Un enero de esos aburridos como pocos, se desperezó definitivamente cuando el hombre que le enseñó al planeta entero que los estadios también eran templos de adoración personal, llegó a la capital colombiana para el lanzamiento de la Copa Libertadores de América, que en esa ocasión tendría la participación de Independiente Medellín, América y Once Caldas en representación de Colombia.

Dispuesto como siempre, y haciendo gala de esa sonrisa que lo hizo tan famoso como su talento, Pelé contestó una a una las elaboradas preguntas de los reporteros que lo indagaban sobre la cita orbital, respondiendo con la sencillez de aquel que se cansó de ser el mejor, y, por tanto, tenía una autoridad incuestionable.

En medio de la rueda de prensa, alguien lo invitó a que aventurara su pronóstico sobre el equipo que ganaría el Mundial previsto para mitad de año; O Rei ni siquiera pestañeó y respondió sin vacilaciones: “España para mí hoy en día es el mejor equipo del mundo, lo fue el año pasado y lo ha demostrado en el último tiempo. Es la selección que está mejor, la más fuerte y parte como favorita”.

El tiempo le daría la razón. Cinco meses después, Andrés Iniesta y su banda darían un recital en los estadios surafricanos y España se coronaría como campeona del mundo en ese 2010. Pero en Bogotá, Pelé hizo votos para que los dirigidos por Vicente del Bosque no vivieran la frustración que experimentó el equipo de ensueño que enamoró a todos: Brasil 1982, una constelación que, a pesar de tener figuras como Zico, Sócrates y Junior, entre otros, jamás pudo consagrarse.

“Me acuerdo en España 82, Brasil era el mejor equipo, jugando un gran fútbol, y perdió con Italia y quedó eliminado. Lo mismo pasó con Holanda, que tenía grandes equipos, y perdió dos finales contra Alemania y con Argentina, y, sin duda, era la mejor selección de todas”, sentenció el hombre que obtuvo las copas de 1958, 1962 y 1970.

Pero ahí no terminaría su paso por Bogotá. La administración distrital organizó un clásico entre Millonarios y Santa Fe para homenajear al mais grande do mundo. Cerca de 35 mil personas abarrotaron el estadio El Campín para verlo, elegantemente vestido con una chaqueta roja. A la mitad de una tarde soleada y viendo el fervor con el que la gente coreaba su nombre, Pelé rompió el protocolo e hizo una especie de vuelta olímpica para saludar.

Luego de un derechazo, hizo el saque de honor, dándole vida a un clásico que no contaba para las estadísticas ―pues sus protagonistas eran jugadores juveniles de las divisiones inferiores― pero que pasó a la historia porque miles de aficionados no se enteraron de los pormenores del juego y ni siquiera del resultado.

Había que ver a O Rei, nada más; fiel a su estilo, Pelé se sentó en un palco a mirar el cotejo y a criticar, según las crónicas de los reporteros de la época, la disposición táctica de los equipos; mientras tanto, decenas de fervorosos hinchas, de espaldas a la cancha, comenzaron a tomarle fotos con las cámaras de los celulares del momento, que no eran plena prenda de garantía pero que serían testigo de una jornada inolvidable.

Muchos de ellos le pedían al entonces alcalde Bogotá, Samuel Moreno, quien acompañaba a Pelé en el palco, que se quitara de su lado para que las fotos quedaran perfectas. “Es que al alcalde lo ve uno todos los días, pero a este monstruo jamás lo tendremos así de cerquita”, sentenciaron jocosamente.

Ganó Millos, 2-1. Aunque Santa Fe se fue arriba, el conjunto embajador remontó y se fue de largo, con gol de Cristian Subero, hoy integrante de la plantilla de Atlético Bucaramanga, quien además fue escogido por el mismísimo Rey como la figura del encuentro y recibió de sus labios un elogio que jamás se marchitaría en su memoria: “Es el orgullo más grande del mundo, nunca me imagine que el mejor futbolista del mundo, de toda la historia me diera el trofeo. Además me dijo que tenía una zurda muy buena”, les relató el muchachito a los reporteros.

Fue el 17 de enero de 2010, ese día inmarcesible en el que miles de personas fueron felices, gracias a ese eterno segundo de comunión con el hombre que nos enseñó a todos que a ella, a la pelota, había que enamorarla cada vez que tuviéramos oportunidad de tocarla.