Gelsenkirchen, 22 de junio de 1974. Se juega la parte final del partido entre Brasil y Zaire. Los sudamericanos van arriba 3-0 en el marcador y hay un tiro libre a su favor. Se prepara para cobrar Rivelino, y justo cuando el árbitro ordena patear, ocurre lo inesperado: un jugador de Zaire corre desde la barrera y chuta el balón hacia un lado. Mwepu Ilunga, su nombre.
El defensa africano fue amonestado con tarjeta amarilla. Todos los que veían el partido quedaron pasmados. ¿Acaso los zaireños no conocían las reglas del fútbol? Los periodistas calificaron de ingenua la jugada.
Los leopardos estaban en el paredón. Cuatro días atrás habían caído 9 a 0 ante Yugoslavia. Se debatió si una selección así debería estar en el máximo evento futbolístico; hubo comentarios racistas y caricaturas despectivas con los zaireños.
Pero, ¿en verdad era tan bajo su nivel? Si bien tenían debilidades, hubo otros factores, de carácter político, que marcaron su deplorable participación.
En Alemania 1974, por primera vez, participaron países de piel negra en una Copa del Mundo: Haití y Zaire. Curiosamente, ambos bajo una dictadura: Jean Claude Duvalier, en el caso de los caribeños, y Joseph Mobutu, en el de los centroafricanos.
Mobutu había tratado de usar el deporte para aumentar su popularidad y fomentar el nacionalismo. El fútbol, legado colonial belga, era una de sus herramientas. Sus mejores jugadores estaban en aquel país y los repatrió, en 1966, para mostrar independencia ante la antigua potencia colonial.
El tirano también invirtió fuertemente en la infraestructura futbolística del país y obtuvo resultados, pues Congo –desde 1971 llamado Zaire por orden de Mobutu– conquistó la Copa Africana de Naciones en 1968, una hazaña que repitió en 1974. La guinda fue la clasificación a la Copa del Mundo de Alemania. Era el momento de gloria de los leopardos (apelativo introducido por el dictador, que se identificaba con estos felinos).
Luego de la clasificación, cada futbolista recibió una casa nueva, un Volkswagen, y 15 días de vacaciones pagas. Además, la promesa de 100.000 dólares mientras estuviesen en Alemania. No obstante, el Mundial fue una pesadilla para los deportistas.
La presión de Mobutu se sentía. La selección era vigilada de cerca por funcionarios del Gobierno. A pesar de un honroso 2-0 frente a Escocia, el equipo se vino abajo. El dinero prometido desapareció en manos de uno de los funcionarios tras la derrota. Los futbolistas amenazaron con no jugar más.
Luego de ser persuadidos, se presentaron ante Yugoslavia, sin motivación y sin entrenador: a Blagoje Vidinic (yugoslavo de nacimiento) no lo dejaron dirigir por miedo a que “vendiera secretos a sus rivales”. Los funcionarios del Gobierno tomaron las riendas aquel día y el resultado no podía ser otro: Zaire cayó 9-0, una de las derrotas más grandes en un Mundial.
Los factores externos sí influyeron. Ilunga Mwepu, el del ‘bluff’ ante Brasil, dijo que sabía lo que hacía, que la jugada fue un acto desesperado ante las presiones recibidas. Una vez en su país, los futbolistas pasaron cuatro días recluidos en la residencia de Mobutu, aislados, humillados, como “castigo” por el bochorno deportivo.
Mobutu se divorció del fútbol, tanto así que no le importó que Zaire se retirara de la clasificación para el Mundial de 1978. Vidinic salió para nunca más volver, y luego dirigió, entre 1976 y 1979, a la Selección Colombia.