Lo que empezó como una acusación en su contra tras una prueba antidoping, terminó en un examen que detectó el cáncer testicular en Mario García, actual técnico del Boyacá Chicó.
Este mexicano dejó su país en 2002 por el fútbol profesional. Fue a Argentina, a Italia a jugar en segunda división y llegó a Colombia en el año 2006 por medio de un representante. En suelo cafetero, se convirtió en papá, se consagró campeón del fútbol profesional, logrando la primera estrella de los ajedrezados y levantó el título más importante: ganarle la batalla al cáncer.
Mario era un defensa central de esos recios, de oficio, buen juego aéreo, líder y con carácter. Lo dirigía Alberto Gamero, el hoy entrenador de Millonarios con quién se reencontrará en las finales del fútbol colombiano 2023-1 compartiendo el grupo B de los cuadrangulares.
Pero antes de vivir estos momentos gozosos en su primera experiencia como entrenador profesional, pasó los dolorosos. En 2010, Mario empezó a sentir unas molestias en la zona abdominal. Imaginó que hacía parte de la exigencia física de su posición. Pero una carta de la Federación Colombiana de Fútbol advirtiendo anomalías en su cuerpo, tras una prueba antidoping, lo hizo reconsiderar su postura.
“Venía sintiendo un dolor bajo. Mareos en las prácticas. Sentía fatiga, cansancio. Nunca lo atribuía a algo grave”.
La misiva le informaba que era positivo a gonadotropina, el grupo de hormonas entre las que se encuentran las sexuales y que su testosterona estaba elevada.
La noticia que recibió después de un juego con Pereira lo paralizó. Lo primero en lo que pensó fue en limpiar su nombre.
“Yo nunca he consumido nada para aumentar mi rendimiento. Dije: están locos. Llamé al médico del equipo. Él, sabiendo que yo venía con dolores me mandó a hacerme estudios adicionales”.
Cuando fue al médico, le entregaron un diagnostico que no tenía nada que ver con su reputación. Tenía que ver con su vida: le detectaron un tumor en un testículo y sus niveles sanguíneos estaban alterados.
“Me dijeron que tenía un cáncer de testículo que ya se había regado a los vasos linfáticos y en la sangre. Me tuvieron que operar casi que de inmediato, a los dos días”
Los oncólogos le sugirieron ir al quirófano para eliminar las células cancerígenas que a esa altura representaban el mayor peligro de regarse en otros órganos.
“Cuando me entregan después mis exámenes de patología me asusté mucho más. Me decían que había encontrado 4 clases de cáncer en la disección del tumor”
Una de esas cepas podía llegar al hígado y páncreas. El panorama se complicaba con cada visita al médico. Le sugirieron hacerse una nueva cirugía para un vaciado de los ganglios, lo que requería, según relata a SEMANA abrir su abdomen y sacar la cadena linfática para prevenir que se diseminara.
“Yo lo primero que respondí cuando me dijeron eso, fue que me dieran otra posibilidad. Sabía que sería una cirugía muy complicada y hasta ahí llegaría mi carrera deportiva”.
Entonces inició un proceso de quimioterapia muy fuerte. Ahí entendió que lo que estaba en juego era su vida, no un partido de fútbol.
“Eran muy agresivas, fueron por lo menos 86 sesiones de lunes a sábado al cancerológico en Tunja. Desde el primer día sentí los estragos del medicamento”.
Perdió el apetito, tenía constantes gastritits, malestar general, caída del pelo y las uñas. Su piel se puso amarilla y todo le sabía a metal.
“Sentía mi cuerpo desgastado de tanto químico. Tuve muchos momentos de preguntarme por qué me sucedía esto a mí”.
El pitazo final de su lucha, llegó con los marcadores tumorales, tags, resonancias y exámenes de sangre que indicaban resultados positivos. El de su carrera la dictaminó su cuerpo.
“Volví a jugar, quería hacerlo lo más rápido posible, pero mi cuerpo quedó muy delicado en los músculos y tendones. Fue un proceso de casi 8 meses para estabilizarme ”
Se lesionaba a cada instante. Desgarros, tendinitis y finalmente, una ruptura del recto femoral que le estaba generando artrosis en la cadera, lo llevaron a decir adiós en 2015.
Ahora, no sólo entrena a una de las escuadras aspirantes al título del fútbol colombiano sino que dirige con más responsabilidad su salud.
“No me confío. Cada año hago controles pertinentes para no volver a padecerlo”
El buen camino que hoy recorre en el balompié lo lleva a poner el retrovisor.
“Miro para atrás y cuando llegan, sobre todo los momentos dulces que son pocos en el fútbol, veo lo que he sorteado y me gratifica. Un envión para seguir luchando”.
Sus charlas técnicas tienen mucho de táctica o análisis del rival. Pero también llevan el mensaje que considera el más ganador:
“La salud es la mayor riqueza que tenemos”