Enfocada la vista hacia el Mundial de Qatar, lo primero que deberíamos observar es Qatar mismo. La anomalía. Los 6.500 muertos (estimación a la baja). La refrigeración en los estadios en los tiempos del ahorro de energía. El desprecio a los que hubieran querido viajar, especialmente a ellas. El insulto a la lógica. El silencio de los corderos. Dinamarca ocultará en su camiseta el escudo y la marca comercial como gesto de protesta y el detalle es mínimo, y hasta populista, pero las demás selecciones no harán ni siquiera eso. Como si no ocurriera nada.

Como si la denuncia fuera una politización improcedente, la fiesta del fútbol, ya saben. En muchos sentidos, esta Copa del Mundo marca el final de una época. No es solo que se despidan del campeonato Messi y Cristiano, los jugadores más influyentes de la última década (otra estimación a la baja). Algo está a punto de cambiar para siempre. Hay una revolución que ruge como las tripas de un volcán. Los clubes ricos, en compañía de otros que pretenden serlo, han declarado la guerra a las federaciones nacionales y supranacionales. En cierto modo es una guerra de independencia como tantas que fueron y serán.

Si nos restringimos a lo deportivo, Francia se presenta como el gran favorito para ganar, en su caso para repetir victoria. No hay equipo ni más fuerte ni más talentoso. Con la misma facilidad puede plantar un muro que fundar un equipo de atletismo. Además, conoce el camino. No le atacará el vértigo. El equipo solo podría verse afectado por la arrogancia, por la sensación de que no hay enemigos más allá de la romántica candidatura de Argentina.

También la concentración de egos podría suponer un peligro. En este sentido, surge de modo espontáneo el nombre de Mbappé, estrella con caprichos de prima donna. La ausencia de Haaland es su oportunidad y la presencia de Benzema su amenaza. No imagino mayor tortura para un ególatra que tener compartir foco (y goles) con un compañero. Lo primero que hay que decir de Argentina es que se lo cree, lo que no es poco. Lo de Scaloni es uno de tantos milagros que nos regala el fútbol.

Nadie le calculaba más recorrido que el de los funcionarios suplentes. Y sin embargo ha encontrado una armonía extraviada. Lo cierto es que el relato lo tiene todo y con balón de por medio nadie relata como los argentinos: el último tango de Messi. A partir de aquí, lo que gusten.

No es posible sobrevolar una Copa del Mundo sin hablar de Brasil. El problema es que Brasil dejó de reconocerse en el espejo y uno ya no sabe qué cara mostrará. ¿Es el equipo de Neymar o el de Vinícius? En esa pregunta (más bien en la respuesta) cabe una definición filosófica. Presente simple o futuro imperfecto.

Y cuidado con sus rivales de grupo (Serbia, Suiza y Camerún) porque jugar contra ellos será como masticar tornillos. Alemania, Inglaterra, España o Bélgica están en el siguiente escalón, sin olvidarnos de Uruguay, que por fin jugará en un país más pequeño que el suyo. Quizá se me escape algún candidato, ojalá, sería señal de que no lo sabemos todo, de que el balón sigue vivo y de que alguien se rebela.

*Periodista español. Fundador de alacontra.es

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