Mirando por el retrovisor a los otros dos gigantes del tenis masculino, Roger Federer y Rafael Nadal, Novak Djokovic sigue extendiendo su dominio, ahora frente a las nuevas generaciones, mientras libra una carrera paralela por el corazón de los aficionados.
Con su victoria el domingo sobre Daniil Medvédev, en el Abierto de Estados Unidos, el serbio elevó su tercer trofeo de Grand Slam del año y amplió su colección hasta los 24, igualando el récord histórico de Margaret Court.
Por detrás quedan Federer, retirado el año pasado con 20 trofeos grandes, y Nadal, que tiene 22 y planea colgar la raqueta en 2024.
A sus 36 años, y sometiendo a tenistas a los que casi dobla en edad, el astro de Belgrado no tiene ninguna intención de pensar en la jubilación.
En una de sus comparecencias públicas, Djokovic puso su carrera bajo la lupa e intentó motivar a los jóvenes con su desafiante travesía personal.
“Yo era un niño de siete años que soñaba con ganar Wimbledon y ser el número uno del mundo”, recordó. “Estoy más que agradecido, pero siento que tuve el poder de crear mi propio destino”.
“Lo creo y lo siento con cada célula de mi cuerpo. Vive el presente, olvídate del pasado. Si quieres un futuro mejor, créalo tu”, animó el serbio, cuya infancia estuvo marcada por las guerras en su país en los años noventa.
Corazones por conquistar
Mientras Nadal y Federer son venerados más allá del mundo del tenis, Djokovic sigue siendo una figura más divisiva, que genera tanta admiración como rechazo.
Nole lo tiene todo sobre el papel para ser un ídolo de masas: divertido, padre de familia, patriota pero abierto al mundo, inteligente, cultivado, políglota...
Cuesta encontrar razones objetivas para justificar ese cierto desamor del público, que a menudo le regatea aplausos o alienta a sus rivales en la aventura de sorprender al número uno.
La distancia entre sus asombrosos logros y su conexión emocional con los aficionados se ha visto reforzada por algunos pasos en falso dentro y fuera de las pistas.
En el pasado Roland Garros atrajo la polémica al escribir en el objetivo de una cámara: “Kosovo es el corazón de Serbia”, coincidiendo con una fase al alza de las tensiones étnicas en los Balcanes.
Más controvertido fue su rechazo a vacunarse contra el coronavirus, una decisión que le costó la deportación poco antes del inicio del Abierto de Australia de 2022.
Su intransigencia ante la vacuna también lo apartó ese año del Abierto de Estados Unidos.
Obtenido el reconocimiento unánime, para algunos aficionados la búsqueda de cariño de Djokovic es una estrategia calculada que el serbio, víctima de su propio carácter, sabotea con episodios como su pelotazo a una jueza de línea en el US Open de 2020.
“La edad es sólo un número”
Más allá de polémicas, resulta imposible cuestionar los logros y la determinación del astro serbio.
Djokovic, que dejó Belgrado durante los bombardeos de la Otan para entrenar en Múnich a los 12 años, ganó el primero de sus 24 Grand Slams en 2008 en Australia.
Pasaron tres años antes de que sumara su segundo título grande.
En su camino, eliminó el gluten de su dieta, un hito que el jugador destaca como clave en su preparación física, esa que modeló su ágil físico, clave para su juego defensivo.
En 2011 acaparó tres de los cuatro grandes torneos y asaltó el número uno del mundo por primera vez.
En su palmarés figuran 10 coronas del Abierto de Australia, siete de Wimbledon, tres de Roland Garros y cuatro del US Open, además de los récords de trofeos Masters-1000 (39) y semanas en la cima de la ATP (389).
Con Federer retirado y Nadal diezmado por lesiones, Djokovic sigue hambriento por agrandar su legado, como avisó esta misma semana en Nueva York.
“Me siento bien. Físicamente estoy fuerte así que la edad es sólo un número”, afirmó el serbio, que acumula 12 coronas grandes desde que cumplió 30 años.
“No quiero ni siquiera considerar pensar en un final si todavía estoy en la cima del juego”, zanjó.
Con información de la AFP.