“Una vez el presidente del Deportivo Pasto nos ofreció una pizza de premio si pasábamos a la final”, recuerda Nelson Flórez. Luego sonríe y alrededor de sus ojos se marcan las huellas del paso del tiempo. A sus 39 años, 17 como futbolista profesional, el ‘Rolo’ está lleno de anécdotas sobre lo difícil que es vivir de este deporte en Colombia. Aunque ya se retiró, sigue unido al fútbol porque es el técnico de la sub 20 del Independiente Santa Fe, su equipo del alma. Tal vez eso le permite sonreír al acordarse de esa historia, pero seguramente en ese instante debió pasar un trago amargo. Su testimonio cobra vigencia en estos días en los que en en el Congreso se discute un proyecto de ley para regular la relación laboral de los futbolistas profesionales con los clubes. La situación es compleja. Para citar un caso, hace unos días, la Corte Suprema de Justicia conminó a Millonarios y al Unión Magdalena a pagarle más de mil millones de pesos al exjugador Álvaro Aponte por concepto de cesantías, vacaciones y otros factores salariales que no le fueron reconocidos cuando vistió las camisetas de estos dos equipos. La pregunta es inevitable: ¿Cómo es ser futbolista profesional en Colombia? Antes de empezar, una distinción es fundamental. Hay dos tipos de jugadores: los que alcanzan reconocimiento y fortuna y los que nunca salen del anonimato. Los primeros conforman una minoría privilegiada, y los segundos, lejos de los reflectores, componen la gran masa de aquellos que dedican toda su vida al fútbol pero que al retirarse no han asegurado económicamente su futuro. Para estos últimos está pensada esta ley y bien vale la pena escudriñar en los vericuetos de esta labor que no siempre es tan glamurosa como se la imaginan todos los que alguna vez soñaron con vivir de ella. El Rolo responde. Nelson Flórez nació en un hogar de clase media bogotana sin antecedentes en la práctica profesional ni recreativa de ningún deporte. Fue gracias a Jorge Serna, el ‘Chamo’, hoy entrenador de la selección Colombia sub 15, que Nelson se enamoró de este deporte, que ponía por encima de sus deberes académicos. No obstante, egresó del colegio militar Antonio Ricaurte sin mayores traumatismos. En 1987, a la edad de 13 años, fue seleccionado por Orlando Díaz para ingresar a las categorías inferiores del Santa fe, equipo en el que debutó a los 19 bajo el mando del argentino Roberto Perfumo. Por esa época lo empezaron a conocer como el ‘Rolo’, denominación que el periodista radial ‘Paché’ Andrade inventó a raíz de que Nelson fue el único bogotano que viajó con la selección juvenil de Colombia al mundial de Australia en 1993. Al volver, el Rolo vio su oportunidad en el profesionalismo en un partido contra el Once Phillips. “En esa época éramos aficionados a prueba, y uno tenía que tener mínimo 25 partidos para que le hicieran un contrato”, rememora Flórez mientras cierra la cremallera de una chaqueta que oculta los primeros signos de una contextura atlética que se va perdiendo con los años. Empieza a hacer frío. El Rolo está vestido con un gorro y unas gafas que lo protegen del sol que se oculta tras unas nubes pasajeras. —¿Por qué sale del Santa Fe? —Bueno, eso fue en el año 97. Acabábamos de perder la final de la Copa Conmebol contra Lanús y se me presentó la oportunidad de ir a Nacional. —¿Qué recuerdos tiene de esa etapa? —Eso fue bien paradójico porque en Santa Fe nuestra motivación era que nos pagaran cumplidamente y me vendieron a un equipo en el que uno tenía todos los privilegios y hasta lo llamaban a uno para que fuera a recoger el sueldo. — ¿Y cuál es la paradoja? —Que yo no quería irme porque estimaba mucho a mis compañeros por todo lo que habíamos pasado. Recuerdo que dormíamos en unas colchonetas en el parque la Florida y almorzábamos lo que fuera para poder entrenar a doble turno. Con la plata que le entró al club les pagaron unos meses atrasados a ellos, pero yo siento que mi carrera se estancó en ese momento. Nelson cuenta que ‘Barrabás’ Gómez lo borró del mapa “porque no le iba a quitar el puesto a un paisa para poner a un rolo”. Por eso recaló en Millonarios por una temporada, luego de la cual retornó a Nacional para salir campeón del torneo y de la Copa Merconorte sin tener mucha continuidad. Entonces decidió volver a Santa Fe, pero el ‘Pecoso’ Castro le informó que no lo iba a tener en cuenta y en consecuencia fue cedido al Deportivo Pasto. Esta inestabilidad lo sumió en una crisis personal que le impidió jugar durante todo el año 2002. Al Rolo no le gusta recordar ese período de su vida. De ahí que su relato continúe en el 2003, cuando el Pereira lo contrató para que contribuyera a salvar la categoría. “Para ese momento ya me había bautizado como cristiano y había pasado esa prueba tan dura que me puso Dios”. No obstante, la mala situación económica del club hizo que la mayoría de jugadores huyera en desbandada y que los que quedaron tuvieran que vender las boletas para los partidos para conseguir el alimento. “A nosotros nos entregaban dos boletas para la mejor tribuna y tocaba ofrecérselas al dueño del restaurante a cambio de la comida por dos semanas”, cuenta el Rolo con serenidad. Luego de ese año volvió al Pasto. Allí las cosas no iban a ser muy diferentes. A Nelson le tocó vivir en carne propia una práctica muy extendida en el fútbol colombiano, la misma que hoy tiene enfrentado a Johnny Ramírez con el Boyacá Chicó. “Pongamos por caso que yo me ganaba cinco millones, pero me hacían un contrato por 500.000 pesos y el restante me lo pagaban en efectivo, dizque por publicidad. Entonces uno firmaba porque si no lo hacía, sencillamente no jugaba, pero si al equipo lo eliminaban, inmediatamente dejaban de pagar. Igual a uno le tocaba seguir trabajando por los mismos 500.000. ¿Y ahí a quién se le reclamaba? –pregunta retóricamente–. Lo peor de todo –continúa–  es que durante ese tiempo yo no coticé a cesantías ni a pensión, toda esa plata se perdió”. En esa misma época les ofrecieron la pizza como premio por pasar a la final. Ninguno de los jugadores aceptó y sin embargo estuvieron a punto de eliminar a Junior en las semifinales. —¿Qué pasó después? —Me devolví para Santa Fe y en ese año, el 2005, tuve la fortuna de salir subcampeón con el profesor Basílico. Luego me llamaron del Cúcuta y comenzó la que tal vez sea mi mejor etapa como futbolista profesional. Con ese grupo salimos campeones y tuvimos la oportunidad de jugar tres copas Libertadores consecutivamente. —Pregunta obligada: ¿Por qué perdieron esa semifinal con Boca Juniors? —(Risas) Pues porque nos llamábamos Cúcuta y no River o Gremio, a nosotros nos obligaron a jugar en esas condiciones tan adversas, no se veía nada. Durante toda la entrevista al Rolo no se le escapa una palabra desobligante ni un gesto de desprecio. Irradia una tranquilidad que contagia. Cuenta que estando en Cúcuta se lesionó el menisco interno de la rodilla izquierda y que fue invitado por el ‘Chamo’ Serna a terminar su recuperación en Academia F. C., un equipo de la segunda división. Luego de seis meses se volvió a lesionar del tendón de Aquiles del aductor izquierdo y le dio isquialgia. “Ya tenía 36 años y preferí dejar una buena imagen”. Por eso decidió retirarse del fútbol activo y dedicarse a la formación de jugadores jóvenes. Para estar a la altura del nuevo reto estudió Tecnología en entrenamiento de fútbol en la Fundación Universitaria del Área Andina y desde principios de este año dirige a los jugadores menores de 20 años del Santa Fe. Su idea es recoger toda la experiencia que acumuló en sus años de jugador profesional para transmitírsela a los que vienen en camino. El Rolo empieza a mirar su reloj. Luego de este encuentro asistirá a un taller sobre nuevas tácticas y estrategias en el fútbol. —Ante tanto riesgo e incertidumbre, ¿cómo maneja usted la sicología de sus jugadores para que entiendan que no todos van a llegar? —Ellos comprenden, sin que yo les diga, que hay unos con más habilidades que otros. Hay unos que están más cerca de llegar que otros. —Sin embargo, hay muchos que llegan y al final terminan con los bolsillos vacíos, ¿cuál es su consejo para que no se desanimen? —Yo les digo que den lo mejor hoy, que entreguen todo hoy, que no ahorren esfuerzo, que hagan cada cosa como si fuera la última, porque lo que ellos hacen hoy es lo que representa su futuro.