crítico del poder, encontrado muerto en su casa en 2013 en Inglaterra.
En 2003, este apasionado del fútbol decidió lanzarse al deporte. Tras haber pensado un tiempo en el Tottenham, optó por el Chelsea, club en grandes dificultades financieras y que solo tenía en su palmarés una liga inglesa, hacía 48 años, y un puñado de Copas de Inglaterra.
La ascensión fue rápida, con un primer título de Premier en 2005 y otro en 2006.
Un “milagro” que se explica por las sumas colosales gastadas, a imagen del salario de 4,2 millones de libras (4,9 millones de euros o 5,2 millones de dólares) ofrecido en 2004 para atraer a José Mourinho, que acababa de ganar la Champions con el Oporto.
La primera pretemporada, los Blues gastaron 170 millones de euros (179 millones de dólares) en fichajes y casi lo mismo el año siguiente.
Sumas importantes hoy, pero que en la época lo eran mucho más. Abramovich es tan despiadado como dirigente deportivo que como hombre de negocios y trece entrenadores pasaron en 19 años como presidente.
Los resultados siguieron con títulos de liga más (2010, 2015, 2017), 5 copas de Inglaterra y 3 copas de la Liga.
En 2012, Chelsea llegó al trono del fútbol europeo ganando la Liga de Campeones, igual que en 2021, a lo que añadió ese año el Mundial de Clubes.
Frente a otros propietarios millonarios, como los emiratíes que controlan el Manchester City desde 2008, el compromiso financiero de Abramovich siguió.
Continuó al menos en el terreno, ya que la negativa por parte del gobierno británico de renovar su visa de trabajo en 2018 hizo que el millonario ruso no haya visto más jugar a su equipo desde esa fecha en casa y condenó los proyectos de ampliación de Stamford Bridge.
Tras seguir fiel al club, anticipó las sanciones del gobierno británico tras el inicio de la guerra en Ucrania, poniendo el club a la venta, el 2 de marzo.
*Con información de la AFP.