Cuando al fallecido periodista español Miguel Ángel Bastenier, muy cercano a Colombia, le preguntaron sobre los Quintana para un documental de la televisión de su país, los definió sin pensarlo mucho: "una familia modesta, sencilla... gente estupenda". Los Quintana, sin cambiar sus formas ni sus costumbres, han asumido la grandeza de Nairo y las consecuencias que ésta les ha traido. Ellos, en medio de las miradas y los lentes, son el polo a tierra del campeón.Cuando Nairo se acomodó sobre los pedales y arrancó a correr la contrareloj que definía el Giro de Italia centenario, don Luis Quintana, su padre, a 9.400 kilómetros de distancia, se echó la bendición y soltó un par de lágrimas. Al lado, su esposa, doña Eloísa Rojas, cargaba a dos de sus pequeños nietos sobre sus piernas y vivía la carrera con la aparente impasibilidad que simpre refleja, en silencio y con una sonrisa permanente.Alfredo, hermano del pedalista, estaba sentado al otro lado y tenía su mano derecha puesta en el pecho del padre. Esperanza, la hermana mayor, vestía una ruana rosada y descansaba a los pies de doña Eloísa. Parecería la escena común de la intimidad de una familia congregada frente a una pantalla, solo que los Quintana estaban rodeados por unas quinientas personas y las cámaras de televisión les apuntaban todo el tiempo.Le recomendamos: Nairo, el gigante que nunca se rindióLa vida de la familia empezó a cambiar desde que Nairo ganó el Tour de L‘avenir (el Tour de Francia juvenil), en 2010. Desde entonces, cuenta Leidy, la tercera hija de los Quintana Rojas, empezó el peregrinaje de periodistas y fanáticos hasta su casa, ubicada sobre la vía Tunja - Moniquirá. Cuando Nairo quedó segundo en el Tour de Francia, en 2013, las tractomulas y los camiones adoptaron la costumbre de pitar cada vez que pasan frente a la vivienda de los Quintana, y los ciclistas que entrenan por las vías de Boyacá volvieron el sitio una parada obligada en sus recorridos, casi un sitio de culto.

A doña Eloísa Rojas, durante los días de competencia de Nairo, le toman cientos de fotos.A medida que aumenta la gloria de Nairo, en su vivienda disminuyen los recuerdos del pedalista. Leidy Quintana cuenta que sus padres no tienen reparo en regalarles fotografías, incluso medallas, a los peregrinos que llegan hasta allá queriendo acercarse al ídolo. La familia comprendió - explica- que Nairo ya no solo les pertenece a ellos, sino a todo un país.Por eso, tal vez, no muestran disgusto en atender, uno tras otro hasta contar cientos, a los desconocidos que en un solo día de competencia llegan hasta la casa a pedirles una fotografía. Hay sonrisas y tiempo para todos. Incluso, con paciencia, vuelven a contarles las historias del ídolo: cuando Leidy y él aprendieron a montar en la bicicleta que les prestaba un vecino; cuando don Luis, entre lágrimas, le gritaba palabras de aliento en esas primeras carreras locales que ganó.Puede leer: Las reliquias que guardan la increíble historia de Nairo QuintanaLeidy cuenta, sin quejarse, que la fama de Nairo les ha arrebatado espacios de fraternidad. En la intimidad, son hermanos muy cariñosos, de hacerse chanzas, de abrazarse y alzarse. Y esos son momentos que entre asedio de los medios y los fanáticos se ven restringidos. Aún así, buscan mantenerlos. Cuando Nairo está en Colombia (alrededor de 4 meses al año) organiza reuniones en su apartamento en Tunja. Allí, los hombres se ponen el delantal y les preparan pizza a las mujeres.

Esperanza Quintana, hermana mayor de Nairo.Sus cuatro hermanos, sus padres y su esposa son su círculo protector. Incluso, la entrada de Dayer, el menor de los Quintana, al Movistar Team, no solo está motivada por su talento innegable (ganó el tour de San Luis a en 2016). Su presencia en las filas, y en la casa que comparte con su hermano en Mónaco, es una forma de que el campeón, en medio del asedio mediático y de la presión sobre su espalda, tenga alguien en quien confiar plenamente, alguien que, como el resto de los Quintana, esté dispuesto a entregarlo todo por él.En estos días del Giro centenario, doña Eloísa y don Luis se sentaron cada mañana frente al pequeño televisor de su tienda a ver las etapas. La puerta del lugar siempre estuvo abierta para que cualquier desconocido se sentara a su lado a compartir. Y fueron cientos los que lo hicieron.El sábado, durante la penúltima etapa, se acondicionó una pantalla gigante frente a la vivienda. Había tanta gente que se armó un trancón de carros frente a la vivienda. Los Quintana y algunos vecinos montaron una olla gigante de sancocho que se cocinó a fuego de leña y una parrilla de carnes. Ellos mismos atendieron la venta de almuerzos.Sentado al frente de la olla, don Luis (que tiene problemas de movilidad en sus piernas) dirigía a la familia. Los aficionados se acercaban por las fotos y a ofrecerle una cerveza, le pedían que les hiciera el honor de recibirla. Él atendía mientras, con su riguroso temperamento, le daba instrucciones a sus hijos. Ellos, con respeto, casi con reverencia, lo obedecían. Alfredo, uno de los mayores, estuvo pendiente del viejo a cada instante, incluso para limpiarle las manos luego de comer.

Alfredo Quintana, hermano mayor de Nairo, le limpia las manos a su padre.Este domingo, la jornada comenzó desde siete de la mañana, con la usual misa (los Quintana son profundamente religiosos) que organizan antes de la etapa definitiva de cada una de las grandes vueltas que corre su hijo. Al final de la eucaristía, don Luis tomó el micrófono para recordarle a la multitud que Nairo ha ganado bastante, y que competir contra otros gigantes del ciclismo no es sencillo. Por eso, y porque su hijo siempre entrega lo mejor que tiene, dijo, hay que apoyarlo sin importar el resultado.