Hace 20 años, Mauricio Molina era el jugador más joven de los 23 convocados por Pacho Maturana para disputar la Copa América. Había debutado a los 18 años, y le bastaron 83 partidos y 25 goles para convertirse en el nuevo diamante del fútbol colombiano, la primera gran estrella mediática de la cantera de héroes del Envigado Fútbol Club.

Nacional y Medellín se lo arrebataban, pero fue Santa Fe el que puso más dinero para traer su fútbol al Campín de Bogotá. Sí, la misma cancha que ‘Mao’, con apenas 21 años, atravesó corriendo, de occidental a oriental, cuando sonó el pitazo final de aquel 29 de julio de 2001, cuando Colombia ganó la Copa América tras vencer por la mínima diferencia a México, único trofeo de mayores en las vitrinas de la Federación.

Y es que ese pitazo, más el estruendo en las tribunas y en todo el país que se registró a continuación, lo provocó Molina, en lo único que alcanzó a hacer en los tres minutos en los que estuvo en la grama.

“Maturana me metió para retrasar el partido, quemar los últimos minutos, tenerla lo más lejos posible de nuestro arco. Y eso fue lo que hice. La llevé para el corner, por allá hice una falta, no dejé cobrar, me mostraron amarilla, y ahí el árbitro acabó el partido. Hice bien la labor, como buen niño obediente. El Campín retumbó”, recuerda Molina en entrevista con SEMANA.

Y es que el “más niño” de la convocatoria, se portó como el más veterano en esos segundos finales de aquel encuentro. México, a la desesperada, intentaba buscar el empate y le quedaban 120 segundos para hacerlo. Pues ‘Mao’, en ese cruce de manotones que sostuvo con el mexicano Gerardo Torrado, no solo provocó que el árbitro sacara sus tarjetas del bolsillo, sino que decidiera llevarse el silbato a la boca y dar por concluida la contienda. 60 segunditos. Eso fue lo que le robó Molina cuando eran millones los corazones que estaban a punto de un paro.

Molina se abrazó y se tiró al piso con Fabián Vargas, al primero que encontró. Se colgó de los alambrados que en ese entonces tenía la tribuna de oriental del Campín. Dio la vuelta olímpica, levantó la copa… Pensaba que la fiesta apenas había comenzado.

Pero su decepción fue total cuando los jugadores entraron al vestuario, se cambiaron, de vuelta para el hotel, y ahí cada uno para su casa, como el empleado que se va de la oficina sin despedirse tras una nueva jornada laboral. Los directivos de la Federación de Fútbol no habían preparado nada para homenajear, en caliente, a los futbolistas que levantaron el único trofeo en la historia de la selección nacional de fútbol de mayores.

“Quedé extrañado. No nos tenían una fiesta preparada, no tuvimos una conmemoración en grupo. Hoy se lamenta mucho, hubiera sido un momento muy especial”, dice Molina, a sus 41 años.

Pese a ello, la Copa América de 2001 fue un mes y medio “maravilloso” para ese jugador de 21 años, que, después de cada entrenamiento, se atrevía a apostar a los tiros libres con Miguel Calero. Quien perdiera tenía que servirle la comida en el comedor de la concentración, o una suma de dinero, poca, pero suficiente como para herir el orgullo del perdedor.

Si corrió como lo que era, el más niño de ese plantel de campeones, cuando terminó la final contra México, ya lo había hecho minutos antes, cuando el cronómetro señalaba el minuto 21 del segundo tiempo, y se encontraba detrás del arco sur haciendo ejercicios de calentamiento, como todos los jugadores suplentes. Ahí le tocó ver el único gol que le ha dado un trofeo a Colombia.

“Fui de los primeros en llegar donde Iván, metí un pique que ni en la cancha solía meter. El juego estaba cerrado, y estábamos en diagonal y vi cuando Iván Ramiro se levantó por encima de todos y la clavó al segundo palo. El estallido del estadio. Necesitábamos un solo gol porque nuestra defensa era bastante buena”.