En un espacio de seis metros de largo por cuatro de ancho, debajo de las graderías de las Piscinas de la Villa Olímpica en Pereira, creció Luis Felipe Uribe, el clavadista de trampolín de tres metros que consiguió un cupo en esta modalidad para los Juegos Olímpicos de París 2024.
No era una casa, ni un apartamento, pero era su hogar. En ese cuarto, acondicionado en el escenario deportivo para la natación, no había habitaciones, pero había camarotes donde descasar, con frazadas, un abrazo y un beso antes de dormir. Tampoco tenían una gran cocina o comedor, pero sí los utensilios necesarios para compartir un buen plato de comida en familia. No había lujos, había amor y la tenacidad de Mercedes Bermúdez y Luis Alberto Uribe para sacar adelante a sus cuatro hijos.
A la capital de Risaralda, el papá de Luis Felipe llegó desplazado por la violencia. Los grupos al margen de la ley en el Urabá antioqueño mataron a varios de los vecinos y pobladores de Carepa, donde Luis Alberto vendía dulces, medias y se la rebuscaba. El miedo de perder la vida, lo hizo huir.
“Me cuenta historias muy fuertes de violencia, lo duro que le tocó por los grupos armados. Gracias a Dios se fue a Pereira”, indicó Luis Felipe a SEMANA.
Al papá de este deportista, que a sus 22 años irá a sus primeras justas olímpicas, lo vieron trabajando tanto y tan duro, que el administrador de las Piscinas de la Villa Olímpica le quiso dar una oportunidad laboral mucho mejor.
“Le propuso que hiciera el mantenimiento de las piscinas. Mi papá era tan inexperto que el agua se le ponía verde”, recuerda Luis Felipe entre risas.
No llevaba ni una semana en ese empleo y ya le estaban buscando reemplazo. Sin embargo, le dieron la oportunidad de ser el mensajero, mientras aprendía de mantenimiento. Una carta, no de las que repartía todos los días en largos trayectos por la ciudad de Pereira, sino una dictada por el destino, lo llevó a conocer a la administradora de la tienda del lugar. Mercedes, la mamá de Luis Felipe, quien llegó desde Quinchía a ejercer esa labor.
De esa unión llegaron tres varones y una mujer. Al menor de los hijos les tocó enseñarle a nadar. Era tan inquieto, que el riesgo de ahogarse era alto. Pero como la vida está llena de ironías y contradicciones, pese a tener una piscina como si fuera el patio de su casa, Luis Felipe le temía al agua.
“En esa piscina era donde daban las clases de natación, por eso aprovecharon y me metieron. Yo iba corriendo donde mi mamá antes de las clases y le decía ‘plata, plata’, me daba monedas y yo le daba 500 al profe para que me dejara ir”, recuerda Felipe.
Hasta que se lanzó al charco. Aprendió a nadar y desde los 5 años mostró sentirse como pez en el agua. A los 18 y gracias a su hermana Viviana, también clavadista, ya se sumergía desde un trampolín.
Fue el deportista revelación de los Juegos Panamericanos 2023. Su tiquete a París lo logró en el campeonato Mundial de Natación en Doha 2024, donde se ubicó en el cuarto lugar de la semifinal del Mundial y se metió con autoridad en el grupo de los 12 mejores, con un puntaje de 440,75.
De esa manera ahogó una pena que cargó por cuatro años. Aunque logró lo necesario para llegar con el tricolor a Tokio 2020, no hizo parte del selectivo a esos juegos. Lo peor es que esa tristeza, aunque quiso hundirla, salió a flote dos años después, porque el Ministerio del Deporte les debe a él y otros atletas acuáticos el dinero de las medallas obtenidas en el ciclo olímpico 2022, es decir, Juegos Sudamericanos, hasta Juegos Panamericanos. Son más de 30 millones de pesos que como él, nada y nada.
“Nos dijeron que no teníamos la proyección y recorrido. Fue muy frustrante, muy duro. Quería tirar la toalla, además con lo de la deuda. Necesitamos nuestro sustento, vivimos de esto. Ojalá nos solucionen”, destacó.
Pese a eso, y gracias al deporte, conoce 15 países. Francia entrará en su checklist desde el próximo 6 de agosto, que empieza su competencia en los tres metros de trampolín.
Mientras eso pasa, a 8.687 kilómetros, cruzando el océano Atlántico, lo alentarán desde Pereira sus papás, que ya tienen casa propia, pero aún trabajan en el lugar donde todo empezó hace 22 años.
“Me visualizo ganándome una medalla y llamando a mi familia para decirles: esto es de ustedes”, manifestó con orgullo.